Icíar Ochoa de Olano
Sábado, 16 de enero 2016, 00:53
Dicen que primero fue Rihanna; luego, Nicole Richie y, más tarde, les siguió la mismísima Jennifer Aniston. Pioneras o meras imitadoras, lo cierto es que todas ellas y muchas más han pedido a sus estilistas que les hagan unas granny mechas o mechas de abuelita ... al objeto de encanecer de manera artificial su cabellera. La enésima excentricidad de las divas -y de profesionales menos famosas; y si no miren el flequillo de Mónica López, la meteoróloga que pronostica el tiempo por las noches en TVE- se inspira, al parecer, en las damas de la Edad Media y del Renacimiento. Más en concreto, en sus abultadas pelucas de color blanco, símbolo de clase y refinamiento. Mientras las celebrities sucumben al último grito en materia capilar y se blanquean los cabellos en su neurótico y sempiterno sprint por (a)parecer renovadas, flamantes y vanguardistas, miles de mujeres, algunas famosas, la mayoría, anónimas, perpetran una silenciosa insurreción para hacer una peineta al tinte y fumar la pipa de la paz con ellas mismas y sus edades. Todo un salto sin red y con tirabuzón hacia la madurez.
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El movimiento, aún discreto en estas latitudes, avanza con paso firme al otro lado del charco, donde a las ciudades enviromentally friendly (amistosas con el medio ambiente) o a los hoteles gay friendly (amistosos con los homosexuales), se les unen ahora las gray or silver hair-friendly o peluquerías que están encantadas de tratar a clientes que se han desenganchado de los pigmentos y que saben cómo sacar el máximo partido al pelo sin aditivos. A los directorios de servicios que circulan por la red, se suman decenas de blogs en los que mujeres con edades que oscilan entre los treinta y los sesenta años se exorcizan ante el mundo para expresar la conmoción que sintieron durante largos meses hasta que su cabellera natural reemplazó a la coloreada y, también, para publicar las imágenes de un proceso que muchas de ellas describen como catártico. Si nos ponemos en sus zapatos por un instante, resulta embarazosamente imaginable.
«Fue en 2004. Estaba atravesando una fuerte crisis de pareja, hasta el punto de que me refugié en casa de mi madre. Un día, me miré profundamente al espejo y me pregunté ¿qué ves más allá de tu pelo y de tu ropa, Merel?, ¿quién eres?, ¿qué quieres?. Cogí unas tijeras y me corté mi precioso pelo. Sólo dejé un centímetro. Recuerdo que lo guardé en una cajita. Poco después descubrí que estaba embarazada. De mi sexto hijo. En los siguiente meses me convertí en una mujer medio calva y con canas que se hinchaba día a día. Aquello me hizo sentir por completo fuera de mi zona de confort».
El paso del tiempo ha atemperado aquella vivencia extrema «de aceptación» y la modelo holandesa Merel Marije Krielaart se permite ironizar cuando la evoca para este periódico. Tiene cincuenta años y una preciosa melena plateada por montera que enmarca su incontestable belleza. Desde las islas Pitiusas, donde dirige junto a su marido, Alok, y sus seis hijos Ibiza World Family, una colorista empresa de complementos que ellos mismos realizan a mano con materiales artesanales de todo el mundo, matiza su experiencia. «Ya nunca me he vuelto a teñir. Pero no vea en esto nada alternativo. Al contrario. Cuando vienen mis amigas holandesas veo los mismos pelos y las mismas caras de botox. Curiosamente, solo veo su edad. Y yo, cuando me miro y cuando miro a las personas, quiero ver la energía natural que emanan, el brillo de su pelo y de sus ojos. En definitiva, su aura. Porque lo que sale a través de tu rostro es lo que has sembrado por dentro».
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La periodista estadounidense Anne Kreamer fue una de las primeras en experimentar la metamorfosis y en contarla. Lo ha hecho en el libro Going gray (Dejándote canas). «Sentí que me desnudaba y que me quedaba así», sintetiza con crudeza. Tenía 49 años cuando se planteó drásticamente «dejar de intentar aparentar menos años». «Si me encontraba a gusto conmigo misma y con mi bagaje vital, ¿por qué entonces ese empeño por ponerme el color del pelo de una mujer joven?». A la inmisericorde reflexión le siguió un conjuro: el de «contrarrestar los daños de nuestra cultura y de mi propio miedo, y darme algo de amor».
Sofisticación o dejadez
Aunque las verdades compactas y estancas escasean, el estilista internacional de Vidal Sassoon Claude Bigler se atreve con una: «todas las mujeres que he conocido en mi vida que llevaban el pelo con canas naturales eran independientes, bravas y extraordinariamente seguras de sí mismas. Solo una mujer con estas características es capaz de prescindir del tinte», pontifica. Tal osadía capilar únicamente puede consumarse de forma exitosa en alianza con un corte impecable, advierte este peluquero del viejo Hollywood. «De esos que funcionan en mojado, sin necesidad de usar cepillo y secador. En blanco, en negro o en gris, la clave es simplicidad. Ese es el verdadero símbolo de la elegancia», receta.
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Jamie Lee Curtis, insumisa del tinte desde hace ya algún tiempo y fiel al corte pixie, bien podría encarnar el paradigma de mujer madura y poderosa a la vez. También la modista del punk y expelirroja Vivienne Westwood; la líder de Eurythmics, la rockera Annie Lennox; la fotógrafa de moda Annie Leibovitz, o la Meryl Streep metida a implacable Anna Wintour para El diablo se viste de Prada. Todas ellas, de rompe y rasga. Todas ellas, favorecidas por unas canas que parecen inocularles las virtudes de los postizos del Renacimiento más un plus de sofisticación y serenidad.
En tiempos de incertidumbre, los expertos en imagen no dudan en prescribirlas a sus clientes, casi todos, políticos, como si la acumulación de peridóxido de hidrógeno en los folículos pilosos -el fenómeno químico responsable de las arrugas en el cabello- conllevara un incremento de los niveles de credibilidad en el ndividuo. «Transmiten seriedad y sabiduría, e inspiran respeto. Al contrario de lo que pasaba antes, también empieza a funcionar así en ellas. Pero, en ambos casos, tiene que darse una premisa: que detrás de las canas haya una gran personalidad», precisan.
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En España, el número de disidentes femeninas del tinte es todavía discreto. «Hay pocos referentes que no sean del mundo del arte o de la moda. Se me ocurre Christine Lagarde (la directora del Fondo Monetario Internacional) o Rosa Oriol (propietaria de Tous). Y poco más. No hay arraigo estético y eso no anima a las mujeres de a pie a dejarse su pelo natural», observa Alberto Cerdán, uno de los estilistas nacionales más respetados. Pero esa no es la única razón de que no abunden las canas al aire. «Son un arma de doble filo», explica. «Si bien al principio te ponen años encima, luego es como si ralentizaran el proceso de envejecimiento, de manera que a los sesenta puedes aparentar perfectamente cincuenta», asegura el profesional navarro, propietario de una envidiable melena plateada natural y de unas manos que conocen el tacto del pelo de Claudia Schiffer, Noor de Jordania, Cate Blanchet, Bar Refali y Elsa Pataky. Por contra, «te obligan a llevar un buen corte, a usar productos específicos para que las canas no amarilleen y a estar maquillada o, en su defecto, bronceado los 365 días del año. De lo contrario, te hacen parecer un mendigo. La imagen es de total dejadez, tanto para ellas como para ellos, un auténtico horror», avisa sin remilgos Cerdán.
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