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fernando miñana
Sábado, 16 de mayo 2015, 00:19
Mariano Fanlo tiene 84 años y una memoria con la precisión de un arquero. Es el cronista de Sallent, un pueblecito de montaña del Alto Gállego, una comarca del norte de Aragón que abraza Francia desde los valles pirenaicos. Los vecinos de esta región, cuya capital es Sabiñánigo, son los más altos de España: 1,76 de media, tres centímetros más que sus paisanos de la Península Ibérica. Fanlo, hijo de una de las dos o tres primeras personas que esquiaron en este país, es, con su 1,80, uno de sus espigados habitantes. "Aunque con la edad me he encogido un poco, aquí hay muchos más altos que yo".
La estatura de las gentes de Alto Gállego trascendía cuando los quintos iban al Ejército y en los cuarteles se echaban las manos a la cabeza al ver que aquellos mozos siempre necesitaban la talla más grande. "Yo hice la mili en Aviación, en Zaragoza, y allí no había botas de mi número, un 44, así que llevaba el uniforme y unas alpargatas", recuerda Fanlo.
Expertos del departamento de Anatomía e Histología de la Universidad de Zaragoza investigaron el secreto de los gigantes del Alto Gállego y concluyeron que su esbeltez venía de su alta calidad de vida; la altitud, que, siempre que no sea excesiva, facilita la síntesis de la vitamina D, y una alimentación sana y equilibrada. Pero Marianlo Fanlo conoce otra teoría. "La causa de nuestra altura es que la invasión árabe no pasó de Biescas y por eso se preservó la raza. Aquí es habitual que los hombres midan más de metro ochenta, pero tampoco se nota tanto".
En Sallent también nació Fermín Arrudi (1870-1913), conocido como el 'Gigante Aragonés' desde finales del siglo XIX. Este célebre personaje de los Pirineos era un niño normal, pero a los 13 años comenzó a crecer sin parar por culpa de una enfermedad. Llegó a alcanzar los 2,29 metros, una estatura descomunal ahora y mucho más hace siglo y medio. Tenía la fuerza de un titán y cuenta la leyenda que cuando cruzaba el río se echaba el burro a las espaldas. Los comerciantes del vino que llegaban a Sallent necesitaban a varios hombres para trasladar las cubas, salvo si era Fermín, que se bastaba él solo.
Uno de estos vinateros vio un filón en el gigante de Sallent y pidió permiso a su padre para llevárselo a las fiestas del Pilar. En Zaragoza exhibió sus 229 centímetros ante los visitantes mientras cantaba la jota y tocaba el guitarrico o la bandurria. Fue un éxito rotundo y el inicio de una gira por medio mundo. Porque Fermín Arrudi paseó su cuerpo de Goliat por Viena, Buenos Aires, La Habana, Nueva York y hasta por el París de la Exposición Universal en 1890.
Aquellas exhibiciones le permitieron amasar una fortuna y mandó construir varias casas en el valle de Tena. Fermín era un artista que tocaba varios instrumentos y un hombre muy generoso que se ganó el cariño de sus vecinos. Y, aunque murió joven, con 43 años, su leyenda ha ido pasando de generación en generación. Hoy en día todo el mundo en el Alto Gállego conoce la historia del Gigante de Sallent y en la plaza del pueblo, desde el centenario de su muerte, se alza una estatua de bronce de tamaño natural.
Arrudi y sus larguiruchos vecinos eran una excepción en el siglo XIX, cuando los primeros estudios antropométricos en Francia y España ya permitieron apreciar que los soldados franceses que sabían leer y escribir en la década de 1840 eran 1,4 centímetros más altos que los analfabetos. Sus indicadores tienen gran valor porque, como decía James M. Tanner (1920-2010), profesor emérito del Instituto de la Salud del Niño en la Universidad de Londres y una eminencia en este ámbito, "la talla es el espejo del nivel de vida de una sociedad". El análisis de la estatura media permite comprobar ahora la evolución de los españoles a lo largo del tiempo: unos retacos en la primera mitad del siglo XX y ya rondando la media en el siglo XXI.
José Miguel Martínez-Carrión y Javier Puche-Gil, miembros del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Murcia, recorrieron el camino de la estatura que va desde 1770 a 2000. Este estudio permitió comprobar que el ciudadano español creció 11 centímetros entre 1860 y 1970. Y compararon su desarrollo con un vecino, Francia.
Españoles y franceses medían casi lo mismo en 1780 (163,3 cm los hispanos y 163,7 los galos), pero a partir de de la primera mitad del siglo XIX, quizá motivado por el desarrollo de la industria del otro lado de los Pirineos, ellos crecieron un centímetro y en la piel de toro menguaron otro.
La dura posguerra
Esa diferencia de casi tres centímetros se mantuvo casi hasta finales del siglo XX. La Guerra Civil afectó a la población española mucho más que la II Guerra Mundial a la francesa. La lucha fratricida le costó a España otro centímetro. La comparación antropométrica con países de su entorno arrojó resultados desalentadores. Nuestros niños eran notoriamente más bajitos que los alemanes, franceses, ingleses o belgas. Y, además, la posguerra fue larga y dura.
Pero al final, la tormenta siempre escampa. A partir de los años 60 dejó de haber carestía de alimentos básicos y el turismo propulsó la economía. Y, entonces, España, como un adolescente, pegó el estirón. Si en 1952 la diferencia entre españoles y franceses era de 4,5 centímetros, en 1975 se redujo a 1,5.
¿Y por qué crece una persona? Luis Aparicio, profesor de Anatomía y Embriología de la Universidad de Valencia, cree que no hay más secreto que la carga genética: "Todo va en nuestro código de barras". Carlos Ruiz Cosano, del departamento de Pediatría de la Universidad de Granada, profundiza un poco más y encuentra cuatro factores: los determinantes, la carga genética; los realizadores, aquellos que ejecutan el crecimiento, básicamente los huesos; los reguladores, las hormonas, y, por último, los ambientales. "Un niño puede tener un periodo fetal adecuado, un nacimiento normal y una alimentación más o menos apropiada, pero sabemos que si un niño no recibe cariño de sus padres, si no se cría en un ambiente familiar estable, protegido de las enfermedades y con los servicios públicos mínimos, tiene muchas posibilidades de no conseguir la talla que genéticamente tenía predeterminada".
Estos últimos factores son los que facilitaron la "remontada" de España en la segunda mitad del siglo XX, pese a que aún mira con complejo a los holandeses, quienes, con una estatura media de 1,71 en las mujeres y 1,84 en los hombres, se han convertido en el techo de Europa. Han ganado 20 centímetros en los dos últimos siglos. ¿El motivo? La selección natural: los hombres altos han tenido más hijos y esta característica genética se ha transmitido durante generaciones.
De todas formas, Europa tiene, como España con el Alto Gállego, su excepción: los varones de los Alpes Dináricos, parte de la antigua Yugoslvia, sobrepasan el 1,85 sin tomar vitaminas.
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