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Francisco Góngora
Martes, 11 de agosto 2015, 10:53
Antes maquetos o coreanos, ahora, sudacas o moros, la población aborigen siempre ha dedicado adjetivos, más o menos xenófobos, a los inmigrantes, a los extranjeros que llegan a ganarse el pan en su tierra.
Según el historiador Aitor González de Langarica en su libro «La ciudad revolucionada. Industrialización, inmigración urbanización (Vitoria 1946-1965)», el primer gran contingente de personas procedentes de las provincias españolas meridionales vino con las obras de los embalses del Zadorra. «Se trataba de una obra colosal, para la que no se contaba con suficientes peones de la construcción. Así se procedió a contratar gentes de otras zonas, personas humildes, braceros agrícolas en su mayoría, que traían con ellos a sus familias. Fue el primer contacto con unas gentes tan distintas. Su presencia activó el comercio, entre otras cosas.
Pero en 1958, todavía el movimiento poblacional procedía de los pueblos alaveses (un 40%), de Burgos, un 10,6%; de La Rioja, el 7,5%, de Vizcaya (6,5%), de Navarra (5,8%), de Guipúzcoa (5,7%), Andalucía (3,5%) y Extremadura (2,0%). La cifra de estos dos últimos orígenes era testimonial si se considera un solo año, pero durante la década alcanzaron el 19% del total.
Cuenta Langarica que «el fenómeno inmigratorio supuso que los habitantes de Vitoria se sintiesen en poco tiempo desbordados por unos nuevos pobladores que no conocían los valores clásicos y las relaciones sociales imperantes en la ciudad. El status social se vio alterado gracias a los nuevos grupos, una situación que afectó a todas las clases por igual. En realidad, la inmigración afectó a todos los niveles, desde los empresarios hasta los profesionales o los trabajadores cualificados, y sobre todo, a los peones.
'Coreano': un desprecio al inmigrante con diversidad de opiniones
Indica González de Langarica en su estudio que «aunque aparentemente se quiso dar una imagen de hospitalidad y buena receptividad para con los nuevos vitorianos, fue inevitable que popularmente surgiese el recelo hacia la cambiante realidad. Desde las autoridades se alababa lo positivo de la llegada de nuevas gentes, pero siempre con una cierta preocupación y teniendo en cuenta los problemas que podrían surgir, como la alteración de la «tradición de la ciudad». El propio alcalde en unas declaraciones en abril de 1957 al periódico El Pensamiento Alavés, decía con cierta ambigüedad que la nueva gente se debía amoldar a «nuestras costumbres».
Hay que tener en cuenta que la población más afectada era la propia gente humilde y trabajadora de Vitoria, que iba a ser la que conviviese con los inmigrantes.
Reflejo y expresión de aquella prevención hacia el inmigrante fueron la forma despectiva con la que se hablaba de extremeños para referirse a todos los inmigrantes meridionales, y, especialmente el término coreanos, el más popularizado, conocido por toda la población local. El nombre proviene de que a principios de los años cincuenta el conflicto internacional más destacado había sido la Guerra de Corea. Entonces a alguien se le debió ocurrir la idea de comparar las oleadas de soldados chinos y norcoreanos que atacaban a las tropas de la ONU, con la supuesta avalancha de gentes llegadas del sur. Así se fue popularizando este término para referirse a aquellos inmigrantes de tan diferentes costumbres. Su expansión fue realmente generalizada, empleándose comúnmente durante muchos años desde entonces.
'Maquetos', 'coreanos' y las tres actitudes
El término maqueto, menos usado en Álava, sí era popular en Bizkaia desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Lo había extendido el nacionalismo y su creador, Sabino Arana, que llamaba a España Maquetania.
Según relata González de Langarica con el uso del término coreano no se trataba de una hostilidad abierta ni agresiva, sino más bien de una resistencia a su forma de ser y sus costumbres. De hecho, no se creó un desprecio similar hacia inmigrantes procedentes de otras regiones, que contrastaron menos. Se trataba de dejar clara la diferencia entre «quienes ya estaban y los recién llegados», fruto de la aparición de un «vitorianismo de función segregadora». Aquel motejo no se empleaba abiertamente para dirigirse a los aludidos en las conversaciones privadas entre los «viejos vitorianos». Entre estos no todos lo aprobaban como un término correcto, y podemos distinguir tres actitudes: aquellos que sí lo emplearon, los pasivos («les llamaban coreanos») y los que lo rechazaron.
