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La piel es como una bandera, un rasgo físico muy simbólico. La llevamos encima, cuenta mucho de nosotros, incluso cosas que no tenemos ni que saber. Por desgracia, para la gente negra lo racial difícilmente puede quedar de lado, pues es uno de los elementos que determinan su experiencia de vida. Por el color de su dermis las cinco mujeres que aparecen en la fotografía, que se hizo en el Puente del Arenal con el Ayuntamiento de Bilbao de fondo, han sido catalogadas de cubanas, dominicanas, brasileñas... La gente las sitúa en muchos sitios diferentes y casi nunca acierta. No 'encajan' y en ese no encajar hay quienes incluso sienten la necesidad de ponerse a indagar en su árbol genealógico. Entonces les preguntan por sus padres y esto es un no acabar. Otras cuestiones recurrentes a las que suelen enfrentarse prácticamente a diario: ¿Cuánto tiempo llevas aquí?, ¿por qué hablas tan bien castellano?, ¿ya has ido a tu país? Y aún peor: ¿De dónde es una belleza tan exótica como tú?, ¿es verdad que las mujeres negras sois unas fieras en la cama?, ¿llegaste en patera? «Siempre tenemos que estar demostrando algo. Nos sentimos continuamente observadas. La gente todavía se gira para mirarnos por la calle y hay quien nos hace fotos sin disimulo. Y en el trabajo siempre es un 'a ver qué va a hacer la negra'».
Este es el sentir mayoritario de estas cinco mujeres originarias de cinco países diferentes que tienen en común el color oscuro de la piel y afincadas en Bizkaia desde hace muchos años, algunas más de 25. Siguiendo el hilo del libro 'Ser mujer negra en España', escrito por la activista afroespañola Desirée Bela-Lobedde, han aceptado desgranar para EL CORREO, desde el corazón y con la profunda convicción de que «esto puede cambiar si dejamos los prejuicios y la intolerancia de lado», cómo es sentirse diferente y cómo es vivir en primera persona el racismo. Un racismo casi siempre sutil, hecho con disimulo, un comentario por aquí y otro por allí, un no te rechazo abiertamente pero en mi interior me considero superior, difícil de desenmascarar y aprehender. Sin violencia física, pero sí con un efecto a nivel psicológico y emocional, y del que dan fe las tristes vivencias a las que deben hacer frente cada día.
«Una vez subiendo por Zabalbide, dos señoras me hicieron bajar de la acera con la sillita de uno de mis hijos para que ellas avanzaran. Deja paso, me dijeron con muy mala cara y de forma muy despectiva», revela Milagros Acea, cubana y en Bilbao desde 1993. Esta mujer regentó durante años un negocio de arreglos de ropa y «ahí me tocó escuchar de todo. La gente me veía morena y regateaba a la hora de pagar». Recuerda una frase especialmente dañina: «Házmelo bien (un arreglo), que si no todo el barrio se entera de lo mal que lo haces». «Algo que también me preguntan mucho es si aquí como mejor que en Cuba. A veces ya digo que sí, para no herir sentimientos».
«Te vas haciendo fuerte con estas cosas. En el metro he llegado a ver cómo después de sentarme ha habido gente que se ha levantado de golpe. En una ocasión uno empezó a insultarme a distancia». Habla Adriana Abonia, colombiana, la más joven del grupo, empleada en una panadería y bioquímica de carrera. «A mí nadie me ha dado la oportunidad de entrar en el sector químico. He enviado currículum incluso para ser becaria, ni aún así. Ahora bien, para hostelería y limpieza, todo». Una situación parecida a la vivida por Adriana en el suburbano enfadó mucho a Norma Maffare, de Ecuador. «Oí cómo una mujer decía que dos chicos negros, sentados casualmente cerca de mí, apestaban. Me encaré con ella y le dije, 'señora, eso no es verdad', porque no lo era, iban muy limpios y bien vestidos», interviene. «Yo tengo una vecina que se ha quejado de que hago ruido al caminar por casa. Y ha llegado a entrar en mi vivienda para indicarme por dónde es mejor que circule. ¿Se lo haría a una blanca?, no lo creo», plantea. Norma tiene otra anécdota. «Me gusta leer en la calle y una vez me preguntaron, ¿qué lees? Interrumpí lo que hacía para explicarlo con educación. Pero un rato después cuando llegó un familiar de esa persona oí que le decía 'esa qué va a saber leer'».
