Alfonso Basterra y Rosario Porto, durante una de las sesiones del juicio que comenzó el pasado 29 de septiembre.

Un mes para desentrañar el crimen de Asunta

El jurado popular deberá escuchar a 134 testigos hasta finales de octubre antes de emitir un veredicto

josé serrano

Domingo, 11 de octubre 2015, 01:22

Fue hace ya dos años y 21 días cuando el cuerpo de Asunta apareció tirado junto a una pista forestal en Teo, un pueblo situado a 15 kilómetros de Santiago de Compostela. Solo tenía 12 años. Poco duraron las primeras hipótesis: una fuga juvenil con ... un final trágico, un pederasta... Rosario Porto, abogada, y Alfonso Basterra, periodista de origen bilbaíno, eran los padres adoptivos de esta niña de origen chino a la que se arrancó la vida de cuajo. Pronto se convirtieron en los principales sospechosos. Y, poco después, en los únicos. Según los investigadores, prepararon el crimen con meses de antelación, pero su plan hizo aguas. Por los nervios, por su torpeza, o porque después de mentir una y otra vez a los agentes, su actitud nada tenía que ver con la que mostrarían unos padres compungidos a quienes habían matado a su hija.

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Bajo el cascarón de una familia modélica y respetable se agitaba un torbellino de desequilibrios -Porto, medicada, ya hablaba a su psiquiatra en 2009 de que quería morirse- y pasiones inconfesables. Se habían separado después de que ella, con suficiente dinero para no tener que trabajar, se echara un amante que estaba casado. Basterra, mientras tanto, malvivía. De hecho, como reconocía su propio padre tras su detención, era un calzonazos enamorado de su ya exmujer y atado a ella por una dependencia emocional y económica. El retrato que Ramón Basterra, su progenitor, hizo para la televisión -previo pago de 3.000 euros- sobre su hijo fue demoledor: «un pobre hombre que adoraba a su familia y que sería capaz de cualquier cosa con tal de dar gusto a su mujer». Eso sí, luego puntualizó. «De cualquier cosa no. Igual fue el encubridor». Terrible.

Con estos ingredientes, el mediático juicio que ha comenzado en Santiago no sólo se centra en los hechos concretos y en las numerosas incógnitas que todavía sobrevuelan el caso. Los sentimientos y el estado de ánimo jugarán un papel fundamental en el jurado popular -cinco hombres y cuatro mujeres elegidos tras una ardua preselección que ha demorado tres meses el inicio de la vista- que deberán determinar si Porto y Basterra, que se enfrentan a 20 años de prisión, son declarados culpables o no culpables. Más concretamente, deberán sentenciar si los acusados comieron con su hija el 21 de septiembre de 2013 en la casa de Basterra y, «de común acuerdo», le suministraron medicamentos para después asfixiara en la casa de campo de Teo, donde aparecieron unas cuerdas plásticas de jardinería muy parecidas (pero no idénticas) a las que se encontraron en la pista forestal donde fue descubierto el cuerpo de la niña. Para una sentencia condenatoria la ley precisa de una mayoría mínima de siete de los nueve votos, mientras que el veredicto que proclamaría su inocencia requiere de cinco votos.

Las estrategias y la capacidad de empatizar con el jurado de la acusación y la defensa se han revelado ya determinantes en un juicio que acaba de empezar. El abogado de Rosario Porto, el penalista José Luis Gutiérrez Aranguren, se ha esforzado de entrada en tratar de humanizar la imagen de su clienta. La que fuera cónsul honorífica de Francia en Santiago durante 10 años se ha presentado ante el jurado vestida de riguroso negro. Permanentemente aferrada a un pañuelo de papel, ha roto a llorar cada vez que mostraban imágenes de Asunta. Su abogado la ha presentado como una madre desconsolada e injustamente acusada de la muerte «de la niña».

Tras su maratoniana declaración de más de ocho horas, su letrado denunció que el interrogatorio al que le sometió la Fiscalía fue «inhumano». Una sesión que -dijo- sólo buscaba «agotar» a una persona que ya está derrotada «física y mentalmente». El penalista ha llegado a comparar el juicio con el «mal de Tutankamon» y denunció que la «categorización» con la que se expresan algunos testigos «denota falta de rigor». Por su parte, Basterra se ha mostrado una actitud altiva y arrogante, con continuos gestos de desaprobación que le han costado algún toque de atención del juez.

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La previsión es que la vista termine a finales de octubre. Y va para largo. Se espera la declaración de 134 personas, entre testigos y peritos (también los convocados por las partes). Será entonces cuando se sabrá si las pruebas confirman lo que creen los investigadores y lo es ya un hecho para la opinión pública: los padres de Asunta asesinaron a su hija.

El «hombre del semen»

Las defensas, en este sentido, se agarran como a un clavo ardiendo a su argumento de que el verdadero culpable sigue suelto en la calle. Y no dudan en señalar al «hombre del semen»: Ramiro Cerón, cuyo perfil genético coincide con el de la mancha de semen hallada en la camiseta que vestía Asunta cuando fue hallada muerta, y que llegó a estar imputado por este crimen. Su declaración el jueves como testigo por videoconferencia fue utilizada por las defensas para hacerle un interrogatorio duro. La estrategia era tratar de buscar «contradicciones» y arrojar «dudas» sobre su coartada, ya que el testigo aseguró haber pasado la tarde de la muerte de Asunta en compañía de su hermana y su novia en Madrid. Los letrados prestaron al testigo hasta que el presidente del tribunal intervino, que les recordó que el episodio del semen hallado en la camiseta de la niña está archivado por la Audiencia Provincial de Madrid, después de que se reconociese un fallo en los laboratorios centrales que provocó la contaminación de la muestra. El hombre fue imputado en su momento, pero después le fue levantada la acusación.

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Durante esta semana han prestado declaración testigos claves en la investigación y se han presentado pruebas que, si bien no determinan su culpabilidad, desmontan la versión que los acusados han mantenido hasta ahora. Un informático apuntó que los whatsapps de la pareja fueron borrados días antes del crimen. Pero una de las evidencias más concluyentes ha sido el visionado de las cámaras de seguridad ubicadas en distintos emplazamientos. Un perito recalcó que estas imágenes descartan que Porto realizase el trayecto que supuestamente hizo para traer de vuelta a Asunta desde la casa de Teo en la que, al parecer, fue asesinada. Del mismo modo, una joven afirma, sin género de dudas, que vio a Basterra en compañía de su hija por una calle del centro de Santiago, lo que desmonta su coartada.

Un teniente de la Guardia Civil explicó que, en un primer momento, la madre se mostró «reacia» a acudir a esta casa. Sin embargo, nada más llegar allí, Porto quiso ir al servicio y subió las escaleras «a paso acelerado». El teniente la siguió hasta una habitación en la que había una papelera que contenía la famosa «cuerda anaranjada». Los testimonios de cinco docentes confirmaron los episodios de «descoordinación» que sufrió Asunta después de que Basterra comprará Orfidal. Los conocidos «polvos blancos» que, según confesó a una profesora, le habían hecho dormir dos días. «No tuve alergia. No sé lo que me están dando y nadie me dice la verdad», le dijo la niña.

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