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Estaban entre nosotros y no lo sabíamos. Hasta ahora. Para verlos solo hay que acudir a partir del miércoles 27 de noviembre, día en que ... se inaugura, el MEM. El Museo Eguía de Miniaturas. Está ubicado en la planta baja, local 1, del 55 de la calle Iparraguirre. No tiene pérdida. Les aseguro que impacta. No todos los días vemos un ejército de 100.000 soldados de plomo. Han leído bien. La culpa la tiene Javier Rodríguez Eguía. El abogado bilbaíno que empezó esta colección por un asunto de corazón.
Nacido en General Concha 4, hincó codos en Santiago Apóstol y, como tantos niños, jugaba en su patio y en las plazas y parques cercanos. Pero un problema cardiovascular le obligó a estar durante seis tediosos meses en cama. Fue entonces cuando José Luis, su padre, le trajo un regalo de uno de sus viajes a Francia. Soldaditos de plomo. Militares alemanes y legionarios franceses. De esa forma y ese día arrancaba una pasión que le ha llevado hasta la hermosa locura que hoy nos ocupa. Cómo sería la cosa que en las navidades de su infancia nunca faltaron soldaditos en el Belén. Hasta que su madre los tiró a la basura, al ver que los niños los chupaban. Ese plomo no podía ser bueno para la salud.
Pero esa sentencia materna no impidió que creciera su ejército. Sobre todo cuando empezó a tener una edad en la que el juego pasó a ser afición. Era tal su empeño por tener piezas singulares que recurría a artesanos del metal y la madera para que crearan reproducciones a partir de una fotografía. Además de los que puedan existir en otras colecciones, Eguía muestra orgulloso parte de sus curiosidades. Como la bandera de los tercios vascongados del siglo XIX en la Guerra de África. Rojigualda y con el lema 'bat, bi, hiru, lau'. O las de la Primera y Segunda República, una con el morado y la otra no.
No falta la Ertzaña, cuerpo que existió en la Guerra Civil y que fue el germen de la actual Ertzaintza. Incluso tiene a un txistulari tocando en el Regimiento de Garellano. A su lado está la fotografía, de 1965, que motivó que fuera modelado. Lo mismo que sucedió con los Dragones de Cuera. Poca gente sabe que son los que estuvieron en el Álamo. Eguía nos desvela que vencieron y trataron con buena mano a los Apaches hasta que llegaron los yanquis y acabaron con la famosa tribu. En esa parte de la colección no faltan soldados desfilando con la bandera confederada, que nació inspirada en la de San Andrés y era de origen hispano.
Todo eso relata este hombre con ilusión contagiosa. Por cierto, no se les ocurra coger un soldado. De un simple vistazo sabrá cuál falta. Hace años, cuando los tenía en su casa, recibieron la visita de una pareja amiga y su hijo. Cuando los invitados marcharon Javier le dijo a su mujer: «Faltan tres». Llamó al amigo y, tras un breve pero contundente interrogatorio, el chaval confesó. Y no han cambiado su ojo y su memoria. Lo confirma Denira de Freitas, directora del museo. Cuando mueve alguna pieza sabe que Eguía lo detectará. Así que lo apunta en el libro donde están anotados los ejércitos y su ubicación.
Hablamos de 100.000 soldaditos, desde un tamaño milimétrico hasta los 120 centímetros, que se muestran imponentes a lo largo de ocho salas que llevan por nombre Begoña, Atxuri, Abando, Moyúa, Bizkaia, Bilbao, Albia y Deusto. Un pequeño Botxo cargado de Historia. La que ahora nos invita a conocer Eguía. Su hijo y sus dos hijas no siguen sus pasos, así que ha decidido abrirlo al mundo. De hecho busca un inversor o alguien que quiera quedarse con la colección cuando él ya no esté. Sería una pena perder algo así. Al fin y al cabo, es el legado de un niño de Bilbao al que un susto del corazón le llevó a cultivar una gran pasión. La de crear un ejército de sol.
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