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Isabel Ibáñez
Jueves, 19 de marzo 2015, 00:18
Sólo una mancha en la pared, pero Juan José Plans (Gijón, 1943-2014) logró desasosegar a muchos espectadores en 1974. La emisión era en blanco y negro, ni siquiera se intuía el color rojo que aquella plasta amenazante adherida al muro tenía en su versión escrita. Además, vista desde ahora, se asemejaba demasiado a una arrugada bolsa de plástico, como el único efecto especial. Pero daba igual. La sensación de desamparo ante aquel ser, que por fuerza debía tener un origen maléfico y que no paraba de crecer alimentado quizá por el miedo de sus víctimas, se trasladaba, reptaba de la pantalla al sofá para afincarse en el espectador, del mismo modo que los seres incubados por aquellas vainas de La invasión de los ultracuerpos (1978) acababan por poseer al infeliz Donald Sutherland. No se podía luchar contra aquello, contra la sensación que emanaba de aquella adaptación televisiva del relato La mancha, que Plans había incluido en un libro titulado Las langostas. Porque ¿quién no ha imaginado frente a un lamparón en el tabique que aquello se movía, crecía, respiraba, tomaba la forma de una sierpe, una hidra, un rostro demoniaco y se despegaba con intenciones aviesas? De acuerdo, no a todo el mundo le sucede, pero el lector que asistió a aquella emisión seguro que sabe de lo que hablamos aquí.
En este artículo se han incluido cuatro pequeños extractos del cuento de Plans, que es más amplio. Todo comienza con una familia que llega a casa tras disfrutar de unas vacaciones. Antes de marchar, pintaron las paredes. Aún huele:
- ¡Estos pintores! ¡Mira lo que han dejado!
- Una mancha... Pues no me había dado cuenta al marchar.
- Por culpa de las prisas. Mañana les avisaremos, por muy amigos que sean. A la hora de cobrar fueron bien exigentes.
- ¿No habrá salido a causa de tener cerrada la habitación?
- Supongo que no.
- ¿Y por humedad?
- ¿En este tiempo? Además, aquí no padecemos de ese mal.
César pasa la mano por la pequeña mancha. La retira alarmado.
- ¿Qué ocurre?
- Ha sido una extraña sensación...
- ¡Estás pálido!
- No esperaba esa viscosidad.
- Déjame a mí...
- ¡No la toques!
- Pero si yo...
- Es demasiado desagradable.
- Siempre has sido muy aprensivo.
- No se trata de una mancha corriente.
- Pues no parece otra cosa.
- Hace un mes que hemos salido de vacaciones. Tenía que estar seca, como el resto de la pintura.
- Anda, descansa.
- Además, ¿no se mueve?
- ¡Qué tontería!
Eran las once de la noche del 6 de noviembre de 1974 y Televisión Española estrenaba así un nuevo espacio dedicado al terror y la ciencia ficción, Crónicas fantásticas, nacido al calor del éxito que las Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador habían obtenido años antes. Para los que no le conozcan, Juan José Plans -fallecido hace ahora un año- era también autor de los dos cuentos que dieron lugar a los recordados La cabina y ¿Quién puede matar a un niño?, por citar los más famosos de este prolífico escritor, guionista y periodista de radio y televisión, que apostó por el mundo de la fantasía, el misterio y el horror y ha sido comparado con Poe, Lovecraft... Aunque quizá no lo suficientemente valorado en nuestro país. De todos modos, puede que hable más por él la profunda voz, casi de ultratumba, con la que teatralizó en RNE durante tantos años relatos propios y adaptaciones de grandes obras de la literatura del género. Fue en los programas Sobrenatural e Historias. Aquí le tienen:
El autor de culto y crítico de cine Jesús Palacios le llama nuestro hombre de la fantasía, como decían en Terror Fantastic, creador de incontables relatos en la línea maestra de Bradbury o Bloch. Pertenece a una generación brillante y desprejuiciada que, entre los años 60 y 80, redescubrió la nobleza de la cultura popular, reivindicando de palabra, obra y comisión el mundo del tebeo, el terror, la ciencia ficción, el cine, el policial y demás hierbas salvajes, como poderoso arsenal para combatir el aburrimiento, totalitarismo y fanatismo de un planeta que amenazaba quedar cubierto, tarde o temprano, por una imparable mancha de inmundicia.
En otro momento del relato
- Las cortinas de la ventana son mecidas por el viento. Algunos anuncios luminosos, intermitentes, destacan por encima de los tejados. Los débiles rayos de la luna penetran en la habitación, recortando los objetos. En la cama, Elena duerme profundamente abrazada a la almohada. A su lado, César apoya la cabeza en las manos. Está despierto y fuma un cigarrillo. Procurando no molestar a Elena, se levanta. Ante la mancha, susurra:
- Palpita, palpita...
