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Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 7 de marzo 2016, 02:11
Hay que prepararse para lo peor. Tinder asegura que el de emprendedor es uno de los oficios con el que más se liga en Internet. Según parece, llegada la hora de la seducción, ser emprendedor solo mola menos que ser piloto. ¡Piloto! Eso en el ... apartado de los chicos. A las emprendedoras apenas las aventajan en atractivo profesional las fisioterapeutas y las diseñadoras de interiores. La investigación de Tinder demuestra un rigor incontestable. Y me hace pensar, hum, en algo bastante caliente: la posibilidad de que una diseñadora de interiores emprenda y abra una oficinita en alguna lonja de por ahí lejos. Eso la convertiría, según los últimos datos, en la mismísima Venus emergida de los mares y atraída a las costas de la lujuria por el soplo de los diosecillos sicalípticos.
Tras el calentón, son todo malas noticias: el emprendizaje es sexy. Reconozco que no lo imaginaba. O sea, que uno decide establecerse por su cuenta y montar su propia empresa, no sé, de limpieza y desatasco de bajantes y ahí mismo ve redoblado su atractivo. «Hey, mira, un emprendedor», murmurará la gente cuando pases con el mono y la manguera. Y tu amigo, el que tiene una emergente banda de rock sureño y unos abdominales esculpidos por Policleto de Argos, no dejará de decir de noche por las discotecas que te conoce, a ti, al emprendedor de las bajantes, por si cae algo, aunque solo sea por simpatía descendente y vertical.
La verdad es que no lo supimos ver venir. Ese fue nuestro error. Y eso que, para detectarle las costuras a lo del emprendizaje, solo era necesario fijarse en la catadura morfológica del término. Emprendizaje. Es una cosa atroz que actúa por un principio de pícara similitud eufónica. Emprender/Aprender. Ni siquiera los trascendentes, que son como son, se habían atrevido a tanto. Jamás osaron a llamar a lo suyo 'Trascendizaje'. Pues eso.
Por supuesto, nada de esto es casual. Hay una poderosa inercia detrás de la repentina obligación acuciante de emprender. No es difícil acercarse a su origen si reparamos en que fue con la crisis de 2008 cuando comenzó a popularizarse el término. Dicho de otro modo: en medio del gran naufragio, la naviera que cobraba tan caro el pasaje empezó con las charlas promocionales sobre la autogestión de salvavidas.
Y de pronto ya lo ven: emprender es la solución. Como si hasta ahora la gente que tenía una idea y cierto instinto empresarial no hubiese apostado por abrirse camino por sus propios medios. ¿Pero puede hacer eso cualquiera? La confusión, por supuesto, estriba en que todo el mundo puede tener ideas, pero no todo el mundo tiene instinto empresarial. Empujar indiscriminadamente a ese escenario es tan cruel como obligar a salir a bailar, profesionalmente, a quien no tiene sentido del ritmo.
En cualquier caso, allá cada cual. El problema es que el verbo 'emprender', además de omnipresente, comienza a ser fidelísimo. En cuanto a la segunda acepción, por supuesto: «Acometer a alguien o algo» ¿Con qué acometen? Pues con el mismo emprendizaje. ¿A quién? Pues a los que pensábamos que bastaría con realizar honradamente un oficio y cobrar por ello. Y más allá. Hace unas semanas supimos que en junio llegará a Bilbao «la carrera de obstáculos más dura del mundo». Se llama 'Spartan Race' y es la clase de fenómeno espartano que prolifera ampliamente patrocinado por marcas de playeras y refrescos dominantes.
Sí, estoy de acuerdo: deberíamos leer a Quilón, que era espartano. Y aun así murió de alegría.
Pero no nos distraigamos. ¿Quién se inventó esta cosa tan rara de las carreras espartanas? Según la nota de prensa del Ayuntamiento, «el legendario corredor de resistencia, ultra-atleta y emprendedor Joe DeSena». Ahí está, otro emprendedor, una vez más, inmiscuyéndose. Con su rollo sobre la iniciativa y el sacrificio. Con su coñazo indiscutido, apabullante, tramposo y sexy.
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