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Pedro Ontoso
Miércoles, 4 de noviembre 2015, 01:24
Casi dos años y medio después del comienzo de su pontificado, el 'efecto Francisco' no ha perdido fuelle. Eso es, al menos, lo que piensan vaticanistas y observadores eclesiales de prestigio tras el resultado del reciente Sínodo de la Familia, que ha estado trufado de maniobras sucias y desestabilizadoras para cerrar el camino a cualquier apertura. El Papa ya sabe ahora dónde está la oposición, quiénes son sus líderes más activos y cuáles son las terminales mediáticas que les apoyan. Con el material que le han dejado obispos y cardenales prepara ya un documento una exhortación apostólica en lenguaje vaticano en el que pasará a limpio las propuestas y formulará por escrito como le demanda una parte importante de la dirección jerárquica de la Iglesia sus objetivos. Sobre esta cuestión. Porque tiene más frentes abiertos en los que sigue trabajando.
Ha habido un duelo entre rigoristas y aperturistas. Entre defensores a ultranza de la doctrina y las leyes y, en la otra parte, impulsores de cambios en la normativa eclesiástica. Entre quienes se sitúan junto a los intransigentes guardianes del dogma y quienes respaldan propuestas más avanzadas y audaces tras décadas de inmovilismo. Jorge Dezcallar, que fue embajador ante la Santa Sede tras ser cesado como director del CNI, se refiere a este ambiente de intrigas en su libro 'Mereció la pena' (Península). Dezcallar, que se ha pasado muchos años entre diplomáticos y espías, escribe sobre el entorno del Vaticano, «un mundo muy opaco y difícil de penetrar para los no iniciados porque bien se ocupan ellos, los monseñores de la Curia, de procurar que nada trascienda de lo que allí ocurre». Salvo que les interese para sus planes, como ha ocurrido ahora con el español Lucio Ángel Vallejo Balda. «Que no haya partidos ni sindicatos no significa que no haya grupos de presión o que los cardenales no tengan sus preferencias y se apoyen unos en otros para defenderlas», señala el diplomático.
Si algo ha demostrado este Pontífice es que escucha, que consulta, aunque la última decisión sea suya y la palabra del Papa es ley. Dezcallar habla del Vaticano como una monarquía absoluta de derecho divino, pero el mensaje que ha trasmitido Francisco desde el primer día que se asomó a la Plaza de San Pedro es que él llegaba como obispo de Roma. No quiere encarnar un poder de carácter absolutista. Por eso ha hecho dos sínodos en dos años y por eso ha querido dar autonomía a las Conferencias Episcopales de cada país.
Añoranza del 'viejo régimen'
Pero también ha dejado muy claro que no le gustan los obispos que buscan hacer carrerismo, ni los obispos de aeropuerto que desatienden sus diócesis. Quiere obispos que huelan a oveja, que sean auténticos pastores. Y les ha puesto deberes para que salgan más de los palacios episcopales. Lo hizo con la posibilidad de otorgar el perdón en casos de abortos y lo ha hecho ahora con la misión de discernir, caso por caso, la situación de los divorciados católicos que se han vuelto a casar y quieren acceder a los sacramentos. Son los obispos quienes tienen que establecer los criterios para esa evaluación, pero muchos quieren tener a mano un reglamento. Por eso el Papa les ha recordado que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra, sino el espíritu.
Parece evidente que a muchos obispos les cuesta bastante entender al Papa. Les cuesta seguirle el paso. Incluso algunos aprecian una distancia en sus esquemas mentales. Y también hay una añoranza del 'viejo régimen' de quienes se sentían muy a gusto con la vieja maquinaria. El Papa ha advertido sobre el peligro del inmovilismo y, como buen jesuita, ha abogado por leer los signos de los tiempos. Francisco ha instado, además, a los obispos de todo el mundo a evitar pasar de largo ante los gritos de la humanidad. Les ha recordado que el primer deber de la Iglesia católica no es distribuir condenas ni anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios. «Hoy es tiempo de misericordia», ha enfatizado.
En esa línea, con motivo del Año Santo de la Misericordia, se espera una cascada de gestos del Papa que tendrán un gran impacto social a nivel planetario. ¿Es suficiente?, se preguntan algunos teólogos y analistas, partidarios de que se realicen los cambios necesarios en el Derecho Canónico, en la norma de la Iglesia. Pero el Papa sigue su hoja de ruta, tanto en el seno de la Iglesia católica, como líder de los 1.254 millones de fieles, como en la plaza pública con movimientos de calado en la agenda diplomática mundial. Tras el deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos con un acuerdo histórico, ahora se ha embarcado en misiones más difíciles. El próximo día 14 recibirá al presidente iraní, Hassan Rohani, mediador imprescindible en la sangrienta guerra de Siria, y sus enviados especiales han iniciado un diálogo secreto con la República Popular China. Todos los papados acaban marcando una dirección.
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