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pedro san juan
Viernes, 4 de septiembre 2015, 09:07
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se convirtió el miércoles en el primer mandatario de la historia de su país que cruza el Círculo Polar Ártico en una visita oficial. El suyo fue un gesto de hondo calado que pone de manifiesto el creciente ... interés de las grandes potencias por una región hasta hace poco considerada un desierto de hielo sin valor geopolítico y hoy codiciada por sus grandes reservas energéticas y sus posibilidades de convertirse en una ruta marítima muy transitada.
Uno de los últimos en sumarse a la disputa fue Dinamarca, al reclamar una amplia zona de la plataforma continental ártica, incluido el mismísimo Polo Norte y los potenciales recursos energéticos de su subsuelo. El territorio que considera propio lo constituyen aproximadamente 895.541 kilómetros cuadrados del lecho marino del Ártico: un área 20 veces más grande que la propia Dinamarca. Justifica la reclamación por un estudio que asegura que Groenlandia, también bajo bandera danesa, está conectada bajo el hielo del Ártico con el Polo Norte a través de la cordillera submarina de Lomonosov.
El año pasado, Rusia transportó la primera carga de petróleo extraído por encima del paralelo 66, que marca el inicio del Círculo Polar Ártico. En 2007 se extrajo por primera vez gas en la región, aunque en aquella ocasión se trataba de una explotación de la empresa noruega Statoil y su destino fue el puerto de Bilbao. Desde entonces muchas cosas han cambiado en el Ártico, y a un ritmo difícilmente imaginable. «Hace unos años navegaban por el Ártico cuatro buques, en 2013 fueron cien y un año después , 400 o 500», explica Paul Wassmann, de la Universidad del Ártico de Noruega.
La gran mayoría de estos buques navegan por la ruta del Noreste, siguiendo la plataforma siberiana, o incluso por posiciones más cercanas al Polo Norte, pero se espera que a partir de 2030 o 2040 la ruta de navegación preferente sea el legendario Paso del Noroeste, a través de las costas de Groenlandia y Canadá hacia el Pacífico. «Aunque, teniendo en cuenta que en el Ártico muchas predicciones se están quedando obsoletas incluso antes de publicarse -dice Carlos Duarte, investigador del CSIC y de la Universidad de Australia Occidental-, esta ruta podría quedar abierta, tanto en verano como en invierno, mucho antes». Y siguiendo la idea de que «este negocio es tan importante que no se puede dejar al capricho de la naturaleza», los rusos ya han creado la flota de rompehielos atómicos más potente del mundo -la Rosatomflot-, que les permitiría romper ese hielo cada vez más frágil incluso en invierno.
Una carrera por los recursos
La preparación de los rusos no es casual. Ellos están en el principio de esta batalla, cuando en una expedición sin precedentes el batiscafo Mir-1 se posaba el 2 de agosto de 2007 sobre el fondo abisal para plantar una bandera rusa de titanio directamente en el Polo Norte. El movimiento fue seguido por el anuncio de Canadá de que construirá un puerto de aguas profundas en el Pasaje del Noroeste; mientras, Dinamarca enviaba a sus científicos a cartografiar el suelo marino al norte de Groenlandia para cargarse de razones con que apoyar sus supuestos derechos territoriales, los guardacostas estadounidenses iniciaban una misión similar al norte de Alaska y Noruega ponía a funcionar la primera operación de gas en el Ártico fuera de Alaska. Todas las cartas sobre la mesa.
Durante la Guerra Fría, los submarinos estadounidenses y soviéticos navegaron bajo las gélidas aguas del Ártico. Pero ahora que el calentamiento global lo ha hecho más accesible que nunca, se ha desatado un frenesí por las rutas comerciales en la cima del mundo y por las riquezas que las naciones esperan encontrar bajo el hielo. Nada menos que el 25% de las reservas mundiales de petróleo y gas se calcula que se esconden bajo esas aguas, en una zona -en principio- más tranquila que Oriente Medio, lo que permitiría escapar a los vaivenes de los precios de la energía provocados por los conflictos políticos. Además, en esas aguas no hay piratas, apunta el profesor Wassmann, lo que supondría una ruta comercial mucho más segura.
Conscientes de ello, las naciones con costas árticas (Rusia, Canadá, Dinamarca, Noruega y Estados Unidos) han extendido sus reclamaciones territoriales sobre el Ártico.
En el statu quo actual, sigue sin resolverse el conflicto entre Estados Unidos y Canadá por el Paso del Noroeste. Canadá quiere que se reconozca como aguas interiores, pero Estados Unidos considera que deben ser internacionales. «Se juegan mucho -dice Duarte-, porque esa va a ser la ruta de navegación comercial más importante en la segunda mitad del siglo XXI».
Pero el problema en esta carrera por los recursos que brinda un Ártico con menos hielo es que la zona está cambiando tan rápidamente que ni siquiera los científicos están preparados para decir de qué manera se puede gestionar su explotación de forma sostenible. Sin contar con que ahora no habría forma de gestionar un derrame de petróleo en la zona: «Solo podríamos quemarlo», dice Wassmann.
Ahora mismo, todas las naciones árticas sufren fuertes presiones de sus sectores industriales para operar en el Ártico. «Se están preparando grandes programas de investigación que marquen las bases científicas para poder gestionar de forma sostenible esas operaciones», afirma la investigadora danesa Dorte Krause-Jensen, del Centro Ártico de la Universidad de Aarhus.
El propio Carlos Duarte asistió a una reunión en la Casa Blanca junto a otros once científicos de primer nivel para establecer las bases de un gran proyecto quinquenal de investigación en Estados Unidos para regular la actividad industrial en el Ártico. «La idea es que la presión de las empresas por operar en el Ártico es muy fuerte y van a hacerlo con conocimiento científico o sin él», dice Duarte. «Es un desafío para la ciencia, porque los modelos que podríamos plantear solo pueden ser validados a 50 años».
Y es que el Ártico ya ha demostrado lo que puede cambiar en un quinquenio. Entre 2007 y 2012 se perdió tanto hielo como el que se predecía que se iba a perder en cerca de 70 años; en 2012 se formó por primera vez un agujero de ozono sobre él y se fundió el 90% del hielo superficial de Groenlandia, «cosas que unos años antes ni imaginábamos», explica Susana Agustí, oceanógrafa del CSIC.
El telón de hielo
Pese a las alertas, la cooperación internacional entre científicos se está haciendo cada vez más difícil. «Y el conflicto entre los países occidentales y Rusia y Ucrania no ayuda a que esto vaya a mejorar -prosigue Duarte-. De hecho, las débiles relaciones que había entre los países occidentales y Rusia se están debilitando día a día». Como ejemplo de estos desencuentros, Rusia invitó recientemente a marcharse de una de sus bases a los investigadores estadounidenses que trabajaban conjuntamente con los rusos en un programa sobre el Ártico.
Noruega ha sido el único país que durante toda la Guerra Fría logró seguir trabajando constructivamente con Rusia, pero incluso esa colaboración ahora mismo se está debilitando, no porque la comunidad científica rusa no quiera cooperar, sino porque sus dirigentes desconfían de la información que esos investigadores puedan estar aportando a otros países, apunta Wassmann.
Como explica Duarte, «si ya sabíamos poco de la plataforma siberiana, ahora nuestra perspectiva de saber es aún menor. Es muy difícil gestionar algo que no conocemos, y encima esa zona no es trivial: supone casi la mitad del Ártico y en ella desembocan tres de los diez grandes ríos del planeta». Parece que el nuevo telón de acero es de hielo y se está levantando en el Ártico.
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