Nicolás Maduro, el último en usar un doble para tratar de despistar.

Juego de dobles

Carlos Benito

Sábado, 2 de mayo 2015, 01:30

Lo cierto es que a Nicolás Maduro siempre le han encantado los dobles. Ya lo demostró hace un par de años, en plena campaña para las elecciones que habrían de convertirle en presidente de Venezuela: durante un mitin en Carabobo, al oeste de Caracas, ... hizo subir al estrado a lo que parecía una presencia espectral, si es que los fantasmas pueden vestir chándal bolivariano. Se trataba de Alí Bazán, un taxista de la ciudad de Güigüe que era clavado a Hugo Chávez, fallecido semanas antes: "¡Chávez vive! ¿Qué cosas, no? Estoy diciendo que Chávez se ha multiplicado y aparece este muchacho venezolano", explicó el candidato, mientras algunos asistentes rompían a llorar de la emoción. El año pasado, repitió truco en un encuentro de comuneros, pero esta vez lo hizo con un doble de sí mismo, un caballero sonriente y bigotudo que -cómo no- también lucía la cegadora prenda amarilla, azul y roja: "¿Cómo se llama la película? ¡'Separados al nacer'! ¡Nos estamos reencontrando hoy!", bromeó el presidente.

Publicidad

Pero lo sucedido la segunda semana de abril fue una maniobra muy alejada de ese efectismo y esa desenvoltura de curtido 'entertainer'. El líder venezolano, que había acudido a Panamá para participar en la Cumbre de las Américas, se hospedaba en el hotel Sheraton, muy cercano al centro de convenciones. El sábado 11 de abril, las cámaras captaron la salida del presidente y su esposa, Cilia Flores, bien arropados por un enjambre de guardaespaldas: Nicolás Maduro descendió la escalinata serio, reconcentrado, quizá un poco más corpulento de lo habitual. Pero, mientras tanto, otro Nicolás Maduro y otra Cilia Flores, los de verdad, abandonaban el hotel por una puerta de atrás y se metían discretamente en un vehículo. El presidente acababa de sumarse a la larga tradición política de utilizar un doble, un sosias, un señuelo lo bastante parecido a él como para engañar... ¿a quién?

"Yo creo que Maduro tiene la sensación de que la CIA quiere matarle. Y en el fondo me parece una cosa inteligente: al fin y al cabo, mantiene una relación estupenda con Fidel Castro, al que la CIA trató de matar muchas veces, según documentos desclasificados. Si no sientes pánico, no montas este paripé ni haces este ridículo", analiza el periodista y escritor Fernando Rueda, uno de los mayores expertos españoles en servicios secretos. A su juicio, las historias sobre el uso de dobles por parte de líderes políticos han podido enriquecerse con "algunos mitos inventados", pero esos adornos fantasiosos no pueden oscurecer una verdad: "Ciertamente, se trata de una práctica que existe y que ha servido para engañar a la gente en determinados momentos, durante apariciones breves".

Se ha elucubrado mucho sobre los dobles que empleaban Adolf Hitler, Fidel Castro, Manuel Noriega -los del panameño "eran buenos", según elogió un subsecretario militar estadounidense-, Muamar Gadafi o incluso Osama Bin Laden, pero la mayor parte de estos relatos están tejidos a base de sospechas, rumores, suposiciones y fantasía. Por las propias características del enredo y por la singular condición de quienes lo alientan, suele resultar muy difícil atravesar el juego de espejos para acotar el contenido veraz de cada historia. Pero hay algunos casos menos confusos, ya que, tiempo después, los propios dobles han dado un paso al frente y han contado su rara experiencia. Es el caso del rumano Dumitru Burlan, que durante diez días sustituyó a Nicolae Ceaucescu, un dictador que arrastraba la fama de que sus imitadores oficiales se parecían muy poco a él. Burlan era oficial de la Securitate -la temible policía secreta- y no tuvo mucha elección, pese a que el singular cometido implicaba exponerse a un atentado: "Estaba muy orgulloso de que me hubiesen elegido, pero también temía por mi vida. No podía rechazar la misión porque tenía tres hijos en casa: lo habría perdido todo", ha explicado.

También parte del nutrido equipo de dobles de Stalin ha salido a la luz. Dicen que contaba con cuatro, pero se ha identificado con certeza a dos. Uno, designado simplemente como Rashid, se parecía al líder soviético hasta en las mejillas picadas de viruela. Su semejanza era tan insoslayable que se montó un buen lío cuando fue a alistarse en el Ejército, aunque pronto supieron aprovecharlo para funciones más delicadas: estudió dos años con Alexéi Dikiy, un actor que había interpretado a Stalin en películas de propaganda, y se convirtió en el doble del georgiano. Dicen que, cuando se jubiló, se apresuró a afeitarse el mostacho y se retiró a Krasnodar, pero aun así se le quedaban mirando por la calle como si les recordase poderosamente a alguien. Mejor aún se conoce la historia de Félix Dadaev, porque hace siete años, ya anciano, obtuvo el permiso del Gobierno para publicar sus memorias. Bailarín, malabarista y mago, empezó entreteniendo a los soldados antes de ser captado para hacer de Stalin: Dadaev era cuarenta años más joven, pero se parecía al dirigente en todo excepto en las orejas, demasiado pequeñas. El hombre se dejaba ver saliendo del Kremlin, presidió algún acto en la Plaza Roja y fue quien descendió del avión en la llegada oficial a la Conferencia de Yalta. Solo se encontró cara a cara con el Stalin original en una ocasión: "Él sonrió, inclinó la cabeza en señal de aprobación y nada más", ha relatado al 'Daily Mail', donde no especifica cómo pudo estar tan seguro de que se trataba del auténtico.

