Pascual Perea
Domingo, 20 de septiembre 2015, 01:22
Fue el motín más famoso de la historia. Sobre él se han escrito ríos de tinta y se han rodado obras maestras del cine protagonizadas por estrellas de la talla de Errol Flynn, Marlon Brando o Anthony Hopkins. Durante siglos se han discutido ... con pasión las razones y culpas de sus protagonistas y se han ensalzado las increíbles gestas marineras que llevaron a cabo. La historia de la rebelión del 'Bounty' encierra episodios de valentía, pasión, venganza y crimen, además de algunos misterios aún sin resolver.
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El 'Bounty', un buque carguero construido en los astilleros ingleses de Blaydes en 1783 con el nombre de 'Bethia' y adquirido por la Armada británica cuatro años después de su botadura, se hizo a la mar el 23 de diciembre de 1787 desde Inglaterra en un viaje sin retorno. Su capitán, el teniente William Bligh, marino veterano pese a su juventud -tenía sólo 33 años, pero llevaba en la Marina desde que era un niño de seis-, que había servido a las órdenes del capitán Cook en su última expedición, tenía la misión de navegar hasta Tahití para cargar árboles del pan y transportarlos hasta Jamaica, donde serían replantados. El Gobierno de su graciosa majestad confiaba en que los plantones se aclimataran bien al terreno caribeño y sus frutos ofreciesen un alimento barato para mantener a los esclavos que trabajaban en las plantaciones de caña de azúcar.
El 'Bounty', un sólido buque de tres mástiles que desplazaba 220 toneladas, de 27,7 metros de eslora y 7,4 de manga, armado con cuatro cañones de cuatro libras y diez cañones ligeros y tripulado por 44 hombres, navegó sin problemas hacia el Atlántico sur y puso rumbo al Cabo de Hornos con el propósito de adentrarse en el Océano Pacífico. Sin embargo, el mítico cabo hizo honor a su terrible fama. A lo largo de treinta durísimos días, el barco luchó denodadamente contra los fuertes vientos de proa y una mar formada que le impedían progresar. Con sus velas cuadras, foques de cuchillo y líneas panzudas, el buque estaba mucho mejor preparado para navegar de través y empopada que para ceñir contra el viento. Azotado por los chubascos y el oleaje, las escasas millas que ganaba un día las perdía al siguiente, en una lucha extenuante que agotó a los hombres y los ánimos. Finalmente, Bligh se rindió al poder de los elementos y ordenó virar en redondo. Navegar hasta Tahití por el cabo de Buena Esperanza y al sur de Australia y Nueva Zelanda significaba, como poco, triplicar la distancia a recorrer, pero era la única alternativa que quedaba a su castigada tripulación.
El 25 de octubre de 1788, después de diez meses de navegación y con un gran retraso sobre lo previsto, el 'Bounty' echó el ancla ante las paradisíacas playas de Tahití. Hasta ese momento, y pese a las acusaciones de comportamiento tiránico que mucho más tarde se verterían sobre él, Bligh no había mostrado rasgos de crueldad excesiva, y mucho menos si lo comparamos con los estándares de la época, cuando era habitual emplear el gato de nueve colas para corregir la más mínima falta de indolencia o indisciplina de la chusma del castillo de proa. "Hasta esta tarde mantenía la esperanza de hacer todo el viaje sin tener que castigar a nadie", escribió con pesar en su cuaderno de bitácora el 10 de marzo de 1788, cuando ya habían transcurrido diez semanas desde que zarparon de Inglaterra rumbo a los Mares del Sur y se vio obligado a ordenar que un hombre fuera azotado.
Aunque la Historia ha condenado a Bligh como el capitán despótico cuyo sadismo y crueldad provocaron el motín, en realidad era un hombre ilustrado, formado en las nuevas ideas e interesado en los avances científicos, que creía más en las virtudes de una dieta adecuada y una tripulación limpia y sana que en el poder del látigo para culminar con éxito una singladura. Así, impuso a sus hombres medidas higiénicas poco habituales y hasta ejercicios para mantenerlos activos y en forma, instauró tres guardias diarias en lugar de los tradicionales dos turnos de doce horas, e incluso contrató de su propio bolsillo para la travesía a un violinista con el encargo de amenizar con su música la rutina a bordo y hacer que los hombres bailaran; unas medidas muy avanzadas en aquella época previa a la Revolución que estaba a punto de estallar en Francia. Mientras estuvo al mando de la 'Bounty', únicamente dos hombres a su cargo murieron: un marinero a causa de una infección y el médico de a bordo, por culpa de lo que entonces se conocía como postración. La cifra era extremadamente baja en un mundo donde los marinos constituían mera carne de cañón reclutada en levas -a menudo forzosas- entre la morralla humana que pululaba por los puertos.
