Javier Muñoz
Domingo, 3 de mayo 2015, 01:48
"No os ordeno atacar. Os ordeno morir, Y el tiempo que tardemos en hacerlo permitirá que otras tropas y otros comandantes ocupen nuestro puesto". El coronel Mustafá Kelmal, el futuro Atatürk, padre de la Turquía moderna, arengó de esa forma a los soldados que ... en la primavera de 1915 servían a sus órdenes en Ariburnu, el promontorio de la península de Galípoli que domina la ensenada ANZAC.
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El lugar se llama así porque hace un siglo, un 25 de abril de 1915, fue escenario del desembarco de las tropas australianas y neozelandesas del ejército aliado (los ANZAC). En la campaña de Galípoli murieron 550.000 hombres, de los cuales 250.000 fueron soldados del ejército turco; otros tantos, del bando británico y 50.000, del francés.
Para buena parte de las víctimas, aquella ofensiva fue el bautismo de fuego. Lo fue por supuesto para los ANZAC, cuyo heroísmo perdura en el recuerdo. Sus unidades de caballería dejaron las monturas en Egipto y pelearon a pie en suelo turco porque era demasiado irregular para cargar al galope. De ese sacrificio nació el patriotismo australiano.
En Galípoli, en el estrecho de los Dardanelos, a un paso de Constantinopla, se dio cita un revoltijo de pueblos, razas y religiones con un propósito: debilitar al imperio otomano y repartírselo. Rusia quería apropiarse de Constantinopla y Tracia, mientras el Reino Unido y Francia codiciaban las provincias otomanas de Oriente Próximo.
El zar no envió soldados a los Dardanelos, pero de las islas británicas llegaron ingleses, galeses, escoceses e irlandeses, como recuerda el historiador Eugene Rogan (La caída de los otomanos). De Oceanía partieron australianos y neozelandeses con algunos maoríes; y de la India, gurkas de Nepal y sijs. Francia desplegó a la legión extranjera y a combatientes de Senegal, Sudán, Guinea y el Magreb.
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"Como un azucarillo"
Los aliados levantaron, en palabras de Rogan, una 'Torre de Babel' que "corría el riesgo de disolverse como un azucarillo". Las unidades turcas no eran tan heterogéneas como las de sus enemigos, pero en ellas lucharon griegos y armenios, dos comunidades que iban a ser aniquiladas por la moderna patria de Mustafá Kemal. El genocidio armenio dio comienzo, el 24 de abril, un día antes del desembarco aliado. La matanza de Galípoli empañó temporalmente la carrera de Winston Churchill, que era Lord del Almirantazgo al estallar la Gran Guerra.
Todavía carga con la culpa del desastre militar, aunque la apuesta de atacar en los Dardanelos también fue del general Kitchener, el héroe de la batalla de Omdurman que utilizaba el cráneo de un rebelde de Sudán, el Madhi, como cenicero. Él abogó por una operación naval en los Dardanelos que obligara a los turcos a retirar tropas en el Cáucaso, donde combatían a los rusos; pero los planes iniciales de los británicos se malograron y se complicaron más al incorporar a la infantería.
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Galípoli fue una catástrofe moderna. En el puerto de Mudros, en la isla griega de Lemnos, se reunieron los barcos de guerra más avanzados de la época. Operó allí el primer portaviones de la la historia, el Ark Royal, un barco dotado con dos grúas que podían posar seis hidroaviones sobre las olas y devolverlos a la bodega a la vuelta de su misión. Los cañones del acorazado Queen Elizabeth eran capaces de lanzar un proyectil a casi treinta kilómetros de distancia.
Turquía opuso a los aliados la artillería que les proporcionó Alemania, cañones en incesante movimiento que los pilotos de reconocimiento enemigos buscaban sin cesar. Un alemán, el comandante Otto Liman Von Sanders, lideró el Quinto Ejército otomano. Los turcos lucharon en Galípoli para sobrevivir. En cambio, los aliados tenían otra preocupación, un asunto de prestigio. Una vez que empezaron a bombardear las baterías enemigas, no podían retroceder. Lo que los condujo al fracaso fue el miedo del imperio turco a desaparecer. "Os ordeno morir", dijo Atatürk.
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