ITSASO ÁLVAREZ
Martes, 18 de marzo 2014, 17:39
Su vida está llena de extremos. Recibe un alud de atenciones y también cumple con normas severas. La tradición dicta que debe pasar su infancia encerrada en un maravilloso palacio hasta que tenga su primera regla, hasta la caída de un diente o hasta que ... un tropiezo le produzca alguna pérdida de sangre. Ese será el momento en el que la divinidad abandonará para ir en busca de otra virgen y debe sustituirla otra niña. Tan sólo saldrá del templo 13 veces al año para atender ceremonias religiosas y para que los turistas la vean se asomará al balcón de su casa dos veces al día. No les podrá sonreír, tan sólo mirar. No puede ser fotografiada, salvo en época de festividades. No puede pisar el suelo de la calle, vivir con su familia biológica ni descuidar las ceremonias. Así transcurre la vida de las llamadas niñas Kumaris de Nepal. Hay un total de 11 diferentes Kumari (en nepalí significa literalmente virgen) en el Valle de Katmandú. La que vive en la ciudad de Katmandú se considera la más importante, la principal diosa viviente del lugar por tratarse de la reencarnación en vida de la diosa Durga (llamada Taleju en Nepal). Es una tradición que tiene siglos de antigüedad y que el Gobierno, en manos maoístas, permite que perdure.
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Se cree que las Kumaris protegen al país de los acontecimientos negativos y frente a los demonios y son reverenciadas por los hindúes y budistas de Nepal. Las candidatas se eligen entre niñas pequeñas de tres, cuatro años de edad, que poseen 36 virtudes que las hacen perfectas. Es un complicado método de selección muy parecido al que se lleva a cabo para elegir al Dalai Lama. Entre las bondades que se tienen en cuenta están el color de su cabello y de sus ojos (deben ser negros) y la forma de sus dientes, características bastante terrenales para tratarse de una diosa. Además, hay otras muy poéticas: la Kumari debe tener el cuello como una concha de caracol, un cuerpo como un árbol de higuera de Bengala, las pestañas como una vaca, los muslos como ciervos, la voz suave y el valor de un león. Por lo visto, son todos signos divinos. Y, por supuesto, se examina su horóscopo.
Ser elegida es todo un honor para los devotos y para la familia, que recibe una suculenta suma de dinero y ciertos privilegios. La pequeña recibe una pensión vitalicia. Pero su vida también es una cárcel vitalicia. En las fotos hay muchas en Internet se puede ver a Matina Shakya con las pestañas cubiertas de rímel y de máscara negra. No se adivina lo que siente, su cara no dice nada. ¿Está aburrida de los insalubres mortales?¿Está de mal humor? Usa un vestido rojo brillante bordado con hilos dorados. En la frente tiene dibujado el tercer ojo, con el que puede ver más allá de lo que los mortales alcanzamos a distinguir con sólo dos. Pulseras, collares y brazaletes son elementos que cumplen la misma función en la lucha contra la oscuridad de la que siempre regresa victoriosa. Le están prohibidos los juegos en donde corra el riesgo de lastimarse, por lo que pasa muchas horas delante del televisor. La mínima raspadura acaba con su reinado y, por ende, con los donativos de sus fieles y la pensión que recibe del Estado y que su abuelo administra minuciosamente. Su mirada triste y vacía, sentada en un trono aburrida, reflejo de la soledad que le toca vivir. Privada de infancia y de afecto, no puede ser tocada, abrazada ni querida como una niña normal. Simplemente adorada. Aunque ser tratada como una diosa pueda parecer un destino envidiable, perder la infancia es un precio aún más alto.
Me vienen a la cabeza esos deportistas de élite a quienes también les privan un poco de su infancia. Marginadas de su realidad, social, familiar y personal, al dejar de ser diosas las Kumaris son arrojadas de regreso como desde una máquina del tiempo a un agujero negro y terrenal. Sí, después de varios años, la familia de la menor recibirá de regreso a una niña sin estudios adecuados para su edad. Los padres, que estaban orgullosos de tener una hija elegida, se encuentran con una adolescente muy poco instruida y acostumbrada a recibir favores. Si el momento del desarrollo es complejo para cualquier joven, lo es mucho más para la Kumari, que no sólo ingresa en el mundo de los adultos: al mismo tiempo lo hace al de los mortales.
Activistas de los derechos humanos han constatado varios casos de Kumaris con severas perturbaciones tanto de la personalidad como de comportamiento, hasta el punto de que se ha dado el caso de varias niñas en esta situación que desarrollan una introversión profunda que impide que incluso su propia familia pueda comunicarse con ellas. Además, una vez abandonan su halo divino arrastran el lastre y el estigma de su condición de diosa durante toda su vida. Según la tradición, aquel hombre que se case con una niña que haya sido Kumari se arriesga a tener mala suerte para siempre y puede morir en un plazo de tres meses.
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En 2008 el Tribunal Supremo de Nepal dictaminó que las Kumaris deben ir al colegio y disfrutar de todos los derechos del niño. La norma afecta de forma limitada a la menor de la ciudad de Katmandú, la más venerada. La explotación infantil es un fenómeno extendido en Nepal, que atrapa a 1,6 millones de niños de un total de 7,7, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo. Muchos niños tienen un empleo en el campo y otros tantos pasan el día ocultos en fábricas o expuestos en la red de autobuses urbanos de Katmandú. La controvertida Kumari tiene cuidadores y sirvientes, se pasa el día jugando a muñecas y viendo la televisión, pero no se relaciona con su familia ni con otros niños. Tendrá una pensión de por vida, pero es una niña esclava.
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