Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Isabel Ibáñez
Jueves, 7 de mayo 2015, 00:16
"Mi padre era fogonero en un barco de pesca, tuvo una úlcera de estómago y le dejaron en el primer puerto que encontraron, Huelva. Allí se casó con mi madre. Mi abuelo materno era ferroviario y socialista, un obrero ilustrado a base de las ... bibliotecas de las 'casas del pueblo', y recuerdo haber descubierto con 7 años y gracias a él obras de Zola, Dumas, Verne... Leí 'Los miserables' sin enterarme de nada. Pero con Dumas entendía un poco más. Y Verne me entusiasmaba. Así, empecé a ser un poco desclasado, raro, introvertido... No encontraba mi sitio. Mi padre no sabía escribir y leía con gran dificultad, y vi que mi familia no me podía ayudar. Hicieron un sacrificio increíble, brutal, que nunca valoraré lo suficiente, para que hiciera los cuatro años de bachillerato. Eran épocas de penuria total, aunque no nos dábamos cuenta, todo es relativo. Un día dije: 'Me voy a ver mundo. Así, me hice marinero, mi primera profesión, mi manera de escapar, y me fui en un barco de pesca, 'La Dolores. Eso, a los 16 años, pero con 18 no me servía. Mi padre llegó de la mar un día y le dije: 'Papá, me voy'. Me miró. Los dos estábamos sentados en nuestras mecedoras. Me contestó: 'Vale, pero no te puedo dar nada'. 'Ya lo sé', le respondí. Y ahí nos quedamos, balanceándonos. Marché a Madrid y busqué trabajo. Me cuentan que, a la siguiente marea, mi padre volvió de madrugada y, al ver que no estaba, suspiró: 'Menos mal, no ha vuelto'".
Hace diez años, Jesús Hermida, o Mr. J., como le llamaban en Estados Unidos, concedió a esta periodista una extensa entrevista para el libro 'Religión catódica. 50 años de televisión en España'. Evidentemente, se explayó sobre su dilatado paso por televisión, incluida su retransmisión de la llegada del hombre a la Luna, pero, además, el periodista fallecido esta semana permitió entrever pequeños destellos de su personalidad y desveló momentos claves para él de su pasado, que son los que se entresacan en este artículo. "La primera vez que vi la tele, yo vivía en un colegio mayor para estudiantes trabajadores. Cerca estaban los grandes colegios mayores, los de los ricos, que, de cuando en cuando, nos invitaban a tomar café. Un día dijeron: 'Venid, que tenemos televisión'. Sería 1958. La primera imagen que vi fue un reloj que marcaba las cinco de la tarde". Leyéndole, escuchándole, se extraen al menos dos conclusiones; la primera, que sabía bien cómo se debían contar las cosas, algo de lo que era muy consciente, y la segunda, que en realidad no conocíamos nada de él, salvo que era un hombre con un fondo inescrutable que huía de la superficialidad como de la quema.
De esta manera recordaba su estreno ante una cámara: "No sé ni qué dije, no veía nada, estaba confuso. No había nervios. Cuando estoy en el ajo ya no me siento nervioso. Quince segundos antes puedo decir: '¿Qué hago aquí?'. Eso es algo que siempre digo, pero luego no, tengo un fuerte control. He pasado por experiencias muy gordas en televisión, se me ha incendiado el estudio y he tenido que desalojar a 300 personas haciendo como si fuera un juego. Pero sí recuerdo una cosa. Iba yo para el periódico y pasaban dos chicas, eran las seis de la tarde, y una le dijo a la otra: ¿No es ése el que salió anoche en la tele?'. ¡Aquello fue una cosa de una vanidad terrible! Pero afortunadamente desapareció pronto. Siempre cuento la historia de cómo me convencí de que la televisión tenía algo. Salía en aquel 'Telediario' de las doce de la noche y narraba historias sin papel. Pues dije: 'Me van a perdonar pero lo que hoy voy a contar es para una mujer que esta noche está sola', supongo que tenía una noticia relacionada con mujeres y soledad. Conté la historia y a los tres días había montones de cartas de mujeres que se sentían así y que pensaban que me estaba dirigiendo a ellas. Entonces me dije: 'Dios, esto es algo muy, muy especial'. Ahí aprendí algo muy simple, que mi única salida, pues no tengo habilidad para hacer guiones, era hablarle a la gente".
Contestó así al ser preguntado por su estilo, tan personal e inimitable... Bueno, tan sólo por humoristas como Josema Yuste, que en su funeral volvió a agitar un tupé imaginario y a señalar con fuerza cada idea, como hacía él, a modo de homenaje: "Yo soy dos personas. En lo personal soy absolutamente solitario, poco sociable... Pero iba de noche por las calles de Huelva contando historias al aire. He contado historias hasta a mi gato. Soy un contador de historias nato, neto, me apasiona. El mejor monumento que yo he visto en mi vida, el más entrañable, es uno que hay en el Central Park de Nueva York, el monumento al contador de historias, al juglar". No le importó que la gente, los críticos, empezaran a tener fijación con su forma de hablar, su flequillo, su físico... "Lamento decir que nunca he sido consciente ni me ha importado nada de eso. Yo he trabajado mucho en México y me pasaba allí lo mismo que en España, que me invitaban a salas de fiesta. Pues eso no iba conmigo, quiero decir que no soy yo, que me sonaba extraño. Si estoy en el periodismo es porque era todo lo que quería en esta puñetera vida". Aun así, era un hombre guapo, interesante, con pinta de actor de cine negro americano, y decían que tenía enamoradas a todas sus 'chicas Hermida', aquellas del programa 'Por la mañana': "No, no lo creo. Mi mujer (que trabajaba con él en aquel programa) me contaba: 'Te amábamos por una parte, pero te odiábamos por otra'. Supongo, no sé, que me querían de algún modo, pero no me soportaban".
