Despunta el otoño en el Valle del Pas.

Pastos, cuevas y agua

Una alfombra verde que a ratos se vuelve ocre, salpicada de cabañas, se extiende infinita entre montañas en un paraje de gran belleza, que esconde la historia de nuestra evolución

IRATXE LÓPEZ

Jueves, 8 de octubre 2015, 23:19

Los Valles Pasiegos cántabros podrían servir de inspiración a cualquier pintor paisajístico. La mano del hombre, las lluvias y el tiempo han impuesto a esta comarca una amplia paleta de verdes que visten de parcelas aterrazadas las montañas. Los primeros pobladores del conjunto territorial que ... hermana las cuencas fluviales de los ríos Pas, Pisueña y Miera no lo tuvieron fácil. A su llegada encontraron un hermoso entorno plagado de montes y valles que no ponía sencilla la asignatura de ser ocupado.

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Durante más de cinco siglos de esfuerzo y trabajo, de dividir la tierra para aprovecharla con fines agrarios y ganaderos, consiguieron gestar uno de los parajes antrópicos más peculiares de toda la cordillera cantábrica. Un espacio confeccionado a base de parches herbáceos de diversos tonos, desplegados sobre la tierra como una colcha de patchwork cosida con porciones de pradera en vez de retales.

La lucha diaria de aquellas gentes por robar a la naturaleza lo que no estaba dispuesta a regalar desarrolló su peculiar carácter. Los habitantes impusieron al lugar un estilo de vida recio, pausado y tradicional, hilado con susurros y calma, tal vez por miedo a que la madre recién conquistada se revolviera contra ellos por la descortesía de haber entrado en el hogar sin pedir permiso a la anfitriona. Allá por el año 1011, Sancho de Castilla otorgó al monasterio de Oña el derecho de uso de sesteaderos y pastizales a los ganados del clero.

Más tarde le tocaría a la nobleza y después a los Monteros de la Guardia Real de Espinosa. Los pastores enviados por Oña decidieron abandonar el nomadismo y establecerse en el lugar. La permisividad de unos vecinos con otros se convirtió en el único soporte legal del asentamiento. Ocuparon laderas, edificaron cabañas y cerraron para uso individual los antiguos pastizales de uso colectivo. Comenzaba el modelo de ocupación pasiega al que seguirían en el siglo XVII las primeras iglesias, alrededor de las que se asentaron las comunidades. Hasta que en 1682 consiguieron la independencia y el estatuto de Villas Pasiegas de Realengo tres de esas comunidades: San Pedro del Romeral, San Roque de Riomiera y Vega de Pas.

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El mismo número de valles, coincidentes con el flujo de tres ríos, divide ahora los límites del territorio. Se trata de los valles del Pas, Miera y Pisueña. Todos pasearán por estas páginas para mostrar, desde el sector occidental al oriental, una parte de Cantabria que aún hoy en día resulta desconocida para muchos, a pesar de su indudable belleza y originalidad.

Dentro de la tierra

Los mayores tesoros del Valle del Pas son subterráneos, aunque por suerte para los turistas acaban aflorando a la superficie o pueden ser visitados a pesar de encontrarse ocultos. Se trata de sus manantiales y cuevas. Los primeros humanos que habitaron la región debieron hacerlo hace más de 120.000 años. Diversas cavidades demuestran su afición por pintar habitáculos y santuarios con representaciones rupestres que han quedado impresas en Puente Viesgo dentro del El Castillo, La Pasiega, Las Monedas y Las Chimeneas, declaradas Patrimonio Mundial por la Unesco.

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Bisontes, ciervos, caballos y extraños símbolos adornan las paredes de este conjunto excavado en la roca cuyo máximo exponente es El Castillo (martes a domingo de 9.30 a 14.30 y 15.30 a 19.30 h. 942598425). Allí convivieron los últimos Neardentales con los primeros Sapiens y su yacimiento arqueológico ayudó a que el alemán Hugo Obermaier estableciera la secuencia cultural de la Prehistoria.

