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El padre Pedro Arrupe, prepósito de la Compañía de Jesus, es bendecido por el papa Juan Pablo II.
A los 33 años del golpe de mano de Juan Pablo II a los jesuitas

A los 33 años del golpe de mano de Juan Pablo II a los jesuitas

Fallece el arzobispo Pittau, ayudante del padre Dezza cuando el Papa intervino la Compañía y relevó a su general, el vasco Pedro Arrupe

Pedro Ontoso

Miércoles, 31 de diciembre 2014, 01:12

El pasado 26 de diciembre moría Giuseppe Pittau, rector de la Universidad Sophia de Tokio y rector magnífico de la Gregoriana de Roma. El ahora arzobispo jugó un papel singular cuando Juan Pablo II decidió intervenir la Compañía de Jesús, en octubre de 1981, y relevar a su general, el carismático y audaz Pedro Arrupe, convaleciente de una trombosis cerebral. Pittau era el hombre de confianza del Papa y su primera opción para sustituir al jesuita vasco, que había impulsado una línea abierta en la orden, un ejército con cerca de 29.000 miembros entonces, lo que inquietaba al pontífice de turno. También a Karol Wojtyla, que decidió dar un golpe de mano en la influyente y poderosa institución religiosa para reorientar su hoja de ruta.

Clemente XIV ya suprimió la Compañía en 1773, pero resurgió con más fuerza. Los jesuitas seguían constituyendo una influencia de primer orden entre las comunidades religiosas del catolicismo romano, tanto masculinas como femeninas. Históricamente habían desempeñado un papel protagonista, y tampoco faltaba quien considerase que la dirección que habían tomado desde el Vaticano II era el camino del futuro. A fin de cuentas había sido confirmada y refundada con entusiasmo por la trigésima segunda congregación general de la Compañía celebrada en 1974. La cita es de George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II y autor del libro Testigo de la Esperanza, que manejó información de primera mano sobre el proceso que llevó a los jesuitas a un estado de excepción.

En aquella congregación general, los jesuitas, liderados por Arrupe, optaron por luchar contra la injusticia en el mundo, según recuerda en su libro Árrupe, testigo del siglo XX, profeta del siglo XXI(Temas de Hoy). Aquel compromiso político­-social, que incluía apoyar la Teología de la Liberación, asustó, primero, a Pablo VI, que llamó a capítulo a Arrupe. El general jesuita salió llorando del despacho pontificio, aunque no sería la última vez que un Papa le haría llorar. Juan Pablo I murió en vísperas de pronunciar un duro y severo discurso contra la Compañía, redactado, según algunas fuentes, por un jesuita, el padre Dezza, llamado a desempeñar un papel crucial en la orden. Ese documento permaneció oculto hasta que Juan Pablo II decidió sacarlo a la luz.

El 11 de diciembre de 1978 tuvo lugar la primera audiencia de Arrupe con el Papa polaco, al que juró obediencia. Juan Pablo II quería poner orden en la Compañía, pero no fue hasta septiembre de 1979 cuando desveló sus cartas en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita. Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores y que lo sois para el Papa que os habla, les anunció. El mensaje fue categórico y sorprendió a los oyentes, escribe Weigel. Para que no hubiera dudas, les entregó las palabras críticas de Juan Pablo I que no pudo leer su antecesor. El padre Arrupe quedó tocado. Si el propio Papa llamaba la atención alpapa negroquizás tendría que renunciar, una posibilidad que ya estaba rumiando con sus colaboradores más próximos.

En enero de 1980 Arrupe propuso al Papa preparar una reunión conjunta sobre el futuro de la Compañía. Juan Pablo II no puso fecha y comenzó a dar largas a los jesuitas. En febrero comunicó a sus asistentes, con el padre Vicent OKeefe a la cabeza, que no tenía dudas sobre su decisión de dimitir. Consultados los 85 provinciales jesuitas de todo el mundo salió un rotundo apoyo a la iniciativa de su general. Las constituciones de la orden obligaban a convocar una congregación general. El 18 de abril Arrupe se lo comunica a un Juan Pablo II irritado por presentarle un proceso consumado en el que el Papa no había tenido ni arte ni parte. El Pontífice le dice que le contestará. Lo hace el 1 de mayo, pero le prohíbe dimitir y convocar una congregación. Y le vuelve a dar largas. El 31 de diciembre, tres asistentes del general acorralan al Papa en la iglesia del Gesú. Esperamos que tengais tiempo de reuniros con él. Estamos con el agua al cuello, le suplican. Sara presto (Será pronto), les contesta.

