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Buret, de 11 años, fue reclutado en Sudán del Sur.
«Matábamos a la gente como si fueran termitas»

«Matábamos a la gente como si fueran termitas»

Hay más de 300.000 niños soldados. La mayoría, secuestrados y torturados. A algunos los lanzan drogados a primera línea de combate. Los que tienen suerte y son liberados solo quieren «ir a la escuela y aprender a leer»

Yolanda Veiga

Domingo, 29 de noviembre 2015, 01:40

A Samuel le sienta tan bien el uniforme... el de la escuela. Camisa rosa chillón abierta y desmangada en el recreo, pantalón azul marino, falda larga para las niñas. Tiene 14 años y está empezando a hacer amigos, los del equipo de fútbol que han montado en la escuela. Utiliza el balón como terapia, necesita olvidar lo que ha vivido. «No puedo hablar todavía de ello». Y por otros testimonios de niños y adolescentes como él sabemos que lo que nos imaginamos se queda corto. Samuel fue un niño soldado en Uganda, como otros 300.000 en todo el mundo.

El dato es orientativo, aunque uno solo sería ya demasiado, y lo facilita Unicef, que lleva años de cruzada contra los grupos armados que captan menores para utilizarlos en los conflictos armados que desangran República Democrática del Congo, Afganistán, Chad, Sudán... A Junior lo han rescatado con 17 años. Tarde pero a tiempo: «Matábamos a la gente como si fueran termitas. Cuando las termitas salen de su nido hay que matarlas a todas». Él se unió a la lucha para vengar la muerte de su padre, asesinado a manos de los rebeldes en República Centroafricana, donde se calcula que hay entre 6.000 y 10.000 niños soldado. «La muerte nunca me dio miedo. Antes de entrar en combate tomábamos drogas. Queríamos sentirnos como hombres, pero también necesitábamos no sentir nada». Mató al hombre que asesinó a su padre y dice que la sed de venganza empieza a remitir.

Unicef trabaja con Gobiernos y grupos armados en zonas de conflicto para liberar a los niños, un «trabajo muy laborioso» que da frutos que se viven como grandes victorias. En República Centroaficana hay sacado de la guerra a 300 menores. ¿Y luego? «Después hay que ayudarles a recuperarse de las atrocidades que les han hecho cometer o presenciar. Esos chavales se han desarrollado en un entorno violento y les han enseñado que las cosas se consiguen con las armas, a algunos les han obligado a matar a sus pripios padres para que rompan el vínculo o les han obligado a presenciar cómo otros asesinaban a sus familias. Por eso, cuando son liberados a veces la comunidad les rechaza, temen que tengan actitudes violentas, dicen que traen mala suerte... Las niñas tienen un riesgo añadido, a muchas las caotan para que sean las esposas de los altos mandos y regresan a la comunidad con hijos del bando enemigo y los suyos las repudian», relata Lorena Cobas, responsable de emergencias de UNICEF Comité Español.

Y alerta de que cada vez son más pequeños los niños que reclutan, desde los 5 años. «Los utilizan de porteadores, de cocineros y también en primera línea de combate. Cada vez se construyen armas de fuego más ligeras, lo que favorece que los chavales puedan combatir casi sin diferebncia respecto a un adulto. A veces los niños tienen miedoy les lanzan drogados a la primera línea».

2.133 euros para la reinserción

El desgarrador informe de niños en conflictos armados de Unicef sobre los detalla a lo largo de 58 páginas casos tremendos: un terrorista suicida de 14 años que hirió a once personal al detonar los explosivos atados a su cuerpo en Afganistán, cuatro niños de 9 y 10 años decapitados en República Centroaficana, 405 niñas y un niño de entre 7 y 17 años violados, 92 chavales mutilados en Chad, menores que confesaron que les golpearon y les orinaron encima las fuerzas de seguridad de Sudán del Sur, 150 chicos secuestrados en Alepo (Siria) cuando volvían a casa después de hacer unos exámenes...

En el otro extremo, Unicef prosigue con su incansable lucha con la campaña Ningún niño soldado, a la que se han adherido ocho países: Afganistán, Chad «que es el primero que ha empezado a cumplir los planes de acción», República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Sudán, Somalia, Yemen y Birmania. Pero la tarea es titánica. «En muchos países no hay registro de nacimientos y, además, es difícil saber a simple vista si un chaval tiene ya 18 años o en realidad 16. Por otro lado, hay que luchar contra su pripia cultura que les lleva a no considerar un niño a un chaval de 14 años. En República Centroafricana hasta hubo que poner carteles en los que se explicaba a la población que un niño lo era hasta los 18 años y que el país debía protegerles», advierte Cobas.

Los niños liberados regresan a casa si aún vive su familia o a una escuela de la que ya no se acuerdan. «Hay que trabajar con ellos porque si no, algunos ven que la única solución es volver al grupo armado. Hay menores que se unen a estos ejércitos porque no tienen qué comer, porque no tienen famiulia, porque creen que es la única manera de que alguien les proteja en medio de la violencia». Por eso la salida nunca la pueden hacer solos: «A los más mayores se les dan microcréditos para que puedan montar un negocio y algunos acaban convirtiéndose en activistas contra la utilización de los niños como soldados. Supimos de un caso de un chaval que al ser rescatado montó un grupo de rap y canta canciones con mensaje en República Democrática del Congo». Unicef cifra en 2.300 dólares (2.133 euros) el coste para la reinserción de los niños los dos años posteriores a la liberación.

Junior, el chaval que vengó la muerte de su padre está en el buen camino de la recuperación. Ha empezado «a reflexionar» y la conclusión es clara: «Nunca imaginé que mi país estuviera inmerso en semejantes luchas. Yo solo quiero paz, después de la paz viene la reconciliación».

Testimonios de cinco niños liberados en Sudán del Sur

James Jonh (13 años)

«Nuestros enemigos mataron a mi hermana, mi tía y a otros miembros de mi familia. Así que uní a la Facción Cobra, pero allí la vida no era buena. Teníamos que caminar mucho, a veces tres o cuatro días, llevando carga pesada. Lo que yo quiero realmente es ir al colegio, porque nunca he estado en una escuela y después de acabar mis estudios quiero ayudar a la gente de la comunidad, ayudarles a conseguir comida. Si tuviera hijos nunca les dejaría ser soldados».

Paul Steven (12 años)

«Me uní a la Facción Cobra hace tres años. No había nada para nosotros en Pibor, donde vivía, ni carreteras, ni hospitales, ni escuela... solo a veces había comida. Pero la vida en la Facción no es buena. No había descanso, los comandantes siempre nos estaban ordenando ir de misión, nos estábamos moviendo todo el rato. Incluso cuando estábamos cansado, los niños no teníamos descanso. Ahora quiero ir a la escuela, nunca he ido».

Simon (9 años)

«He pasado un año en la Facción Cobra. No he luchado contra el enemigo pero he practicado a disparar contra los árboles. Cuando había misiones importantes no me dejaban unirme porque era muy pequeño. Ellos decían que solo los mayores van a misiones serias».

Buret (11 años)

«Había mucho sufrimiento en nujestra comunidad. Nuestra gente se rebeló contra el Gobierno y yio decidí unirme a ellos. De todas formas, no estaba en la escuela ni tenía dinero. Yo era muy pequeño y ahora lo que quiero es ir a la escuela y aprender a leer».

David (15 años)

«No quiero ser soldado. Nunca llegaré a nada siendo soldado, solamente acabaré muerto si continuo con esto. Lo primero que quiero hacer es ir a la escuela y, después, estudiar Medicina».

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