No por afición al arte rupestre sino por la actividad termal han sido concentrados en esta localidad más de una vez los mejores jugadores de fútbol españoles. Las aguas de Puente Viesgo son aprovechadas desde el siglo XIX debido a sus propiedades terapeúticas, así que si quieres parar a darte un chapuzón en el spa o contratar algún tratamiento es posible que te ayude a mejorar enfermedades reumáticas, digestivas, nerviosas, ginecológicas e incluso cardíacas.

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MUSEO DE LAS VILLAS PASIEGAS

  • Una cuadra para el ganado es lo primero que encuentra el visitante al acceder a este modesto museo que representa partes de la cabaña pasiega tradicional. Los diferentes útiles, que hacían algo más fácil la complicada vida de los habitantes de estos valles, se reparten a lo largo y ancho de dos plantas en la antigua ermita de San Antonio, dos pisos que reflejan además las costumbres de la zona. Abajo se apilan los utensilios de la industria mantequera y quesera que ha dado prestigio gastronómico a estos valles. En la planta superior existen paneles que informan sobre el folklore, tradiciones musicales, deportivas, sociales y culturales.

  • (Vega de Pas. 2 euros. Martes a domingo 11.00 a 14.00 y 16.00 a 19.00 h. 942 595 053)

Caminando por el pueblo posa los ojos en el palacio de Fuentes Pila, de estilo montañés, y la neorrománica iglesia de San Miguel, además de en el archiconocido Gran Hotel Balneario. Aguas arriba del valle, Ontaneda acogió la primera casa de baño en 1833 -hoy desmantelada- aunque siglos antes los romanos, muy despiertos para esto del ocio activo, chapoteaban en los manantiales donde se han encontrado monedas con el rostro de Nerón, Constantino o Vespasiano.

Edificios con alma

Si buscas la ruta de los edificios emblemáticos, rumbo al sur, en Soto Iruz, asienta sus cimientos con firmeza el monasterio franciscano, antiguo hospital de peregrinos, con su curiosa torre octogonal. Más abajo, la iglesia de Santa Cecilia en Villasevil muestra orgullosa su románico del XII. En Corvera de Toranzo destaca la casa solariega de Díez-Villegas mientras que en Acereda habrá que detenerse ante la iglesia parroquial de la Asunción (s. XVII), ambas declaradas Bien de Interés Cultural. La cuna del genial escritor Francisco de Quevedo aguarda en Vejorís, donde lo más destacable es la iglesia renacentista de Santo Tomás (s. XVI) que domina el pueblo.

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La siguiente parada hazla en Alceda con su balneario, distinguido antaño como uno de lo más caudalosos del país. Levantado en 1842, cuentan las crónicas que sus aguas sulfurosas arrojaban cada 24 horas más de tres millones y medio de litros de agua a 26,87 grados centígrados. El núcleo de la localidad, Bien de Interés Cultural, alberga ejemplos de arquitectura civil montañesa del siglo XVII como los palacios de Mercadal y de Rueda Bustamante y la rorre de los Ceballos.

Después, en Vega de Pas sorprende la plaza, pasiega hasta la médula, con su imponente iglesia en honor a Nuestra Señora de la Vega. No impone menos, por terrorífico, el abandonado túnel de Egaña que, a pesar de sus siete kilómetros de longitud, jamás ofreció ningún servicio. Quinientos sesenta presos republicanos lo construyeron, tantos que para alojarlos hubo que crear dos nuevos poblados en cada lado del túnel, localizados en Vega de Pas y en la localidad burgalesa de Pedrosa de Valdeporres.

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Tranquilidad y típico paisaje, repleto de cabañas y pastizal, imperan a partir de ese punto hasta San Pedro de Romeral, una de las tres villas pasiegas. Allí el tiempo duerme la siesta amparado por costumbres ancestrales como la de mudar la cabaña ayudándose de cuévanos cuya elaboración, a base de varas de avellano, es totalmente artesanal.

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