Saber parar

El talento es algo bastante corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia». Esta era una idea que defendía con convencimiento la Premio Nobel de Literatura Doris Lessing, y que a mí, últimamente, no se me va de la cabeza. Para tener constancia es necesario ... tener también tiempo, así que cuando no se dispone de tiempo alguno, una se puede parapetar en esa excusa para alegar falta de constancia. La cosa se complica cuando asoma agosto, con su traje vacacional y holgado. Agosto, con sus días libres, nos puede enfrentar a nuestra inconstancia, desarmarnos de subterfugios. Cambiar de rutina, además, puede dinamitar las voluntades más férreas. Pero también es verdad que el cansancio hace mella y que es necesario, según dicen los expertos, dedicar unos días a la desconexión. Esta lucha entre el cansancio, la disciplina y el ocio la mantengo yo, tradicionalmente, cada verano. A veces salgo más o menos victoriosa, otras, más o menos derrotada. Pero estas semanas además tenemos la referencia constante de los deportistas olímpicos, que son maestros de muchas cosas, pero también de la disciplina. La capacidad de sacrificio que tienen es, sin duda, admirable, y sus niveles de autoexigencia, estratosféricos. Hemos hablado mucho estos días de Simone Biles, que ha decidido parar o parar un poco y explicarle al mundo que conservar la salud, física y mental, es lo más importante que nos traemos entre manos. Lo que ha expresado la atleta podría parecer una simpleza, pero, a tenor de los comentarios testoterónicos que hemos tenido que escuchar, se ve que de simpleza, nada. Por eso, habrá que repetirlo y convencerse de que hay derrotas que constituyen un éxito y que perder el tiempo puede ser, a la larga, una manera de ganarlo. El escritor Carlos Castán afirmaba en una entrevista reciente que se siente cómodo «en la legitimación colectiva de la pereza, tan mal vista el resto del año». Me reconforta saberme parte del equipo que legitima la pereza olímpica, aunque sea solo durante unos días.