Recuerdos. Jose Trujillo y Kiko Cabezas repasan las fotos que conservan del viaje. Maika Salguero

«Nos secuestraron apuntándonos con Kaláshnikov»

Aventura ·

Un grupo de bomberos vizcaínos recuerdan, al cumplirse 30 años, el viaje al Sahara donde bandidos les pegaron y saquearon en mitad del desierto

Miércoles, 26 de julio 2023, 01:07

«Lo que más nos dolió fue que nos dejaron sin recuerdos. Se llevaron las cámaras y sólo pudimos traer tres carretes de los 18 que llevábamos. Y la memoria se va diluyendo». Jabier Elorza, Kiko Cabezas y José Trujillo formaban parte del grupo de ... seis bomberos de la Diputación vizcaína y dos amigos que, hace 30 años, emprendieron un «viaje inolvidable» con final de pesadilla. Fueron secuestrados a punta de kaláshnikov por bandidos, que les golpearon y saquearon en mitad del desierto. La aventura duró mes y medio y cuando regresaron por fin al aeropuerto de Sondika habían perdido entre cinco y quince kilos cada uno y todas sus pertenencias. «Unas botas rotas, pantalones rotos y una camiseta blanca eran todo mi equipaje».

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Partieron de Gallarta el 23 de junio de 1993. La idea surgió porque un camión ligero forestal de la marca Urovesa del parque de Gernika había volcado y quedó con la cabina y la cuba destrozadas. «No merecía la pena repararlo y lo enajenaron para comprar uno nuevo». Varios tenían conocimientos de mecánica y decidieron restaurarlo para cruzar el desierto del Sahara. Tardaron medio año dedicando cada día unas horas en ponerlo en marcha. Hicieron turnos para conducir, atravesaron la península parando a dormir en los parques de Bomberos de Aranjuez, Málaga y Melilla y cruzaron el Estrecho en ferry. En mitad del camino se encontraron con un accidente y desencarcelaron a una mujer atrapada con las herramientas que llevaban.

Pasaron por cuatro países africanos, Marruecos, Argelia, Níger y Mali. El día 27 llegaron a la primera gran población del Sahara, Gardaia. Acamparon al aire libre en una gran llanura y al despertar descubrieron que había dos escorpiones bajo la tienda. Uno le picó en el pie a uno de los bomberos y «se le puso como una bota». Le llevaron a un puesto de la Luna roja y le inyectaron un antídoto. Soportaban temperaturas de más de 50 grados y de víveres llevaban «liofilizados y latas». No se encontraron con ningún turista. Les adelantaron sólo dos motos. Vieron campos de refugiados, acantilados preciosos, mandriles, antílopes y gacelas y hasta una manada de elefantes y tuvieron que pagar mordidas. Pero nada era tan duro como lo que el destino les reservaba.

Imagen de la expedición de hace 30 años.

Cuando ya llevaban un mes de viaje y empezaban la vuelta, el 23 de julio, llegaron a Tessalit. La carretera de asfalto había dado paso a pistas de arena y tierra. «Hay una ley no escrita según la cual no se puede cobrar por el agua en el desierto y nos querían hacer pagar una cantidad desorbitada por cargar el depósito del vehículo. No nos parecía razonable y discutimos con el jefe tuareg del poblado». No les querían dejar marchar porque era peligroso. Tenían que esperar unos diez días para juntar un convoy con una docena de camiones e ir acompañados por delante y por detrás por hombres armados con metralletas. «Hablamos con gente que había cruzado el Tanesrouf sin problema y decidimos entre todos seguir camino. Aunque nos fuimos un poco moscas».

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Cuando apenas llevaban dos horas de camino, vieron por el retrovisor que se acercaba un 'Peugeot 504' a gran velocidad. «Al llegar a nuestra altura nos enseñaron una granada en una mano y un kaláshnikov en la otra. Nos hacían señas para que parásemos». Una vez que detuvieron la marcha, «se subieron al camión y nos encañonaron. Nos hicieron salir de la pista hacia una zona apartada, donde nos robaron relojes, gafas de sol, cadenas, cámaras de fotos y todo lo que teníamos de valor y nos separaron. Nos iban registrando uno a uno y nos pegaban para que les dijéramos dónde estaba 'el dinero de la misión'». Hablaban un poco de francés. Uno vestía con chilaba, turbante y debajo un pantalón de camuflaje, por lo que han llegado a la conclusión de que eran militares. «Pensaban que pertenecíamos a alguna ONG». En realidad, llevaban 20.000 francos escondidos en el chasis del camión, junto al motor, pero ninguno desveló el secreto y allí se quedó el dinero.

Ráfaga de metralleta

El momento más tenso se vivió cuando, separados en grupos de 4, escucharon una ráfaga de ametralladora. Todos creyeron que habían matado a sus compañeros. También hubo un espacio para la relajación cuando les invitaron a un té mientras ellos se bebían el whisky que los bomberos habían comprado en Melilla para utilizar como moneda de cambio, además de calzado y balones para regalar a los niños.

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Entonces, los secuestradores se apartaron para hablar y dejaron el arma apoyada en una piedra. Jose dijo: «Ahora o nunca. Si queréis cojo el AK-47 e intentamos huir». Finalmente, decidieron, creen que de forma adecuada, no hacer nada. «Igual no tenía munición. Y después, habrían venido otros», piensan.

Se cruzaron con otro grupo de asaltantes, a los que los primeros dieron una paliza. «Patadas, puñetazos, culatazos en la cabeza. Hasta saltaban con las dos piernas encima de ellos». Después de dos días y dos noches secuestrados, les traspasaron a un todoterreno pick-up, con otras 14 personas y seis cabras, y les acercaron hasta un puesto fronterizo, donde les liberaron. Empezaron a caminar y fueron recogidos por un hombre, Achour, que les llevó a su casa, les dio de comer un poco de arroz y les dejó llamar a la Embajada y a los seguros para repatriarles. Kiko tuvo que devolver las 42.000 pesetas que costó el hotel en Argel y el viaje de regreso, a los demás se lo cubrió la póliza. Pese a lo comprometido de la situación, si pudieran retroceder en el tiempo, repetirían.

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