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Martini y Eco fueron reconocidos con los premios Príncipe de Asturias en 2000.
Umberto Eco y la sombra de Dios

Umberto Eco y la sombra de Dios

El intelectual laico y el cardenal Martini, figura clave de la Iglesia, mantuvieron en 1995 un diálogo epistolar sobre el sentido de la fe y los límites de la vida

Pedro Ontoso

Miércoles, 24 de febrero 2016, 01:13

El filósofo y escritor Umberto Eco, un intelectual total que lo abarcaba todo, mantuvo un diálogo epistolar público con el cardenal Carlo María Martini, arzobispo de Milán y figura clave de la Iglesia, a mediados de la década de los noventa. El primero, representante de la cultura laica, y el segundo, el eterno papable, candidato del ala más progresista del catolicismo. Fue un intercambio de reflexiones entre hombres libres como escribió en su día el padre de la Semiótica sobre numerosas cuestiones, entre ellas el sentido de la fe y los límites de la vida. Los escritos se recogieron en un libro, '¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el final del milenio' (Temas de Hoy), de lectura obligada en estos tiempos de intolerancia y de pensamiento intrascendente, evanescente y mediocre.

La calidad de su obra y la calidad de sus trayectorias les llevó a converger en los premios Príncipe de Asturias de 2000. Martini, en el área de las Ciencias Sociales por primera vez en 20 años se reconocía a un miembro de la jerarquía católica , y Eco, en el de la Comunicación. Se valoraba, entre otros muchos méritos, su impulso al diálogo entre ateos y creyentes. Martini ya había mantenido varias conversaciones con el cardiólogo y senador del Partido Democrático Ignazio Marino sobre temas delicados como el inicio de la vida humana, la fecundación artificial, la donación de embriones y la homosexualidad, recogidos en el libro 'Credere e conoscere' (Creer y conocer). El cirujano italiano compitió por la alcaldía de Roma y ganó con el lema «La laicidad debe ser nuestro valor irrenunciable». Con Umberto Eco también había abordado temas fronterizos y sensibles para la Iglesia. Un diálogo entre fe y cultura en los tiempos de la modernidad, un tiempo que ellos diseccionaban con una mirada crítica. Cartas cruzadas. Vidas cruzadas.

El intercambio epistolar tuvo lugar en las páginas de la revista 'Litoral', ocho cartas entre marzo de 1995 y marzo de 1996, con periodicidad trimestral. Umberto Eco era ya un escritor reconocido. Su gran novela 'El nombre de la Rosa', leida por millones de personas, llevaba quince años en las librerías. Su vida era profundamente laica. No siempre había sido así. Fue militante activo en los movimientos juveniles de Acción Católica antes de matricularse en Filosofía en la universidad de Turín. Su tesis doctoral se centró en la estética (medieval) de Santo Tomás de Aquino, otra gran figura del pensamiento católico, que influiría en su producción literaria. Más adelante escribiría que Tomás de Aquino le había «curado milagrosamente de la fe». Curiosamente, el libro póstumo que se publica este fin de semana, 'Pape Satan Aleppe. Crónicas de una sociedad líquida', analiza, entre otras cuestiones, la identidad del Papa Francisco, al que tenía una gran estima, según ha reconocido su editor. Era un inmenso humanista, como le ha descrito Francois Hollande, y en esa etiqueta cabe mucho.

El cardenal Martini también era una voz libre. Fue un jesuita brillante, un sabio. Una figura clave en la Iglesia, de hecho fue consejero en siete congregaciones 'ministerios' vaticanos. Del purpurado se ha dicho que pudo haber sido un gran Papa. Referente de la renovación eclesial era la bandera del sector más abierto y progresista. «La Iglesia se ha quedado 200 años atrás. ¿Cómo puede ser que la Iglesia no se mueva»?, clamó en una de sus últimas entrevistas, publicada en 2012 en el periódico milanés 'Corriere della Sera'. «¿Dónde están los héroes que nos inspiran?, dijo tras citar a monseñor Romero y a los mártires jesuitas de El Salvador. «De ningún modo nos hemos de limitar con los vínculos de la institución», proponía en lo que era su testamento espiritual.

En aquel cruce epistolar, muy seguido en la sociedad del momento, Martini y Eco hablaron de muchas cosas. Del fin del mundo: la obsesión laica por un nuevo Apocalipsis y la esperanza que hace del fin «un fin», según Martini. De las bases de la ética: ¿Dónde encuentra el laico la luz del bien?, se preguntaba Eco. Del aborto: ¿Dónde comienza la vida humana?. O de los hombres y las mujeres según la Iglesia. Dos grandes cerebros en plena acción. Toneladas de pensamiento denso. Nada que ver con la sociedad líquida de ella habla Eco en su libro póstumo y la ceguera moral que analiza Zygmunt Bauman. Ni con el pensamiento débil, sobre el que teoriza Giani Vattimo, filósofo del postmodernismo.

Surge el debate sobre el origen y el destino de nuestra sensibilidad moral. De las convicciones morales sin referencias religiosas o, quizás, por ellas. Martini escribe en una de sus reflexiones que «existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre». Eco escribe que «cuando los demás entran en escena, empieza la ética. Son los demás, en su mirada, lo que nos define y lo confirma». El Consejo Pontificio de la Cultura el 'Ministerio' de Cultura del Vaticano puso en marcha en su día a través del cardenal Ravasi la iniciativa Atrio de los Gentiles, un espacio moderno de lo que fue en tiempos del rey Herodes un lugar del Templo que todos podían atravesar y en el que todos podían permanecer sin distinción de cultura, lengua o profesión religiosa. Un espacio de encuentro para creyentes y no creyentes.

El debate epistolar entre Eco y Martini era de tal nivel que hubo otros pensadores, de muy distinto signo, que se incorporaron al diálogo. Como el filósofo Emanuelle Severino, especialista en Heidegger y la metafísica. Enseñó filosofía en la Universidad católica del Sacro Cuore de Milán, pero la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe estableció que su pensamiento no era compatible con el cristianismo. También el filósofo Manlio Sgalambra, autor de obras como 'La muerte del sol' o 'Tratado de la impunidad', y poeta y letrista del cantante Franco Battiato. El político, sindicalista y periodista Vittorio Foa, hijo de una familia judía y sobrino de un rabino. Es uno de los patriarcas de la izquierda italiana, una persona de un gran rigor moral: «Siemre pensar en los otros y no en uno mismo» era su lema. Y Claudio Martelli, periodista y ex ministro de Justicia, y en su día delfín de Craxi en el Partido Socialista Italiano.

Más periodistas en el cruce epistolar. Indro Montanelli, liberal conservador que debutó en el periodismo con un artículo sobre Lord Bayron y el catolicismo. Entrevistó a Pío XII. Estuvo condenado a muerte por la Gestapo por un artículo en el que relataba las relaciones del dictador Mussolini y su amante, Clara Petacci. Le salvó la vida otro arzobispo de Milán, el monje benedictino Ildefonso Schuster, beatificado luego por Juan Pablo II, que combatió el régimen fascista, perseguidor, por cierto, de la Acción Católica en la que crecería Umberto Eco. Maestro de periodistas en 'Il Corriere', dos pistoleros de las Brigadas Rojas le tirotearon en las piernas. Años después les dio la mano en la cárcel y les perdonó de manera pública. Un personaje singular.

Como Eugenio Escalfari, primer director y ahora editor de 'La Repubblica'. El veterano periodista se definió como «un no creyente interesado y fascinado por la predicación de Jesús de Nazaret desde hace muchos años». A Escalfari siempre le ha gustado el diálogo epistolar. Escribió a través de su periódico al Papa Francisco preguntándole por la actitud de la Iglesia con los que no comparten la fe en Jesús. Y el Papa le contestó a través del mismo diario próximo a la izquierda. «La cuestión para quien no cree está en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa, de hecho, decidirse frente a lo que se percibe como bueno o como malo. Y en esa decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones», escribió Francisco. Esta reflexión también se encuentra en la doctrina de Umberto Eco.

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