Sobre su experiencia con la Luna, lo había contado absolutamente todo en tantas ocasiones... Sin embargo, atesoraba en su memoria algo muy especial de aquel día, ajeno a la noticia en sí: "Recuerdo algo perfecto. Esas cosas se hacen siempre con luna llena, y había una luna enorme, maravillosa, de julio en Texas, con un cielo limpio y una pequeña brisa nocturna. Pues aquella noche, al salir con todos los papeles del edificio de la NASA, me paro en la gran pradera que tienen delante, y allí, con la bandera de los Estados Unidos ondeando, haciendo pataplá, pataplá, me siento en un pequeño desnivel, me pongo a mirarla y digo: '¡Ahí va la leche!'. No recuerdo nada más". ¿Fue el momento más importante de su carrera? "No, tal vez el más gordo, pero si pienso en aquella época, recuerdo más el día en que mataron al hermano de J. F. Kennedy. Cierto momento en el cementerio de Arlington, serían las diez de la noche. Yo estaba transmitiendo y empezó a sonar el himno americano. Me callé y por el auricular me decían: '¡Habla, di algo!', y yo no dije nada, dejé sonar aquel himno entero y cuando acabó, seguí. Aquello lo tengo más metido en la cabeza. Son momentos. Lo de la Luna es demasiado obvio, si de algo puedo estar orgulloso es de haber contado para los españoles la vida diaria de EE UU, dejando de lado la política, irme por ahí a describir cómo las secretarias salían del trabajo a las doce de la mañana y metían los pies en las fuentes para refrescarse".
Es evidente que sus diez años en Nueva York le marcaron: "Yo estaba en EE UU cuando llegó a España la democracia. ¡Y yo soy demócrata desde pequeño y lo seguiré siendo hasta que me muera! Si incluso iba a las elecciones americanas... ¡No podía votar! Pero yo iba". Aunque no era un hombre de anclarse en el pasado, y bien podía haber sucedido con una historia tan rica a sus espaldas. Sin embargo, aseguraba que "jamás" se acordaba de aquella época: "Siempre digo una fras bíblica: 'Cuando pones la mano en el arado y vuelves la vista atrás no eres digno del reino de los cielos'. El pasado es el pasado. Se acabó, es otra historia. Esto lo aprendí de John Lennon, que estaba en un hotel y en la acera había siempre un tío con el violín tocando 'Yesterday'. Él decía: "Me voy a pasar la vida tocando 'Yesterday'".
Y nunca más regresó al país al que lo ligamos indefectiblemente: "Nunca vuelvo a los mismos lugares, porque cambian, ya no son los mismos. No soy nada nostálgico. Fíjate, diez años seguidos en Estados Unidos. Allí lo he vivido todo, lo tenía todo. Para la vida social era 'Mister J.', porque llamarse Jesús allí es un poco complicado, pero me saludaban en los bares, en todas partes. A mis programas en España ha venido toda la estela de Hollywood: Bette Davis, Jack Lemmon, Gregory Peck, Paul Newman, Shirley McLaine... Porque un día le hice una entrevista a uno y se corrió la voz. Decían: "Si vas a España, pasa por el programa de éste". Porque era mi vida, todo lo que puedas imaginar en aquellos diez años: viajes, aventuras...
¿Cómo fue su último día en Nueva York?
Envié los muebles a España en un contenedor y me quedé sólo con la radio, la tele, un sofá y una cafetera. Me iba en el Queen Elizabeth II porque, macho, eso sí que es cruzar el Atlántico y yo soy lo que soy, como mi padre, marinero. Así que llamé al portero y le dije que si le interesaba aquella televisión, y se la llevó. Luego hizo lo mismo con el sofá. Al final sólo quedaban la cafetera y la radio. Lo último que escuché fue un concierto de Mozart. Cogí el taxi, era una chica que me llevó al muelle 54. Me monté en el barco y, a la hora de la cena, todo el mundo salió fuera a ver la Estatua de la Libertad y Nueva York, espectáculo que recomiendo a cualquiera. Pues yo me quedé allí, en mi sitio, sentado, cenando. Se había acabado. No soy nostálgico, lo siento. Y quiero ser honesto, todo lo que he contado no significa nada para mí, lo cuento muy a gusto, pero no significa nada. A veces pienso que se me han ido tantos compañeros... Pilar Miró, José Antonio Plaza, Fernando García Tola... Que yo también me iré, y, como decía mi paisano Juan Ramón, 'seguirán los pájaros cantando'. Y dirán de mí, lo poquito que digan, que trabajó, que hizo lo de la Luna... Pero eso no me importa nada. Me importa qué voy a hacer mañana.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.