¿Cómo estará el mundo dentro de 30 años?

2045, por fin el futuro

Enviaremos la basura al espacio, imprimiremos la comida y la ropa en casa, visitaremos a la familia en forma de holograma y los multimillonarios serán inmortales. Llega la ciencia ficción

Icíar Ochoa de Olano

Miércoles, 21 de octubre 2015, 02:21

La odisea va despacio. Ni en 2001 teníamos un megaordenador de tendencias homicidas, como el espeluznante Hal 9000 que ideó Stanley Kubrick, ni catorce años después nos desplazamos en coches o patines voladores, como vaticinó Robert Zemeckis. Y continuamos llevando nuestras prendas a la tienda ... de arreglos porque ni siquiera la ropa es autoajustable. Hoy, 21 de octubre de 2015, es el día al que el excéntrico Doc Emmet Brown transportaba a Marty MacFly de Regreso al futuro, a bordo de una máquina del tiempo con volante y neumáticos plegables. En el trigésimo aniversario del inicio de la exitosa saga que Steven Spielberg produjo para la gran pantalla, nos hemos propuesto reprogramar el DeLorean que llevó a Michael J. Fox de 1985 hasta la actualidad e introducirle nuevas coordenadas que nos permitan dar un salto de otros treinta años y echar así un vistazo al mundo en 2045.

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El despertar genérico de millones de personas, incluido usted, podría ser así: sus lentillas biónicas se conectan a la red. Le informan de la hora, de sus citas previstas para la jornada y de su estado general de salud. ¿Que se ha levantado con dolor agudo de garganta o conato de resfriado? En cuanto se vista, su ropa interior suministrará directamente a su torrente sanguíneo la dosis justa de paracetamol para tratar esos síntomas. No sonría escéptico. El profesor Babak Parviz, de la Universidad de Washington, ha diseñado ya las lentillas. Su «conexión» es aún «muy básica» pero, a mediados de siglo, «nos servirán para buscar información e, incluso, nos permitirán descargarla en nuestro cerebro», asegura.

El asesor de la NASA y presidente de World Future Society en América Latina, José Cordeiro, es capaz de sintetizar ese horizonte temporal en un puñado de líneas. «Para entonces, los habitantes del mundo tendremos acceso gratis a la red y llevaremos dispositivos incorporados con conexión continua a internet, lo que nos abrirá las puertas a todo el conocimiento humano, en cualquier parte del planeta, y sin las barreras lingüísticas actuales. Consumiremos alimentos más ecológicos y éticos. Tendremos carne cultivada sin necesidad de matar animales y será más nutritiva y barata», pronostica.

El antecedente para ello existe desde mediados de 2013. Fue entonces cuando Mark Post y su equipo de la Universidad de Maastricht alumbraron la primera hamburguesa artificial. Y de aquí a 2045 da para perfeccionarla, para que se pongan de moda las recreaciones de animales extintos y para que la Navidad de ese año la festejemos, por ejemplo, con un asado de carne de tigre de dientes de sable. Mientras que la comunidad de investigadores y científicos parece haber pasado por alto la zambomba -suponemos que seguirá sonando con la fricción de la vara de madera en el cuero-, nos anuncian que no será necesario trasladarse físicamente al salón de la casa de ningún familiar para participar en la cena de Nochebuena. El Skype del futuro permitirá ocupar una silla con tu holograma.

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Tampoco será preciso acudir a ningún comercio a comprar las viandas. Una impresora 3D producirá lo mismo el turrón según la receta de Jijona que un chuletón con el corte al gusto de cada convidado. «Lo que fabricaremos no será exactamente lo que se obtiene cuando se sacrifica una vaca, pero tendrá el mismo valor nutritivo y el mismo sabor», insisten desde Maastricht. La tecnología tridimensional nos proveerá de cartuchos con hilo de algodón, con lo que también podremos imprimirnos en casa nuestra propia ropa. Prendas antimanchas que nos calientan o refrescan, en función de la estación, que desprenden aroma a lavanda o a limón, o que cambian de color completarán nuestro fondo de armario.

De puertas para afuera de nuestros hogares robotizados -un software se hará cargo de gestionar la energía, el agua, los alimentos, los suministros de consumo y la reposición-, la población del planeta se habrá estirado para entonces otros 2.000 millones y llegará a los 9.000. Dos tercios de ellos se apelotonarán en ciudades y en megalópolis como Tokio, que reunirá a 38 millones de vecinos -esto es, como España descontadas Cataluña y Asturias- o Nueva Delhi, con 25, lo que desencadenará «graves desórdenes sociales si no se llevan a cabo planes para integrar a los más necesitados», alerta el Ministerio de Defensa británico en su informe Global Strategic Trends.

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Se acabó conducir

Prestigiosos arquitectos como Rem Koolhas o Jon Jerde, metidos a futurólogos por exigencias del guión, vislumbran las nuevas urbes con «centros mínimos», convertidos en algo así como parques temáticos del pasado, y «periferias enormes». Por ellas, los residentes transitarán en vehículos no pilotados que se ocuparán de decidir las rutas o de reaccionar ante imprevistos, o bien, en hipercoches movidos por hidrógeno -no contaminante- seguros y rápidos. Las grandes empresas privadas se adueñarán de los espacios de ocio, culturales y hasta naturales, y tanto la Administración, como sus servicios públicos, se volverán invisibles. Votaremos desde casa y muchos procesos ambulatorios e incluso algunas hospitalizaciones se llevarán a cabo en hoteles para pacientes.

Las vallas publicitarias nos reconocerán cuando pasemos por delante, como ya imaginó el grupo de expertos del Massachussetts Institute of Technology (MIT) contratado por Spielberg para dar forma a la ciudad futura de Washington en Minority Report. Y, a menos que en las próximas décadas se desarrollen materiales 100% biodegradables, los responsables de la Oficina de Gestión de Residuos Sólidos de Los Ángeles están convencidos de que la basura tendrá que enviarse al espacio.

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Los expertos coinciden en apuntar a un auge del teletrabajo. Sin embargo, se encogen de brazos cuando se les pregunta qué labores profesionales desempeñaremos desde nuestros domicilios. Habida cuenta de que los robots se ocuparán de todas las labores rutinarias productivas -la fabricación de bienes, la informática, la hostelería, el transporte, la agricultura...- «parece que solo quedarán para nosotros los trabajos relacionados con el propio contacto entre humanos y el área de ventas», aventura Moshe Vardi, doctor en la Universidad de Rice, en Texas, y destacado miembro de la sociedad tecnológica.

Entretanto, en 2045 la temperatura del planeta se habrá incrementado en dos grados centígrados, las lluvias decrecerán un 10%, el mar se tragará el delta del Ebro y cuatro de cada diez habitantes de la Tierra sufrirán escasez de agua. A cambio, habremos pisado Marte, el español será el idioma más hablado del mundo, la esperanza de vida alcanzará ¡los 142 años! y los ricos conquistarán la inmortalidad. Inspirado por la película dirigida por James Cameron y estrenada en 2009, el magnate ruso Dimitry Itskov ha puesto en marcha un proyecto en cuatro fases bautizado Avatar. Consiste en pagar millones de rublos a un equipo de investigadores para que desarolle la tecnología precisa para trasplantar su cerebro y su personalidad a un androide con su físico. Y, la cosa, dicen, va.

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Y en Silicon Valley se cocerá la economía, la moral y la política, que evolucionará de la democracia hacia la llamada noocracia o el gobierno de las mentes. Visto lo visto, de regreso a 2015, carpe diem y buenos alimentos. Lo demás es, por ahora, ciencia ficción.

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