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Carlos Benito
Jueves, 16 de julio 2015, 08:57
La primera palabra de la autobiografía de Nadia Bolz-Weber es "mierda", y ese detalle, poco habitual en cualquier libro de memorias, todavía lo es más en un volumen que intenta repasar el itinerario espiritual de una predicadora de éxito. Pero, claro, también es verdad que no hace falta mucha indagación teológica para darse cuenta de que Nadia Bolz-Weber es una pastora poco convencional: basta echarle un vistazo a su anatomía de metro ochenta y cinco, con ese gesto vagamente amenazador y el montón de tatuajes que parecen derramarse por ambos brazos. Se trata, eso sí, de dibujos cristianos, como una vidriera hecha de piel. En el brazo izquierdo, el más abarrotado, una Creación pequeñita convive con una especie de calendario litúrgico, en el que se aprietan escenas de Adviento, Cuaresma, Semana Santa o Navidad. En el izquierdo comparten espacio María Magdalena y Lázaro resucitando de entre los muertos. Y, fuera de nuestra vista, Nadia luce en la espalda una enorme Anunciación que le ha servido para tapar un tatuaje de su vida anterior, el que le perpetró un tipo conocido como Jimmie el Yonqui.
Porque hubo una vida anterior, o quizá sería más exacto hablar de dos. Nadia Bolz-Weber creció en una familia de cristianos fundamentalistas de Colorado Springs, donde su padre era profesor en la Academia de la Fuerza Aérea. De niña lo aprendió todo sobre el Dios más tradicional, ese al que ahora describe como "un hijo de puta enfadado provisto de un brutal sistema de vigilancia", y al que considera "más relacionado con nuestra ambición y rencor que con el propio Dios". En la adolescencia se rebeló: abandonó la universidad al cabo de cuatro meses, se mudó a Denver y se dedicó a drogarse en abundancia y a residir en comunas poco saludables. "Me sentía perfectamente feliz con la idea de morirme a los 30", ha relatado a la BBC. En aquellos años salvajes mantuvo la fe, pero abominaba de todo lo relacionado con la religión. "Detestaba el cristianismo. No me gustaba el rollo antigay. No me gustaba la arrogancia".
Al cabo de catorce años, llegó un nuevo punto de inflexión. Nadia solía actuar como monologuista, y un día se vio en el compromiso de oficiar una ceremonia fúnebre para un amigo que se había suicidado. El difunto era también cómico y la despedida tenía lugar en un club repleto de humo: fue entonces cuando Nadia contempló a los asistentes, un orgulloso hatajo de inadaptados, y se dio cuenta de que carecían de un pastor que les brindase guía y consuelo. Hubo otro factor que influyó en su vocación: jugando al voleibol conoció a un guapo seminarista luterano, Matthew, que la convenció de cursar estudios religiosos. Y que, más tarde, se convirtió en su esposo y en padre de sus dos hijos.
Bendición de las bicis
Nadia Bolz-Weber acabó ordenada por la Iglesia Evangélica Luterana. Su obispo, atendiendo a sus peculiaridades, le propuso que fundase su propia comunidad, y ese fue el origen de la "Casa para Todos los Pecadores y Santos", la variopinta grey a la que pastorea desde hace siete años, bautizada así por su convicción de que todos somos ambas cosas a la vez. Trata de ser, básicamente, una iglesia a la que ella estaría dispuesta a acudir, aunque también se ve capaz de describirla con términos menos subjetivos: "cristocéntrica", "orientada a la justicia social", "irreverente", "inclusiva con los gais" y "progresista pero con raíces muy profundas". Aproximadamente un tercio de los feligreses pertenecen al colectivo homosexual y transexual, pero a Nadia le gusta presumir de que, mirando a los participantes en la eucaristía, un recién llegado se vería en serios problemas para encontrar algún rasgo común. Ni siquiera comparten rama del protestantismo: allí hay luteranos, post evangélicos, metodistas, episcopalianos e incluso algún agnóstico.
Editados.
En 2008 publicó 'Salvación en la pequeña pantalla', un comentario teológico tras someterse a una sesión de 24 horas viendo una cadena cristiana de televisión. Su segunda referencia fue su autobiografía, 'Pastrix', en cuyo título se apropió de este término que algunos críticos aplican despectivamente a las mujeres predicadoras. Se convirtió en un éxito editorial. No están traducidos al castellano.
A punto de salir.
En septiembre lanzará 'Santos accidentales encontrando a Dios en la gente equivocada'.
La iglesia organiza actos como la bendición anual de bicicletas, la Operación Sándwich de Pavo -que reparte bocadillos entre personas que trabajan el Día de Acción de Gracias-, los servicios con música bluegrass o las reuniones denominadas Cerveza e Himnos, pero ese lado festivo y colorista no debería despistar de que, en realidad, la pastora Bolz-Weber reivindica la liturgia tradicional y es una cotizada oradora que no elude las honduras teológicas y morales. Es cierto que suelta tacos de camionero y que sigue sacando partido a su chispa de monologuista -"los clérigos no deben jurar, porque a la mayoría de ellos se les da muy mal", ha dicho-, pero sus sermones no son precisamente chistes. En uno de ellos, dedicado a comparar el Reino de Dios y Facebook, incluyó estas frases que sirven para resumir su concepto del cristianismo: "En el Reino de Dios no necesitamos esconder nuestras fotos poco favorecedoras, las partes de nosotros que no tienen nada que ofrecer, las partes de nosotros que necesitan ayuda para navegar por nuestras vidas, las partes de nosotros que han de confiar en la ayuda de los demás. Precisamente, las partes de nosotros que no son "cool" son las que Jesús invita a su mesa".
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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