Eider Burgos
Domingo, 15 de marzo 2015, 00:32
De todas las entrevistas que ha realizado a personas sin hogar, incontables ya, Maribel Ramos lleva una confesión íntima grabada a fuego: "Eres como un fantasma. Nadie te ve, pero todo el mundo te tiene miedo". Así describía su malestar un 'sin techo' con el ... que contactó la coordinadora de Hatento, el Observatorio de Delitos de Odio contra Personas Sin Hogar. Peor que los golpes, revelaba el protagonista, era ser invisible. Que nadie le vea no quiere decir que no esté ahí. Ni que su corazón sea inmune al desprecio, al olvido, a un trato tan degradante que es muy inferior al exigible para cualquier ser humano por el mero hecho de serlo.
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En Euskadi 1.836 personas viven en la calle. Carecen de una vivienda, por modesta que sea. Y de casi todo: trabajo, ingresos, una red de familiares o amigos que les apoye y les dé cariño... De ellas, 323 duermen a la intemperie, 80 más que hace dos años. El resto, en albergues o centros dependientes de las instituciones. Así se desprende de los datos recopilados por el Centro de Documentación y Estudios SIIS junto a varias asociaciones, el Gobierno vasco, ayuntamientos y las tres diputaciones forales. Es el resultado de un barrido de calles y albergues en diez municipios durante la noche del 29 al 30 de octubre de 2014 de la mano de más de 700 voluntarios. Del estudio, difundido esta semana, se desprenden conclusiones inmediatas: la mayoría de las personas sin hogar son hombres (las mujeres representan sólo el 23,9%), jóvenes y sin vínculos familiares. "Viven en soledad, bien porque están distanciados de los suyos o porque las relaciones son conflictivas, y rondan una edad media de 35 años", desgrana Mikel Barturen, director de RAIS Euskadi, una red de apoyo a personas en riesgo de exclusión social y partícipe en el informe del SIIS.
La población inmigrante es la que en mayor medida ha contribuido en los últimos años al rejuvenecimiento de este colectivo. Más de un 60% de los 'sin techo', calcula Barturen, son extranjeros; y de ellos, algo más de dos tercios provenientes de países del Magreb. Son los conocidos como 'menas' (menores extranjeros no acompañados) que, al cumplir la mayoría de edad y salir del centro de menores -sobre todo si están en situación irregular y sufren escasez de recursos-, caen en la red de centros de emergencia: albergues, comedores... "El riesgo está en que estas personas jóvenes alarguen su estancia en estos circuitos y muten a un nuevo caso de exclusión", advierte el director vasco del RAIS.
Aunque el proceso migratorio es la causa que en mayor medida lleva a la indigencia, se presentan también lo que el viceconsejero de Políticas Sociales, Íñigo Pombo, define como "accidentes biográficos": sucesos repentinos y trágicos que derivan en una pérdida de todo lo que se posee. "Alguien lleva un estilo de vida normal, hasta que algo sucede y cae a vivir en la calle. Puede ser una separación, pérdida de trabajo", explica Pombo. Destaca el político que es el caso, por ejemplo, de los menores de edad encontrados en los albergues el pasado mes de octubre (111), en su mayoría, hijos de mujeres víctimas de violencia de género.
Enfermedades mentales
Tanto los responsables del estudio como las instituciones colaboradoras han destacado el aumento de camas en los refugios municipales en las tres capitales vascas. Aún así, todavía 323 personas tienen como único techo el cielo estrellado. ¿Por qué seguir en la calle cuando se dispone de una cama? "Algunos han tenido experiencias negativas, con el servicio o con otros usuarios, o no están conformes con las normas del centro", explican los promotores del informe. Hay quien rechaza a acudir a un centro si no admiten a sus mascotas. "A otros puede que su estado mental no les permita ser conscientes de que existe ese dispositivo".