La mancha fue sólo una gota en el océano productivo de Plans, pero su adaptación televisiva marcó a muchos. Lo explica Jesús Palacios: Aquella mancha que crecía, crecía y crecía hasta llenarlo todo, ante la cruel indiferencia de una humanidad sin amor, sin solidaridad y sin humor, se convirtió en temprano descubrimiento de un talento literario y gráfico, radiofónico, televisivo- que nunca dejó de crecer. No hay rastro de aquella emisión en Internet. Tan sólo queda una entrada bastante completa en un blog del fanzine Monsterworld (mundomonstruo.blogspot.com.es/2009/08/cronicas-fantasticas-la-mancha.html), donde gracias a un buen trabajo de recopilación detallan lo que pudo verse aquel día, combinado con algunos fotogramas captados de la reemisión que el Canal Nostalgia ofreció en 2006 con motivo de los 50 años de TVE. La inquietud crece en el espectador al mismo ritmo que la propia mancha, especialmente cuando se constata que nadie va a ayudar a esa familia, que el espectador siente como la suya propia. Volviendo al cuento:
- Buenas noches. Servicio Nocturno.
- Algo grave está ocurriendo en mi hogar...
- ¿Sí?
- Es... difícil de explicar. Se trata de algo que se ha adherido a la pared y que crece... Era como una mancha de pequeñas dimensiones. Y ahora, gigantesca...
- ¿Ha robado? - se oye con cierto deje de ironía.
- ¡No! ¡Se limita a crecer! ¿Es que le parece poco?
- Una mancha viva...
- Exacto, exacto...
- Atendiendo a lo que me acaba de decir, yo le recomendaría llamar a los Bomberos. Si no ha cometido ningún delito y se trata tan sólo de una mancha, que crece y palpita, nada podemos hacer nosotros.
- ¡Estoy seguro de que es un ser, una amenaza!
Plans fue uno de los autores favoritos de Jesús Palacios desde que era un niño. Lo recuerda así en un homenaje que escribió el año pasado con motivo de su muerte: Me acompañó a través de las páginas de revistas como Historias para no dormir, que mi padre traía a casa todas las semanas. Me asustó, sí. Pero sobre todo me maravilló y me hizo pensar, con novelas como El juego de los niños, Babel Dos o El gran ritual, pioneras de la ciencia ficción y el terror en nuestro país. Le conocía, sin conocerle, a través de las ondas radiofónicas, de la letra impresa, de sus historias y relatos, sus novelas y ensayos Pero fue una suerte inmensa el que llegara a conocerle también en persona. Porque descubrí así, junto al autor, al ser humano. Palacios cree que gracias a él, hoy se puede leer y escribir en España ciencia ficción, misterio y terror, sin temor a ser marginado y relegado. J.J. Plans sigue siendo nuestro otro hombre de la mancha. Defendiéndonos con inagotable imaginación contra gigantes y cabezudos de un mundo cada vez más globalizado, homogeneizado y desinfectado.Como la mancha de su cuento, añade el escritor. Finalmente, el hombre del relato, desesperado, obsesionado, solo ante aquel ser detestable, decide enfrentarse a él.
-¿Por qué nos habrá caído a nosotros esta desgracia? ¡Acabaré con esa mancha, con esa bestia, con esa criaturas.
Abre un mueble y saca un hacha.
- ¡No entres, es...!
- Una locura, no te lo calles.
César abre la puerta del dormitorio lentamente. Desaparece tras de ella. Elena se queda en la sala paralizada, presa de angustia. Y escucha los golpes. Uno, otro...
Hay pequeñas diferencias entre el relato escrito y su adaptación, pero el final de aquella entrega televisiva fue desazonador Los espectadores desfilaron hacia sus camas mirando de reojo la pared del pasillo, rebuscando entre las manchas del gotelé alguna que no estuviera allí aquella misma mañana. Pero, volviendo a la historia, nos habíamos quedado con aquel pobre hombre luchando a brazo partido contra aquella asquerosa abominación Al día siguiente, no hay respuesta a las llamadas en la puerta de entrada de aquel amargo hogar. Nadie sale a abrir. Un vecino aventura en el descansillo que la familia habrá marchado otra vez de viaje. Todo está en calma. Y la cámara enfoca hacia abajo en ese momento para descubrir que, por el hueco que queda entre puerta y suelo, una extraña y viscosa mancha comienza ya a aparecer, lentamente.
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