En efecto, la reunión se celebra el 17 de enero (1981), pero sin ningún avance. Se vuelven a encontrar el 13 de abril. Juan Pablo II le traslada su preocupación por el futuro de la Compañía. Teme que el sucesor de Arrupe OKeefe era el favorito- sea aún más progresista que el propio Arrupe. Le vino a decir, además que las conclusiones de la 34 congregación general habían sido un desafío de los jesuitas a Pablo VI, que temía un magisterio paralelo. Le dice que seguiremos hablando.

Para entonces no era un secreto que las relaciones entre la Compañía de Jesús y la Santa Sede eran muy tensas. Estaba claro que Juan Pablo II desconfiaba de los jesuitas, pero tampoco congeniaba con Arrupe. El padre Pittau, ahora fallecido, recordó en su momento que el Papa no podía soportar ni siquiera que se citase el nombre de Arrupe en una conversación. Se pone enseguida nervioso, desveló. Pedro Miguel Lamet cree que Juan Pablo II no comulgaba con las ideas del padre Arrupe, aunque respetaba su gran categoría espiritual.

Dos hechos vinieron a complicar el proceso. En mayo se produce el atentado contra el Papa y el 7 de agosto el padre Arrupe sufre un derrame a su regreso de un viaje a Filipinas. Tres días después, y aunque no puede hablar, Arrupe señala con gestos que el padre OKeefe es el general vicario mientras siga enfermo. El jesuita estadounidense prosigue en su empeño para que se autorice la congregación general y para ello recurre al cardenal Casaroli, secretario de Estado del Vaticano, pero sin resultado alguno. En la curia vaticana se está preparando la gran operación. La relatan tanto Weigel como Gianni La Bella en `Pedro Arrupe, general de la Compañía de Jesús: nuevas aportaciones a su biografía(Mensajero).

El 6 de octubre Casaroli llega a la curia de los jesuitas, donde convalece Arrupe, con nuevas noticias. Pide entrevistarse a solas con el general, sin testigos. El hermano enfermero, el malagueño Rafael Bandera, se niega en redondo. Luego contaría que cuando Arrupe supo lo que se avecinaba rompió a llorar. Después de 15 minutos el número dos del Vaticano dejó entrar a OKeefe. En unos documentos que estaban sobre la mesilla se comunicaba la decisión del Papa de nombrar delegado personal al padre Paolo Dezza, de 80 años, -según algunos, el autor del discurso contra los jesuitas que no llegó a pronunciar Juan Pablo I- para dirigir la Compañía hasta nuevo aviso, con el padre Giuseppe Pittau como coadjutor suplente.. Se había consumado el golpe de mano. El gobierno regular de la orden quedaba suspendido y no habría, de momento, congregación general. Era un estado de excepción en toda regla y la designación de Rezza, principal rival del vasco en su elección en 1965, suponía una humillación para una figura de la categoría de Arrupe. Si bien el discurso se resintió, no hubo una involución en la Compañía. Tampoco una rebelión. De eso se encargó el padre Pittau, que se dedicó a recorrer las provincias jesuitas para garantizar la obediencia al Papa. En España, algún cardenal conservador se felicitó porque ya era hora de que se metiera en vereda a la Compañía de Jesús.

Ahora hay un jesuita al frente de la Iglesia católica. Francisco ha elevado a los altares a Juan Pablo II ¿Beatificará al padre Arrupe, a quien The New York Times comparó con Juan XXIII? El 28 sucesor de san Ignacio de Loyola fue una de las personalidades más importantes e influyentes del catolicismo del siglo XX, una personalidad fuera de serie. En su lecho convaleciente recibió la visita de grandes figuras como la madre Teresa de Calcula o el hermano Roger de Taizé. De hecho, el Evangelio que predicaba y alentaba el padre Arrupe, cercanía con los pobres y en las periferias, es el que defiende el Papa Francisco. Los jesuitas ya han roto el dique que impedía el proceso.

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