Norma Maffare Klinger. Esmeraldas (Ecuador). 65 años. Socióloga, pertenece a Mujeres del Mundo Babel. «Estaba leyendo un libro en un banco y oí cómo decían 'esa qué va a saber leer'»
Clementine Pouatou. Yaoundé (Camerún). 17 años en Bilbao Sociopedagoga, trabaja como profesora de francés. Asociación Solidaridad Euskalmon. «En las tiendas siempre hay quienes empiezan a proteger sus bolsos cuando me ven»
Lidia Kinson Buetö. Malabo (Guinea Ecuatorial). 10 años en Bilbao Técnica en Intervención Social, forma parte de Amafrika y Mundo Libre y Solidario (Mulisol). «Estamos invisibilizadas salvo para hablar de prostitución. Pero tenemos carreras»
Adriana Abonia Villegas. Cali (Colombia). 34 años. Fundó una asociación de baile folclórico colombiano y preside Emigrados sin Fronteras. «A mi hija, bilbaína, se le considerará hija de una inmigrante siempre, y encima negra»
Milagros Acea Alfonso. Cienfuegos (Cuba). 25 años en Bilbao Técnica en Contabilidad, montó un negocio de arreglos de ropa en Bilbao. En Euskadi-Cuba. «Aquí el negro es inmigrante, el blanco de fuera es extranjero y el chino es chino»
Es Adriana la que retoma el hilo de la conversación. En su opinión, «el hecho de que en las instituciones no haya ninguna cara negra visible no ayuda. Hasta que no se nos vea no se va a asimilar como algo natural. Esto no es Londres. A mí me preocupa por mi hija. Ella ha nacido aquí, pero siempre se le considerará la hija de una inmigrante y encima negra. '¿Pero en Colombia no sois todos indios?', me suelen decir. Vamos a ver, en Latinoamérica hay mucho mestizaje, tengo que explicar». A propósito de los orígenes, Milagros Acea cree que la sociedad vizcaína establece «categorías» con rapidez. «El negro es inmigrante, el blanco que viene de Alemania o de Estados Unidos es extranjero y el chino es chino. Y no es igual una negra cubana que una colombiana y menos una africana», observa.
Viéndose aludida, el estereotipo negro africano que pervive en el territorio lo resume Lidia Kinson. «Se cree que las negras son analfabetas y prostitutas. Se piensa que olemos mal, que somos escandalosas, que no nos lavamos y que cocinamos mal o somos cochinas cocinando. Muchas africanas tienen el problema del idioma, pero somos personas con carrera y profesión, nos duchamos como los demás y conviene saber que África son 55 países muy diversos entre sí. La comunidad senegalí utiliza inciensos en su casa y por eso sus ropas pueden ir impregnadas de un olor característico». Lidia Kinson percibe a diario que mucha gente la trata con demasiada condescendencia, «o hablan muy alto o muy suave y vocalizando, como si fuera tonta». «En la ventanilla de cualquier oficina pública siempre preguntan ¿entiendes mi idioma?». Ella, que se expresa perfectamente en castellano, responde que «bastante para defenderme».
«El desconocimiento lleva a estas cosas», observa. «Ya sabemos que en el caso de Euskadi el tema de la inmigración es reciente. La mujer negra en Bilbao ha estado invisibilizada salvo para hablar de la prostitución, y por eso desde la Asociación Mundo Libre y Solidario trabajamos en un proyecto llamado 'Mujer migrada afronegra en Euskadi', para darle una visibilidad diferente. Desde pequeñas no nos han enseñado que ser blanco es algo negativo. Sin embargo, sí percibimos que hay familias que aquí lo hacen». Kinson cuenta que su hijo, cuando era pequeño, tenía un buen amigo en la guardería. Uña y carne. «Un día llamé a la madre de este amigo. ¿Tu hijo sabe que el mío es negro?, le dije. 'Creo que sí -respondió-, porque cuando ve a un jugador de fútbol negro lo señala y dice que es su amigo. Me quedé más tranquila».
Clementine Pouatou, que vino a Bilbao por amor desde Camerún hace ya 17 años, suele decir que a estas algunas es «igualmente extranjera aquí que en su país». Observa, dice, cómo «cada vez que entro en una tienda hay gente que al verme empieza a proteger sus bolsos» y que «sólo son simpáticos conmigo cuando ven que saco la cartera para pagar». Está por encima de todo esto, reconoce, aunque se sorprendió al ver a su hija un día frotarse la mano. «Es tu color», le dijo, «pero lo que cuenta eres tú, tu inteligencia y amor con los demás para demostrar al otro que se está equivocando». «Si he tomado la decisión de dejar mi país sé que tengo que luchar cada día. Pero la gente debe enterarse. No se debe generalizar. Cada uno es único y tiene sus motivos. Mis hijos están en el modelo D desde los seis meses. Ellos tendrán que hacer frente al color de la piel, pero tienen sus derechos como los de aquí».
El asesinato de Lucrecia Pérez Matos, en Madrid el 13 de noviembre de 1992 por ser extranjera y negra, fue el primer crimen racista reconocido en España. Lucrecia tenía 32 años y apenas llevaba mes y medio en España. José Luis Merino Pérez, de 25 años e ideología neonazi, la mató a tiros. Él y su grupo salieron ese día con intención de «dar una lección» a un grupo de personas negras que vivían en unas ruinas. Más de dos décadas después, la comunicadora y activista antirracista Desirée Bela-Lobedde ha escrito 'Ser mujer negra en España', editado por Plan B. Un trabajo de 184 páginas en el que, a modo de diario personal, la autora, catalana de nacimiento y con raíces africanas, se zambulle en sus recuerdos más íntimos para hacer que el lector reviva el racismo sufrido por ella misma desde la infancia hasta la adultez. A pesar de tener un título muy explícito, no es una obra dirigida exclusivamente a lectores negros. Bela-Lobedde también quiere captar el interés de los «lectores blancos para que conozcan nuestras vivencias, revisen sus privilegios y se conviertan en nuestros aliados en una lucha antirracista que, en última instancia, debería ser conjunta», sostiene. La autora ha recibido insultos y amenazas por trasladar a la opinión pública las reivindicaciones de la comunidad afroespañola.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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