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Julia Fernández
Miércoles, 27 de enero 2016, 02:10
Hay frases hechas que lo dicen todo, como «una más del equipo». Con estas palabras expresa Antía Fernández cómo se sintió en su primer partido con el Calasancias Coruña B, un equipo senior femenino de la segunda división gallega de voleibol. El domingo debutó ante ... un centenar de personas que acudieron para ver el choque contra el Boiro... y a ella. Al saltar a la cancha, con el uno a la espalda pese a ser la última en llegar, le temblaba todo. «Me quedé en blanco, en plan ¿cómo se llama este deporte?», bromea. Se repuso en cuanto vio la red y a las rivales.
Todavía hoy no puede disimular la sonrisa de satisfacción, y eso que perdieron por tres sets a cero. «Nos pudo la presión mediática», aclara. Su felicidad tiene que ver con una victoria personal en un camino que inició hace años: el de ser la persona que siente que es. Antía es la primera transexual que debuta en un deporte olímpico en España y lo ha hecho un día antes de que el COI diera a conocer en su web las modificaciones de las reglas que rigen la trayectoria de estos deportistas: ya no necesitan operarse para poder participar en los Juegos Olímpicos. Los que pasen de mujer a hombre podrán hacerlo sin problemas y los que sigan el camino inverso solo tendrán que someterse a terapias hormonales y haber controlado los niveles de testosterona.
«¿Quién me lo iba a decir?», se sorprende. No es la primera persona de nuestro país que cambia de sexo y consigue debutar en una competición -en noviembre, el aragonés Óscar Sierra se inscribió en la liga española de fútbol americano con el Zaragoza Hurricanes-, pero sí es la primera chica que lo logra y en un deporte que tiene hueco en Río 2016. Antía puede estar orgullosa por esto, pero también porque está superando con tesón, paciencia y optimismo su particular carrera de obstáculos. Se crió en el seno de una familia coruñesa muy conservadora y desde pequeña se enfrentó a «broncas fuertes» por no responder al nombre con el que la habían bautizado.
Curiosamente, el club donde ahora juega está vinculado a un colegio religioso que no ha puesto ninguna traba. «El domingo la directora, que es monja, fue a animarme al pabellón». Además, el centro ensalza la figura del Padre Faustino Míguez, que promovió la educación de las niñas en el siglo XIX. «Nosotros queremos que esto se trate como algo normal», reclama Luis Miguel Fernández, director deportivo del Calasancias y la persona que atendió la solicitud de Antía para entrar en el club, y apaciguó sus preocupaciones por la ficha federativa, que le habían negado en otro club. Le abrió la puerta al pabellón como ahora hacen sus compañeras con la del vestuario que ella todavía no usa. Prefiere ponerse el chándal e irse a casa. «Cada cosa a su tiempo», contemporiza. No tiene prisa en esta carrera que es más de fondo que de velocidad.
El problema de las mallas
Ya con cinco años, Antía reclamaba a quienes la conocían que la llamaran así, aunque todo era en vano. Lo único que conseguía era contestaciones como «¡este niño no hay quien lo enderece!». Lo cuenta sin resentimiento y lo encuadra en esa «insistencia social que hay para imponerte qué y quién eres» desde la infancia. En su caso, se esperaba que se hiciera un hombre.
- ¿Y usted qué quería?
- Que me bajara la regla. A los 14 me compré compresas.
La adolescencia fue difícil. No solo no llegó la menstruación, sino que empezó a salirle barba, su voz se volvió mas grave, ensanchó la espalda y el pecho seguía tan plano como siempre. En ese momento tuvo que asumir la distorsión, por dolorosa que fuera. Y sin dejar de practicar deporte, un área donde era más evidente todavía. «Jamás usé la protección para los genitales en hockey, dejé el patinaje de velocidad por las mallas y su envasado al vacío. Y cuando practicaba halterofilia, me iba sin pasar por el vestuario», reconoce. «Es lamentable que se prive y limite la existencia de los transexuales», suspira Pilar Neira, presidenta de la asociación Mulleres Deportistas Galegas (Mudegá), que ha arropado a Antía en su estreno deportivo.
- ¿En qué momento decide recuperar su identidad?
- Me lo planteé cuando mi pareja me enseñó un catálogo con varias modelos y me soltó: «¿A quién te gustaría parecerte?».
- ¿Y qué dijo?
- «¿Lo dices de verdad?». Luego, admití que sí, que me sentía mujer.
- ¿Siguió la relación?
- Un par de años más. Y a día de hoy somos buenas amigas.
En febrero de 2014 hubo otro momento clave. «Le pedí a un contacto que me tratase como a una chica por Facebook y yo a ella como un hombre». El experimento duró un mes y cuando terminó, Antía se quedó con el tratamiento femenino. Luego llegó el cambio en el vestir, la depilación, los pendientes... «Pero todo a su ritmo. No me puse la primera minifalda hasta hace ocho meses». Casi a la vez que estrenaba DNI. El proceso de tránsito continúa: ha empezado con la terapia hormonal y espera los plazos que le marca la Sanidad gallega para operarse. Aunque lo que más le cuesta es corregir a sus amigos de antes cuando se les escapa, sin maldad y por costumbre, el típico: «¿Qué tal todo, tío?».
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