iratxe gómez bringas
Domingo, 11 de octubre 2015, 01:19
En los mapas me pierdo, por sus hojas navego. Ahora sopla el viento, cuando el mar quedó lejos hace tiempo... Parte de la letra de esta canción -Pájaros de Barro, de Manolo García- guarda relación con la aventura de Javier Díez. Este bilbaíno de ... pro, criado en Indautxu y remero de trainera durante trece años, se echó la mochila encima para buscar una salida laboral en Noruega. Hace cuatro años que aterrizó en el país escandinavo con billete solo de ida. Sin conocer a nadie y sin nada más que su persona, se plantó en tierra nórdica y preguntando todos los caminos le llevaron a la mar. Durante tres años ha navegado por aguas frías, pero en uno de los atraques en puerto conoció a una escandinava con la que tiene un hijo de siete meses. Su nueva familia hizo que buscara un trabajo en suelo firme hace poco más de un año, dejando lejos la mar.
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La mayoría de las empresas noruegas tienen jornada continua. Así que se sale del trabajo pronto para ir a casa porque todos los comercios cierran a primera hora de la tarde. «A las 5 ya estamos cenando. Imagínate mi primera Navidad, qué impresión cuando vi que era tan pronto», comenta con una sonrisa Javier Díez. Por las calles no se suele ver un alma. Menos aún en invierno, cuando las nevadas lo cubren todo de una capa blanca. «Al principio me hacía gracia, hasta que se convierte en una rutina el tener que levantarte antes para ir con la pala a quitar la nieve de la casa y poder sacar el coche». Y, sí, los sueldos son altos, pero la «vida es carísima». «Ir a un restaurante es una fiesta», confiesa este bilbaíno. Y es que una cerveza cuesta entre 8 y 9 euros.
Este marinero siempre ha sabido salir para adelante. Desde bien joven, se puso a trabajar con su padre como representante textil. Una tradición profesional que aún mantiene, pero a la que solo puede destinar un par de meses al año. Una excusa perfecta para regresar a Bilbao y ponerse al día. Pero todo le encamina hacia Noruega, el país al que decidió ir después de barajar otras opciones. «En 2011 bajó el número de clientes por el cierre de muchos comercios de moda. Sacaba la mitad de lo de antes. Así que pensé que era el momento de buscar una salida en el extranjero», relata.
En su historial de viajes existe una larga lista de destinos que le ayudaron a practicar el inglés. Pero a la hora de decidir un país donde «probar», recordó la experiencia de su hermana quince años antes en Noruega. «Fui a ver que pasaba. Si no, siempre me podía dar la vuelta. Aunque lo veía complicado, porque solo tenía experiencia como comercial». Llegó en pleno invierno, con todo nevado, y pasó solo unas semanas muy duras, en las que tocó las puertas de muchas empresas. Por fin, consiguió su primer trabajo en el puerto descargando bloques de pescado. Entre los trabajadores sobresalían los polacos y lituanos.
Un empleo muy sacrificado, en el que invirtió casi todo su tiempo. «Depende del tamaño del barco, llegué a trabajar 35 horas seguidas. Eso sí, pagaban muy bien», reconoce. Tenía un descanso de treinta minutos cada cuatro horas, y otra vez a la tarea. Al cansancio se sumaban las gélidas temperaturas del exterior y del congelador, a menos de 35 grados. «Así pude aguantar un tiempo, pero lo dejé porque iba a reventar», recuerda. Él aprovechó esa temporada trabajando en el puerto para tantear posibles puestos como marinero. Y al final un armador se fijó en él y le concedió una oportunidad. Se embarcó en mayo de 2012 con un bote de pastillas para el mareo. Por si acaso. Su primera travesía fue de tres meses en un bacaladero.
Un año por maternidad
«Trabajábamos a turnos y yo hacía de todo. Sacar la pesca de la red, limpiarlo, meterlo al congelador... No tenía ni idea, pero copiaba a los demás». Seis horas de faena y seis horas de descanso, así de forma continua. Y, cuando había mucho pescado, el descanso se reducía a cuatro. Este bilbaíno se embarcó ilusionado, todo para él era una novedad. En alta mar, navegó por las islas de Svalbard. Ya en tierra, pensó que era buen momento para regresar a Euskadi y poner al día su cartera como comercial de ropa. Fue un mes. Le volvieron a llamar y se embarcó de nuevo otros tres meses. «Cogí carrerilla en este trabajo como marinero. La mitad de los que estaban ahí eran rusos y noruegos. Pero al principio no me hablaban, hasta que demostré que era capaz».
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El vaivén del barco estaba a punto de terminar. Una decisión que tomó al conocer a su actual pareja. «Casi no nos veíamos porque cuando estaba en Noruega trabajaba en alta mar, y luego venía otra temporada a Bilbao unos meses». Dejó la navegación y la pesca para pisar suelo firme. Y encontró un nuevo empleo como repartidor en una empresa de lavandería, que distribuye a hospitales y grandes empresas. «Lo que quería era dormir en casa cada noche». Concretamente en Alesson, al norte de Bergen. En una casa de madera y dominando cada vez más el noruego. No ha necesitado dar clases porque lo practica con la familia de su pareja.
Lo que más destaca Díez de este país escandinavo es que saben valorar la actitud y la aptitud. «No hay problema para encontrar trabajo, te dan la oportunidad. También conozco casos de gente que se ha vuelto sin nada. Pero si quieres y echas ganas, puedes tener un contrato». Es uno de los países más democráticos y seguros del mundo, además de tener una tasa baja de paro y contar con muchas ayudas para la conciliación familiar. Las guarderías están subvencionadas y las mujeres tienen un año por maternidad y dos con reducción de jornada.
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El ocio es bien distinto al estilo de vida de Euskadi, pero lo compensa al viajar un par de meses al año a su casa. ¿Dónde se ve viviendo en el futuro? «Cada vez veo más seguro que me voy a quedar en Noruega. Nuestro hijo va a empezar la guardería, y la educación es muy buena». A pesar de que su pareja está dispuesta a mudarse al País Vasco, el mayor hándicap es que ella no puede encontrar un empleo en Bilbao sin saber castellano, mientras que Javier sí puede trabajar allí sin saber noruego. De momento, aprovecha el tiempo al máximo. Por ejemplo, saliendo a pescar en el barco del hermano de su pareja para comer pescado fresco.
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