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francisco apaolaza
Domingo, 15 de marzo 2015, 00:42
A José Luis Barbero se le empezó a desmoronar la vida el 4 de febrero. Por las redes sociales volaba un vídeo con unas imágenes borrosas y posiblemente manipuladas que había colgado la iniciativa SOS Delfines (de la Fundación FAADA para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales). Aparentemente golpeaba y gritaba "Qué vaga eres. Te voy a dar con el cubo en la cabeza" a los delfines que entrenaba en el parque mallorquín Marineland, del que había sido director técnico. A ojos de miles de activistas pasó a ser un torturador de cetáceos, el demonio del momento. Llevaba 30 años bañándose con ellos y era una eminencia en terapia con delfines para personas con problemas. Lo había contratado el acuario de Georgia (Estados Unidos) para poner el colofón a su carrera. Poco importaba. Hace unos días denunciaron su desaparición. Se temieron lo peor. El sábado, 7 de marzo apareció su cadáver dentro de su coche en la cuarta planta del aparcamiento del aeropuerto de Palma. Ayer, @AnanonymousDAE enlazó la noticia en Twitter con un mensaje: "No me da ninguna pena".
Su abogado y el propio acuario de Georgia indican que podría haberse quitado la vida empujado por la presión de las redes, por la caída en desgracia de su figura y la campaña de "tortura" de la que fue objeto en la que se incluyeron amenazas de muerte. Como en otros casos, las redes y los que enviaron el contenido no se pararon a pensar si era verdad, si estaban destrozando la vida de un hombre y dónde podía rematar el asunto. O si el vídeo estaba manipulado, el sonido de los insultos era un montaje o se había acelerado la imagen para simular golpes, como apunta un informe pericial que aporta el abogado de Barbero. Ni siquiera se lo plantearon. Fuentes de FAADA que colgaron el vídeo para que "diera la vuelta al mundo" aseguraban el lunes que no pueden "controlar a la gente", que lamentan la muerte del entrenador, que recibieron el vídeo de una fuente anónima. No comprobaron su autenticidad. En el acuario de Georgia sí que enviaron a dos investigadores que aparentemente llegaron a las mismas conclusiones que el perito.
Las persecuciones en la red son comunes, sin necesidad de un vídeo, manipulado o no. En el mundo hay 200 millones de personas con una cuenta en Twitter. Significa que hay 200 millones de personas que están a un solo 'tuit' de arruinarse la vida. Justine Sacco dio ese funesto paso en diciembre de 2013 con un mensaje a sus 170 seguidores, pocos para lo que se le vino encima, antes de subirse a un avión con destino a Sudáfrica. Dijo esto: "Camino de África. Espero no coger el sida. Estoy bromeando, ¡soy blanca!". Se subió al aparato, apagó el teléfono e intentó dormir. Ese fue el último sueño plácido que echaría en mucho tiempo. En adelante, sería testigo de lo que es capaz el odio global y lo terminaría por perder todo en un viacrucis de la vergüenza que le reventó literalmente la vida y que ha recogido un año después en un libro escrito por Jon Ronson bajo el título 'So, you have been publicly ashamed' (Así que has sido públicamente avergonzado).
Comenzó a sentir el vértigo de la caída cuando encendió el teléfono al aterrizar y llegó una ola de mensajes y llamadas que eran demasiado para hacer pensar cualquier cosa que fuera racional. Hannah, su mejor amiga, la llamó y le contó lo que había ocurrido mientras dormía. En el aeropuerto era ya una 'celebrity' de la desgracia. Se echó a llorar, se caló unas gafas oscuras e intentó comprender la magnitud de su hecatombe social.
Perdió el trabajo
Justine había escrito una frase que podía entenderse como una estupidez y que podría traerle problemas, pero eso no le importó a Sam Biddle, el gurú tecnológico que retuiteó su frase sobre el sida para sus 35.000 seguidores. Prendió la llama. Decenas de miles de personas comenzaron a retuitear, a insultar, a amenazar, a reírse de la mujer. Describían el comentario como el tuit más racista que se podían echar a la cara, el oprobio máximo e incluso llegaron a pedir su cabeza. Mientras surcaba el cielo caliente de África, en su propia empresa la echaron a los pies de los caballos: "Es de un comentario ultrajante y ofensivo, pero la empleada en cuestión está ilocalizable al encontrarse a bordo de un avión".
Se convirtió en el tema del momento ('trending topic') muy a su pesar y sin saberlo. Sin darle tiempo a tocar el suelo durísimo de su realidad, la etiqueta de moda en el mundo angloparlante era #HasJustineSaccolandedyet (¿Ha aterrizado ya Justine Sacco?). Se lo estaban preguntando millones de personas que querían ver la cara que ponía cuando se enterara de lo ocurrido. Hannah había borrado su cuenta de Twitter a la desesperada, pero ya era tarde. También pidió disculpas, pero también era tarde. A nadie le interesó su versión de los hechos. A nadie.
Un año después de que la borraran del mapa, ha salido a la palestra a narrar lo que pasa cuando estás al otro lado. "Lloré mi peso en agua las primeras 24 horas. Después me despertaba en mitad de la noche y no sabía ni quién era. Tenía una carrera y un trabajo que adoraba y me quitaron todo eso. Hubo mucha gente que estaba muy contenta por ello", confiesa.
Al humo de las velas, muchos han leído sus explicaciones y se sienten mal. "Perdón", le dijo meses después el propio Sam Biddle, que se reunió con ella en una cafetería a petición de Justine Sacco y que escuchó sus argumentos. "¿Quién va a pensar que alguien en sus cabales iba a pensar que no pillaría el sida por ser blanca?", argumentó la ofendida, que admite su torpeza pero que sostiene que su intención era justamente llamar la atención sobre el sida. Nadie la creyó, ni siquiera los suyos. Cuando llegó a Sudáfrica a casa de sus familiares, le dieron de lado: "No esperábamos esto".
Muchos de sus amigos se apartaron de ella y de esa estela de vergüenza que dejaba a su paso con solo nombrarla. Ni siquiera tuvo citas, pues según explica ahora, todos 'googlean' su nombre y cuando ven su currículo de popularidad, salen corriendo. "Supuse que no podía estar toda la vida viendo películas en el sofá y regresé a reclamar quién soy", explica. Ahora tiene un nuevo trabajo de relaciones públicas de una empresa, aunque no dice cuál.
Centenares de psicólogos de todo el mundo intentan buscar una explicación al fenómeno 'troll', al odio, a la violencia desbordada y la aña con la que algunos internautas se comportan en las redes. Hay quien apunta a que tratan de llamar la atención a cualquier precio y de tener un efecto sobre alguien, el que sea, aunque sea negativo y signifique destrozarle la vida a un tercero que quizás pasaba por ahí. No importa. Siempre tiene que haber un malo.
Hasta el propio consejero delegado de Twitter, Dick Costolo, ha admitido lo vulnerable que es la red social a este tipo de comportamientos: "Estoy avergonzado de cómo hemos gestionado el tema durante mi mandato", dijo en una entrevista. "Tenemos que ser más enérgicos y comenzar a trabajar ya". Hay una línea que separa el acoso de la crítica. Costolo lo describe así: "Una cosa es decir algo y otra chillártelo a la oreja en tu salón cinco veces seguidas". El control del odio es ya el principal reto de los grandes gestores de la red.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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