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BORJA OLAIZOLA
Martes, 10 de noviembre 2015, 18:11
El río Bidasoa, frontera natural entre Francia y España, ha sido testigo de infinidad de acontecimientos históricos, pero pocos suscitaron la expectación del intercambio de princesas que se celebró con toda solemnidad el 9 de noviembre de 1615, hace ahora cuatro siglos. Las casas reales de las dos principales potencias de la época habían pactado cuatro años antes un trueque de herederas con fines matrimoniales: se trataba de zanjar sus constantes litigios y sentar las bases de una nueva etapa de colaboración. El intercambio de descendientes entre monarquías estaba entonces a la orden del día y constituía uno de los pilares de la política internacional. Se suponía que la sangre creaba unos lazos más duraderos que cualquier tratado, algo que la realidad se encargó de desmentir una y otra vez.
Las escogidas para el "sacrificio" eran Ana de Austria, de 14 años, e Isabel de Borbón, que acababa de cumplir los 13. La primera, hija mayor del rey Felipe III y de Margarita de Austria, había nacido en Valladolid cuando la corte se estableció allí. Fue educada junto a su hermano, el futuro rey Felipe IV, en un severo ambiente de religiosidad. Acostumbrada a la austeridad de la corte castellana, es muy probable que la infanta quedara deslumbrada cuando viajó a principios de noviembre de 1615 hasta la frontera para ser entregada a Luis XIII, su futuro marido.
El intercambio de princesas, que pasó a la historia como las "Entregas del Bidasoa", fue un acontecimiento social en toda regla, el primer paso de lo que serían las dos "bodas del siglo", y recibió una puesta en escena en consonancia. Se trataba de dejar claro el poderío de los reinos que decidían los destinos del orbe. Los encargados de protocolo de ambas casas reales trabajaron en firme durante los meses previos para poner a punto el escenario. En cada una de las orillas del río se levantó un edificio para que las comitivas pudiesen presenciar el acontecimiento sin perder detalle. En medio se construyó una gran plataforma donde se consumó el intercambio. Las princesas fueron trasladadas en barcas gemelas tiradas por cuerdas.
Hubo música de orquestas, intercambios de regalos y toda la carga barroca que acompañaba a dos cortes acostumbradas a rivalizar tanto en el campo de batalla como en la diplomacia. En los escritos que ocupaban el lugar de la prensa rosa de la época quedó constancia de la solemnidad del acontecimiento. Los principales artistas se hicieron eco de la ceremonia: Rubens representó la escena cumpliendo un encargo que le había hecho precisamente María de Médicis, la madre de la princesa francesa, para decorar el Palacio de Luxemburgo, mientras que Lope de Vega lo reflejó en su comedia cortesana "Las dos estrellas trocadas".
Primer cáncer documentado
Las infantas contraerían matrimonio en escenarios bien distintos: Ana de Austria se desposó con el rey francés Luis XIII en Burdeos mientras que Isabel de Borbón lo hizo en Burgos con el infante y futuro monarca de España Felipe IV. Aunque pasó a la historia como una buena reina, no se puede decir que la de Ana de Austria fuese una vida feliz. A Luis XIII le gustaban más los hombres que las mujeres, sobre todo cuando eran niños, lo que retrasó cuatro años la consumación del matrimonio. Instalada en el Palacio del Louvre, tuvo que hacer un cursillo acelerado de intrigas cortesanas para lidiar con su suegra, María de Médicis, y el Cardenal Richelieu, que le acosaban por su supuesto apego a los intereses españoles.
En 1638, veintitrés años después de haber contraído matrimonio, dio por fin a luz a Luis XIV. Con las muertes de su esposo y de Richelieu, Ana de Austria asumió la regencia en medio de un periodo turbulento. Los rumores de su supuesto amorío con el duque de Buckingham quedaron reflejados en la celebérrima "Los Tres Mosqueteros", que escribiría años más tarde Alejandro Dumas. Su actividad política menguó a medida que la enfermedad le devoraba. Es la primera mujer de la que se sabe a ciencia cierta que murió por un cáncer de mama.
A la francesa Isabel de Borbón las cosas no le fueron mucho mejor. A su marido, Felipe IV, le gustaban tanto las mujeres que tuvo 37 bastardos. A diferencia de los 8 hijos de la pareja, todos ellos con problemas de salud debido a la consanguinidad, los descendientes nacidos fuera del matrimonio crecieron sanos y robustos. Solo dos de sus hijos oficiales sobrevivieron: el infante Baltasar Carlos, que murió a los 17 años, y María Teresa de Austria.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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