Publicidad

Nadie daba la talla

A bote pronto, uno se imagina que el paraíso de este tipo de simulaciones ha de ser Corea del Norte, un país tan dado al ocultamiento y a la fachada engañosa. De Kim Jong-il, el padre del actual gobernante, se dijo que enviaba a sus dobles a recorrer fábricas, acuartelamientos y eventos culturales, para aliviarse del peso de esa agenda extravagante que difunden puntualmente los medios oficiales, pero la imputación resulta incontrastable. La tesis más extrema la sostiene el japonés Toshimitsu Shigemura, profesor de la Universidad de Waseda, convencido de que Kim Jong-il falleció en 2003 y de que el 'amado líder' de los ocho años siguientes era en realidad un doble: argumenta que, según unas mediciones realizadas por satélite, el suplente era dos centímetros y medio más alto. Habría sido él quien se reunió con Bill Clinton durante más de tres horas, así que nadie puede negar que se ganaba el sueldo.

También se ha dado por hecho que Sadam Hussein se servía de unos cuantos dobles por temor a atentados y a ataques, incluso lo confirmó un patólogo forense alemán tras revisar mediante técnicas informáticas cientos de fotografías, pero el propio dictador iraquí lo negó una vez ante un agente infiltrado -no creía que nadie pudiese dar la talla para suplantarle- y también su médico personal ha rechazado de plano esa posibilidad. "Sadam jamás habría permitido tal cosa", ha dicho este hombre, acostumbrado a conductas todavía más disparatadas: a él le tocaba, por ejemplo, tratar a las chicas marcadas a fuego por Uday, el desequilibrado hijo del presidente. Se da el caso de que también anda por ahí un supuesto doble de Uday, aunque nadie parece concederle mucho crédito. Se llama Latif Yahia y ha contado en un libro que, tras seis meses de entrenamiento, unos arreglos dentales y cirugía plástica, fue obligado a sustituir al cachorro Hussein, compañero suyo de colegio, en encuentros con las tropas y otros compromisos. Asegura, en fin, que le acuchillaron, que le dispararon veintiséis veces y que su encomienda terminó de manera abrupta cuando una mujer prefirió la réplica al original.

Publicidad

No solo dictadores y gobernantes populistas han recurrido a la estrategia de diseminar imitadores por el mundo. El caso del general Montgomery es uno de los mejor documentados y también está entre los que tuvieron mayor relevancia histórica, ya que el actor australiano Clifton James fue una pieza clave en la operación que desvió la atención de los nazis antes del desembarco de Normandía. James era un intérprete mediocre con demasiado apego a la botella, pero tenía una baza oculta para ganarse al público de sus funciones: imitaba a la perfección a Montgomery, el mariscal de campo británico. Los mandos del MI5 le obligaron a dejar por un tiempo el tabaco y el alcohol -que repugnaban profundamente al general-, le arreglaron el bigotillo, le tiñeron las patillas y le colocaron una prótesis en la mano derecha, ya que James había perdido el dedo corazón en la Primera Guerra Mundial. Una vez adiestrado, lo enviaron a Gibraltar con el uniforme y la boina negra, con el fin de que lo viese por allí el español Ignacio Molina Pérez, un espía del Reich que tardó solo veinte minutos en hacer llegar la noticia a Berlín. El doble viajó a continuación a Argel y, hasta que se produjo el golpe aliado, permaneció oculto en El Cairo, donde ya le permitieron calmar los nervios a base de lingotazos. Montgomery, por cierto, tuvo otro doble, el sargento Keith Banwell, pero sus funciones estaban limitadas a recorrer el norte de África en coche para despistar a la inteligencia nazi: no le dejaban ponerse de pie, porque era mucho más alto que el modelo. Al final, Banwell se aburrió de su rutina de pasajero forzoso y pidió el traslado a los paracaidistas, donde completó su novelesco itinerario por la Segunda Guerra Mundial: fue hecho prisionero y se fugó tres veces, le pusieron ante dos pelotones de fusilamiento y sobrevivió a Auschwitz.

¿Y qué hay de Franco, con aquella estampa de españolito medio a la que debía de resultar tan fácil encontrarle dobles? El escritor Fernando Gracia habló de dos: uno que sustituía al dictador en los automóviles descubiertos -para recibir los tiros, claro- y otro que pasaba revista a desfiles, manteniéndose firme mucho más de lo que la flebitis habría permitido al dictador. Y, hace unos pocos años, un reportaje en el diario coruñés 'La Opinión' puso sobre el tapete el nombre de Isidro García Collado, un emigrante gallego que regresó de Argentina para llevarse con él a su hermano y, en esa breve estancia, se esfumó como si se lo hubiese tragado la tierra. Si realmente fue reclutado, no se puede decir que los servicios secretos tuviesen que rebuscar mucho: Isidro era de Sada, el municipio donde se levanta el Pazo de Meirás.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad