laura caorsi
Lunes, 1 de febrero 2016, 00:48
La historia de Paola Soto y su cuñada Viviana Zuleta está marcada por el cambio, las renuncias y el esfuerzo sostenido. También por el trabajo colectivo: su proyecto migratorio fue un proyecto familiar. «Hicimos todo poco a poco y vivimos muchas despedidas -dice-. El camino ... fue difícil porque hubo muchas separaciones, aunque valió la pena. Lo mejor que pudimos hacer fue venir al País Vasco y criar a nuestros hijos aquí», asegura Paola, que mira el recorrido con perspectiva de madre, de mujer y de persona emprendedora.
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«Esto empezó en 2001 -relata-. Vivíamos en Colombia, en Medellín, y veíamos que la situación general era muy mala. No había mucho trabajo, la economía iba mal. Mi marido y yo teníamos un hijo pequeño y otro en camino, así que nos planteamos marcharnos del país». El primero en irse fue él, que tenía un familiar en Albacete. «Era una tía suya, que vivía en un pueblito. Como era el único contacto, la única referencia, ese fue su primer destino», explica. Para entonces, el bebé de ambos había nacido y tenía apenas tres meses.
Su tía lo recibió muy bien y lo ayudó en todo cuanto pudo, pero el pueblo era realmente pequeño y allí no había posibilidad de trabajar. «Pensó en regresar a Colombia, pero mi suegra tenía una amiga en Bilbao; habló con ella y le explicó la situación. Así fue como mi esposo llegó a Euskadi, donde sí encontró la posibilidad de un empleo. Es carpintero y consiguió un puesto en poco tiempo. A los tres meses de haber venido, tenía lo básico para empezar y me dijo que viniera. Llegué yo y, lo mismo, enseguida empecé a trabajar».
Eran tiempos de bonanza económica, pero «nadie te regalaba nada». Para Paola, el precio de ese inicio fue separarse de sus hijos -a los que pudo traer unos meses después- y asumir que venía «a trabajar de lo que hubiera. Y lo que había -continúa- era ponerse a limpiar». Trabajó para empresas de limpieza y en casas particulares, algo bastante alejado de lo que alguna vez imaginó cuando estudiaba en la universidad para ser auditora empresarial. Sin embargo, ella misma destaca que ese trabajo le permitió asentarse aquí y forjar lo que no pudo construir en su país: una estabilidad familiar junto a su esposo y sus hijos.
«Mi cuñada vivió lo mismo, aunque con una separación más larga -prosigue-. Su esposo también es carpintero y vino con trabajo, aunque pasaron cinco años hasta que ella pudo viajar, y otros dos hasta que trajo a los niños». Entonces cambió todo, para mejor. «No se puede comparar estar lejos y solo a estar con tu familia. Aunque el entorno sea nuevo o estés recién empezando, tienes más fuerza y más apoyo. En nuestro caso fue clarísimo. En cuanto llegó Viviana, empezamos a pensar en cómo hacer algo juntas», explica.
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Quemar las naves
Esa voluntad se materializó en un negocio propio; un proyecto que requirió de mucha determinación y no pocos sacrificios. Ponerlo en marcha implicó apostarlo todo al País Vasco. «Viviana es manicura. Cuando llegó aquí, empezó a trabajar de lo suyo, como empleada, pero le pasaba un poco como a mí: hacíamos muchas horas para sacar un sueldito. Teníamos que hacer algo para mejorar esa situación», dice Paola, antes de contar la segunda gran decisión migratoria: «Mi esposo y yo vendimos una casa que teníamos en Colombia, así que contábamos con algunos ahorros. No era suficiente para comprar una vivienda aquí, pero sí para emprender». Decidieron quemar sus naves.
«Abrimos un salón de manicura y pedicura. Mi cuñada tenía el oficio, yo sabía de administración empresarial, y nuestros maridos, como son carpinteros, nos hicieron todo el local. Fue un proyecto familiar en el que todos nos implicamos, hasta mi hijo mayor, que nos hizo la parte gráfica, desde el cartel hasta las tarjetas de visita», cuenta Paola, y añade que este mes celebran su tercer aniversario.
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«Desde un principio nos planteamos que cualquier persona que pase por esta puerta tiene que sentirse bien, sentirse especial. Y esa filosofía nos ha funcionado, tanto para el negocio, como para nosotras, a nivel humano. Venimos contentas a trabajar, y eso que pasamos aquí todo el día. Y las personas regresan, se sienten bien. Desde mi punto de vista, eso es lo más importante: la satisfacción. Cuando uno hace algo que le gusta, se nota. Y creo que si te esfuerzas, si realmente crees en algo, lo puedes conseguir, las cosas resultan. Tal vez pudiera parecer una locura emprender algo hace tres años, pero aquí seguimos y hemos podido contratar a otra persona», concluye Paola.
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