Esta distinción se hace necesaria porque de lo contrario podría darse una sensación de agresividad generalizada. El rechazo inicial de algunos pronto se fue suavizando, cuando la inmigración se convirtió en un fenómeno consolidado y se inició el contacto directo a través de la convivencia y, sobre todo, del trabajo. En realidad, una gran parte de la población se puede incluir en el grupo que hemos llamado pasivos. Conocían el término coreanos pero no lo empleaban y se limitaban a seguir con sus vidas sin darle mayor importancia a aquel desprecio. Asistían indiferentes al fenómeno migratorio, en el sentido de rechazarlo o aceptarlo. De hecho, el rápido crecimiento poblacional hizo perder sentido a un posible rechazo, pues pronto la población nacida fuera superó a la originalmente vitoriana.
Y por último, encontramos a aquellos que rechazaron aquel insulto. Hemos hablado antes de un vitorianismo negativo, y aquí tal vez debamos señalar otro vitorianismo bien diferente. También orgulloso de ser vitorianos, su posición en este punto fue bien distinta. Su concepto de la ciudad era el de una comunidad unida e idílica, donde la solidaridad era un bien común. Se trató de esa «Vitoria moral», preocupada por los pobres y gentes humildes, procedente de círculos muy vitorianistas que no podían aceptar el rechazo o el desprecio al inmigrante. Así se opusieron al término coreanos o a cualquier otro apelativo despectivo.
NOTA ACTUALIZADA
Al preguntar a los ciudadanos sobre cuáles son sus principales preocupaciones, la inmigración se sitúa ahora a la cabeza de los temas mencionados con más frecuencia a escala de la UE. Con un 38 % (14 puntos más) ahora está muy por delante de la situación económica (27 %, 6 puntos menos), el desempleo (24 %, 5 puntos menos) y las finanzas públicas de los estados miembros (23 %, 2 puntos menos). Es la máxima preocupación mencionada con más frecuencia en 20 estados miembros, alcanzando los mayores niveles en Malta (65 %) y Alemania (55 %). La preocupación por el terrorismo a escala de la UE también ha aumentado de manera importante desde noviembre de 2014 (17 %, 6 puntos más).
En su estudio histórico, González de Langarica asegura que «aunque se extendió su conocimiento, su uso fue disminuyendo. Lógicamente los primeros momentos fueron los más críticos, pero en Vitoria, de manera general, la población inmigrante fue bien recibida e integrada. En la mayor parte de los casos, la propia marginación de ciertos grupos fue fruto de la lejana ubicación de sus lugares de residencia y de su condición económica, más que del rechazo de la población. Además, pronto se vieron ciertos mensajes en favor de la integración, con proclamas como«Hermanos, sí; coreanos, no», impulsados desde esos sectores tan preocupados por la buena marcha de la ciudad. «Insistiremos de nuevo», proclama el historiador «en que, en realidad, se trató del recelo por conservar los valores típicos de la ciudad, como si existiera un miedo a perder la esencia de lo que se consideraba el auténtico vitoriano».
Hermanos, sí; coreanos,no». Los inmigrantes y el engrandecimiento de Vitoria», fue un expresivo titular de la revista Celedón de 1959. Se trataba de una entrevista a un inmigrante manchego que había logrado una casa en Abechuco y que exponía lo contento que se encontraba con su familia en la ciudad, a la cual alababa como un lugar de oportunidades. Esta revista era fiel reflejo de la tradición vitoriana, pero como demuestra este artículo y otros muchos, abierta a los cambios y entusiasmada por el engrandecimiento de Vitoria. En ella se puede ver un ejemplo de ese vitorianismo, tradicionalista, volcado en la ciudad, pero positivo ante todo aquello que supusiese un beneficio para la misma.
Nota: Los textos han sido sacados de las páginas 56-57-58- 59 y 60 de La ciudad revolucionada. Industrialización, inmigración, urbanización (Vitoria, 1946-19659 de Aitor González de Langarica Mendizabal, editado por el Ayuntamiento de Vitoria.
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