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Y es que las enfermedades mentales entre los 'sin techo' son un asunto serio que no se tiene en cuenta todo lo que se debería. "Las redes de atención primaria no están preparadas para esto -denuncia Barturen-. Existen casos ya tan deteriorados que lo que necesitan, además de un lugar donde dormir, es un tratamiento y una persona que les acompañe". Si la enfermedad fue antes o después de acabar en la calle, es difícil determinarlo.
Vivir en la calle no solo dificulta el acceso al sistema sanitario. También supone carecer de medios con los que mantener un mínimo cuidado e higiene personal, y estar sometido una situación de estrés constante: por el hecho en sí mismo de no tener casa, el miedo a ser agredido durante la noche Todos estos factores, unidos, provocan que la esperanza de vida de una persona sin hogar se vea drásticamente reducida a la mitad: hasta los 38 años, según una encuesta del Eustat sobre personas sin hogar realizada en 2005.
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¿La crisis ha arrojado a jóvenes preparados a la calle? "Ha aumentado el índice de pobreza y de exclusión, pero no ha llegado a darse el paso de quedarse sin hogar", especifica Barturen. Sí que hay gente con estudios durmiendo en el pavimento, "pero el porcentaje es muy bajo". "Principalmente vienen de Europa del Este. Son personas con formación, con títulos no homologables en nuestro país. No cuentan con los factores propios del sin techo cronificado, pero tras superar el proceso migratorio se desubican". El informe del SIIS de 2012 ya alumbraba que un 5,4% de los individuos identificados (entonces, unos 1.700) habían pasado por la universidad, una cifra prácticamente inamovible desde entonces, afirman desde RAIS.
Odio al pobre
El registro del pasado octubre no se limitó a un simple recuento. Más de la mitad de los que viven en la calle confesó haber sido agredido física o verbalmente. Les habían insultado, golpeado, amenazado, o habían sido robados o estafados. El Observatorio Hatento, encargado de recoger y denunciar estos casos, recopila testimonios similares. Como el de Pedro, de 51 años, que recuerda cómo le arrojaron una colilla mientras dormía en su coche. O el de Manuela, de 42, que cuenta que unos jóvenes le atacaron con piedras y botellas. "La mayoría de los que cometen estos delitos de odio suelen ser chavales que salen de una discoteca de madrugada", relata Maribel Ramos, la coordinadora del Observatorio. "Consideran que la gente de la calle es inferior, que no tienen su estatus y que están ahí porque quieren. Los cosifican y los convierten en objeto de diversión". Es la aporofobia, el odio al pobre.
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Los albergues evitan en parte este problema. Solo en parte, porque solo en Euskadi más de 300 personas siguen careciendo de refugio nocturno. Y es por la noche cuando se concentran los ataques. "Ellos tratan de protegerse durmiendo en grupo o acostándose de día en lugares muy frecuentados. Hay veces que llegan incluso a normalizar estas agresiones. Cuando hablamos con ellos, algunos no creen que hayan sufrido nada de esto. Es cuando les hacemos preguntas concretas que se dan cuenta de que sí han sido atacados", cuenta la coordinadora de Hatento.
Apuntan desde el Observatorio que la solución a este y al problema en sí del sinhogarismo pasa por la visibilizción, lo que fomentaría la empatía. "La gente de la calle es invisible. Y si los vemos, los consideramos antes agresores que agredidos. Ellos nos insisten en que no les duele tanto una patada como que les traten como si no fueran nadie".
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Esto es lo que hace tan importante que el informe del SIIS lo realizasen voluntarios. "Es competencia de los ayuntamientos establecer medidas, pero este un tema en el que debe participar toda la sociedad", destaca el viceconsejero de Políticas Sociales. Opina Pombo que el incremento de la población 'sin techo' de estos dos últimos años "no ha sido significativo" y reconoce que de una noche para otra la cifra registrada en el rastreo de calles habría variado. Sin embargo, dice, "no hay que bajar la guardia". Son más de 300 personas las que carecen de refugio, "pero aunque solo hubiera una, ya sería grave".
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