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Luis López
Domingo, 9 de agosto 2015, 01:27
A Dubrovnik le llaman 'la perla de Adriático' con mucha razón porque sus murallas milenarias brillan en las tardes de verano rodeadas por los reflejos del mar añil. Es un escenario que de tan perfecto parece irreal. La ciudad vieja está formada por sucesiones de callejuelas y palacios donde se mezclan construcciones medievales con estructuras barrocas, góticas y renacentistas. Todo piedra e historia, y todo impecable. Pero Dubrovnik, como la mayoría de las joyas, trasmite a veces esa melancolía que encierra la belleza sin alma.
"Ya nadie vive aquí", admite la señora Jakica. El esplendor obvio de la ciudad vieja atrae cada año a más miles de turistas que colonizan cada uno de sus rincones majestuosos. Es tal la muchedumbre y el hacinamiento que este verano el Ayuntamiento se ha planteado limitar el acceso intramuros, algo que ha enardecido a quienes viven de los visitantes. Que, en realidad, son todos. "Quienes tenemos un apartamento aquí dice la señora Jakica nos hemos ido fuera para poder alquilarlo. Naturalmente, en la ciudad vieja sólo hay turistas".
Eso se nota mucho porque las lonjas están ocupadas únicamente por tiendas de recuerdos y productos 'delicatessen', bares y restaurantes con enormes terrazas en las plazas o encajadas en los callejones angostos, y también pequeños establecimientos de comida basura. Apenas queda nada para recordar que una vez vivió gente allí. Por eso llama tanto la atención la peluquería de Hrvoje, tapizada de fotos amarillas, detenida en los años treinta. Nunca hemos visto a nadie cortarse el pelo aquí, pero sí son frecuentes los enjambres de extranjeros fotografiando desde el exterior el gesto abandonado y aburrido, como resignado, del barbero ocioso.
Aclarado todo esto, y sabiendo que la ciudad vieja de Dubrovnik no es una ciudad sino un gran museo al aire libre caro e impersonal, es de justicia admitir que es espectacularmente bonito. Un enclave croata con vocación de república independiente producto de siglos de opulencia y refinamiento alimentados por una intensa actividad comercial. Las murallas defensivas actuales comenzaron a levantarse en el siglo XII y constituyen la primera parada de la visita: no hay nada que ofrezca una idea mejor de dónde estamos que subir al muro defensivo y recorrer sus dos kilómetros de perímetro. Volar sobre el Adriático, dominar los techos uniformes de terracota, divisar los campanarios que se alzan en cada esquina. No es extraño que sea el escenario elegido para recrear Desembarco del Rey, capital de Poniente y de los Siete Reinos en Juego de Tronos. Naturalmente, hay paseos guiados para recorrer las localizaciones donde se rodaron diferentes escenas de la serie.
Lo siguiente es callejear, pasear por Stradun, que es el eje fundamental de la población, visitar palacios e iglesias, museos y bares. Luego, tomar el teleférico hasta el monte Srd para divisar desde las alturas (405 metros) la que muchos consideran la ciudad más bella del mundo. Allí arriba, visitar el Museo de la Guerra de la Independencia Croata y tomar conciencia de un conflicto que hace solo dos décadas asoló el mismísimo corazón de Europa. Muy interesante en este sentido es el War Photo Limited, en pleno casco viejo. Es una sala de exposiciones de fotografía que condensa decenas de momentos terribles de un modo crudo magistral.
Por la noche se llenan primero las terrazas y luego los bares. Predominan los linos blancos y las pieles bronceadas. Cientos de turistas alegres salen a ligar en un ecosistema intergeneracional y cosmopolita.
Pero casi tan importante como saber qué hacer en la vieja Dubrovnik (esto es fácil porque las guías y los folletos turísticos son pródigos en indicaciones) es tener una idea de cómo escapar de sus multitudes. Una opción interesante es irse a la playa. Eso sí, en la región de Dalmacia no hay grandes arenales. Son calas y más bien deben definirse como pedregales blancos. Pero el agua es limpísima, fresca y tranquila. Y el entorno, precioso. Las opciones en las islas próximas son casi infinitas. Incluso en la ciudad es interesante acudir a Copacabana, en el barrio de Babin Kuk, a donde llega el autobús número 7. Es una zona pija, rodeada de alojamientos caros, y no suele haber aglomeraciones. Además, a lo largo de todo el paseo costero en esta península que está a unos cuatro kilómetros del centro histórico se suceden peñascos y pequeños embarcaderos de madera donde los vecinos extienden sus toallas y disfrutan del silencio.
Tranquilidad también se respira en el barrio de Gruz, en la ciudad moderna. Quien esté agotado del ajetreo del casco viejo debe buscar un apartamento en esta zona, con vistas a la bahía, a la puesta de sol que se hunde en el horizonte y a los megacruceros que llegan de madrugada. El alojamiento es muchísimo más barato. Y también son más baratos los 'rent a car'.
Esto último es interesante porque hay dos escapadas de un día muy recomendables y que conviene hacer en coche de alquiler sale más económico que excursiones organizadas y da mucha más libertad: increíble es la ciudad medieval de Kotor, en Montenegro, y todo el fiordo que forma el Adriático al entrar entre sus montañas. También está interesante Mostar, en Bosnia, que por mucho que digan los croatas tiene bastante más que ver que el emblemático puente viejo símbolo de la guerra y sus divisiones. Para continuar hasta Sarajevo es conveniente disponer de, al menos, dos días. Quizás para la próxima.
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Doménico Chiappe | Madrid
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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