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jon uriarte
Sábado, 16 de enero 2016, 01:51
Tiene seis meses y ya le han votado para presidente del Congreso. Lo declararon nulo, pero ha conseguido más que muchos políticos en toda su vida. Hablamos del hijo de Carolina Bescansa, diputada de Podemos. El bebé más famoso, desde que a Paquirrín le salieron ... pelos en las piernas y perdió el puesto. Así que merece reflexión y Piscolabis. No del político, ya hay otras páginas, sino del humano. Porque más allá del gesto de esta recién electa política, que puede gustar o no, crece una corriente que a algunos nos sorprende y que pasa por convertir a los hijos en llaveros. Hay que llevarlos siempre encima. De lo contrario serás un mal padre y una peor madre. Es lo que algunos llamamos el 'síndrome del padre del béisbol'.
No hay película estadounidense, sea familiar, policíaca o de ciencia ficción, en la que no veamos a un padre que se pierde el evento más importante de su hijo. Ríanse del partido del siglo ese que tantas veces ocupa portadas, olvidando que dentro de dos meses volverá a hacerlo. Lo del béisbol es peor. Que el padre no vaya puede suponer que el chaval acabe arrastrando descalzo un carrito por las desoladas calles de Detroit. Y si no es por el progenitor será por ella. La madre. Que ahora es ejecutiva agresiva con maletín de Cartier y llega tan tarde que Buenafuente ya está en la cama. Y de tanto verlo en el cine, ha calado. Ahora hay quien se lleva a la descendencia a todas partes. Lo que no es bueno para ellos, ni para el resto.
Hace unos días me encontraba en un restaurante, de 60 euros por barba, para celebrar un asunto que no viene a cuento. A mi lado, otra pareja disfrutaba de su primera salida sin niños, desde que Franco era corneta. Y más allá, un grupo de hombres y mujeres cerraban un aparente acuerdo empresarial con una agradable cena. En esto entraron tres parejas, a razón de dos o tres menores por familia. El mayor no llegaba a los 5 años y el menor a los seis meses. Para más inri, era noche de reyes. Quizá por ello, más de un pequeño estaba de los nervios. O puede que sean siempre así. Porque uno se movía tanto que, por un momento, pensé que eran gemelos. «¡Niñooooos, no toqueeeeis esoooo», comentó con desgana y el espíritu de una ameba una de las madres, mientras tres de ellos tiraban al suelo las servilletas, movían todas las sillas y dejaban las mesas del comedor a punto de catástrofe. El camarero, veterano y padre de familia, intentaba torear el asunto con una sonrisa tamaño anuncio. Y, bien vista, igual de forzada. Le duró poco. Porque el resto de la velada fue como sentarse en el centro de una guardería. Ante las miradas de los presentes, uno de los padres, treintañero, soltó: «Es que son niños», y siguió dándole a la mandíbula. La pareja que intentaba disfrutar de su primera salida, tras dejar a sus hijos con alguien, no pudo aguantar. Se acercaron a la mesa del 'Armagedon' y pidieron que, al menos, evitaran que corrieran como pollos sin cabeza y a grito pelado.
Les llamaron de todo. «Los niños deben estar con sus padres», soltó al unísono una de las parejas. Y entonces, el resto, decidimos opinar. Ya que nos habían dado la cena, qué menos que decir un par de cosas. Dio igual. Eran una causa perdida. Y se da la circunstancia de que, como también hablaban muy alto, habían dejado claro que no eran precisamente del partido de Bescansa. Lo que confirma que en esto del «no sin mi hijo», las ideologías son lo de menos. He conocido padres y madres de todo tipo de creencia, tendencia, usos y costumbres. Y solo hay de dos tipos. Normales y absurdos. Los primeros intentan educar y tratar a sus hijos aplicando el sentido común. A veces se equivocan. Pero aprenden de los errores. Los segundos, en cambio, imponen la dictadura de lo políticamente correcto. Es decir, el postureo sentimental. Y eso incluye llevar al nene encima aunque sea al lugar más inapropiado, bajo la excusa de que eso es ser responsable. En realidad es puro egoísmo. Pretenden seguir con el tipo de vida que llevaban antes de tener hijos. Y eso incluye llevarlos al lugar donde expenden la última droga legal. Un local de hostelería. Donde hay, no lo olvidemos, alcohol. A lo que hay que sumar el tabaco que no se fuma dentro, pero sí fuera. De hecho, alguno de los padres y madres del restaurante le daba al pitillo ante sus hijos. Se ve que eso no importa. Pero si los progenitores egoístas irritan, también lo hacen los hiperprotectores.
Lo ideal es que los hijos crezcan en un entorno familiar feliz, donde padre y madre, o al menos una de las figuras, estén presentes. Pero tampoco eso nos asegura que saldrá bien. Un crío es como un melón. Por mucho que preguntemos a los expertos, nadie podrá asegurar cómo saldrá. Y tampoco si la ausencia de uno de los adultos supondrá que, en el futuro, vaya a convertirse en un ser problemático. Conozco muy bien a cierta familia cuyo padre murió dejando tres hijos. Uno de quince, otro de once y una niña que apenas superaba el año. Su viuda tuvo que ponerse a trabajar fuera de casa, mientras llevaba las riendas del hogar. Como es lógico, la pequeña sufrió la pérdida del padre, las ausencias de la madre y la pírrica educación familiar que le ofrecían sus hermanos. Pues bien, es la que ha salido mejor. Con un carácter excepcional, unos firmes valores, una carrera que sacó de un tirón y un trabajo fijo. Y, además, intenta ser feliz y hacer felices al los demás. Y los otros dos tampoco han salido tan mal. Díganme qué padre o madre no desearía algo así para los suyos.
Recordaba el caso de esta familia a lo largo de una semana donde la demagogia se ha puesto pañal y chupete. Todo el mundo sabe lo que hay que hacer y lo que no, con los niños. Pero pocos han dado la única clave. «Los niños tienen que estar con niños y en lugares adecuados para niños». Punto. Si no, la próxima vez que me aburra voy a un parque infantil, bebo un gin tonic en los columpios, tomo el sol en el tobogán y me lanzo de cabeza a la piscina de bolas. Y si a los niños y a sus padres les molesta, que se vayan a jugar a un restaurante. O al Congreso. Casi mejor que en el Senado, donde hay más viejos y peores toses. Al fin y al cabo, hay que pensar en la salud de los niños.
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