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Traición en el paraíso
Es mucho más probable que el origen de la rebelión se gestara en las doradas playas de cimbreantes cocoteros que se extendían ante el navío. Los polinesios ya conocían a los europeos y sentían gran aprecio por Cook, que había fondeado en esa misma bahía y les había agasajado con cuentas de vidrio y otras baratijas a cambio de agua y víveres. Así que, a la llegada del gran barco de velas blancas, una flota de canoas cargadas de sonrientes remeros y hermosas muchachas tahitianas adornadas con guirnaldas de flores se acercó a la nave para darle la bienvenida y subir a bordo sin reparos ni pudores. Después de diez meses de penalidades sin cuento, aquella visión paradisíaca hizo pensar a más de uno que había alcanzado el cielo.
Para mayor gozo de la tripulación, el fracasado intento de alcanzar Tahití por la ruta del Oeste causó tal demora en sus planes que resultó imposible recoger los árboles del pan en el momento propicio para su traslado al Caribe, por lo que se hizo imprescindible esperar cinco meses en la isla. El capitán Bligh mandó construir un asentamiento en tierra firme, del que responsabilizó a su segundo, Christian Fletcher. Los hombres sucumbieron con gran rapidez a los placeres del trópico, y muchos convirtieron a las nativas en sus concubinas; el propio Fletcher se casó con una de ellas. Mientras tanto, el carácter de Bligh se iba avinagrando viendo que la tripulación disciplinada y dura de la Royal Navy se transformaba día a día en una caterva de tipos indolentes y abúlicos.
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Pero todo pasa y el 4 de abril de 1789, con los brotes de árbol del pan estibados a bordo y gran parte de tripulación mirando a la costa con melancolía, el 'Bounty' levó anclas y desplegó sus velas para partir hacia el Caribe. Bligh, que durante su forzada inmovilidad había tenido varias disputas con Fletcher, se impuso la tarea de imponer de nuevo la disciplina a bordo. El descontento se extendió con rapidez entre una parte de la tripulación al verse amonestada por menudencias. El propio Fletcher, encargado de imponer la autoridad, fue abroncado en público varias veces por su quisquilloso capitán. Era un joven de noble familia, poco acostumbrado a los desplantes, y cada vez que se retiraba con las orejas ardiendo de humillación crecía su resentimiento.
En la mañana del 28 de abril estalló la rebelión a bordo. Al alba, y con Fletcher como cabecilla, once amotinados se hicieron dueños del barco tras apoderarse de los mosquetes de la armería y encerrar al capitán en su camarote. Lo narraba así el propio Bligh en una carta dirigida a su esposa, Betsy: "Él (Christian) y varios otros entraron en mi camarote, mientras estaba dormido, y me apresaron. Con las bayonetas desnudas en mi pecho, me ataron las manos a la espalda y me amenazaron con matarme al momento si decía una palabra. A pesar de todo pedí a gritos ayuda, pero la conspiración estaba bien urdida y las puertas del camarote de oficiales custodiadas por centinelas, por lo que Nelson, Peckover, Samuels o el maestre no pudieron venir en mi auxilio. Fui luego arrastrado a cubierta en camisa y fuertemente custodiado. Le pregunté a Christian las razones de ese acto de violencia y villanía, pero sólo pudo responder: "Ni una palabra, señor, o estás muerto".
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El resto de la tripulación permaneció indeciso; unos pocos se atrevieron a oponerse a los sediciosos, aunque de forma pacífica. Cuando Bligh fue llevado a cubierta, lamentó ante Fletcher haber sido traicionado por alguien a quien había tratado "como a un hijo". El joven, por su parte, le acusó entre lágrimas de haber hecho de su vida "un infierno". El cabecilla de los amotinados ordenó arriar un bote y meter en él a Bligh y a quienes quisieran seguir su suerte. Pese a que abandonarles en mitad del Océano Pacífico era lo más parecido a una condena a muerte, la mayoría de los marineros se mostraron leales a su capitán y dispuestos a acompañarle en su destino. Finalmente, 18 tripulantes embarcaron con Bligh en el bote, provistos solamente de un reloj y un sextante para orientarse, cuatro sables, comida y agua para unos pocos días y una vela para impulsarse. Uno de los hombres pidió a Fletcher que les diera una brújula, pero este se negó. Por falta de espacio a bordo, cuatro marineros leales a Bligh se vieron obligados a permanecer en el 'Bounty' con los insurrectos. La chalupa, de apenas siete metros, estaba tan cargada que la borda apenas sobresalía un palmo del agua.
Bligh permaneció en pie, mirando al 'Bounty', hasta que su barco se perdió de vista en el horizonte. A bordo del navío, Fletcher miraba a su vez la pequeña lancha atestada de gente, con un nudo en la garganta. A unos les esperaba un futuro de permanente huida, con el cadalso como final si eran prendidos por la larga mano de la corona inglesa, que dominaba los mares conocidos. A los otros, una azarosa supervivencia en medio de un mar inmenso, a merced de los elementos, la sed y el hambre y a miles de millas de distancias de cualquier lugar civilizado.
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Próxima entrega: la odisea del capitán Bligh
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