El 20% de la población será alérgica al polen. Y el 20% de los niños sufrirán abusos. La dura comparación ha surgido este jueves en el Museo de Arte Sacro de Bilbao en la inauguración de la exposición 'Shame. European stories' ('Vergüenza: historias europeas'). La ... muestra recoge un centenar de fotografías y testimonios de personas adultas de una veintena de países que, en su infancia, sufrieron maltrato o abuso sexual. Impulsada por el movimiento Justice Initative, y a nivel estatal por la asociación Infancia Robada, también puede verse en paneles instalados en las estaciones del metro de Moyua e Indautxu. Aquí están algunas de esas imágenes y los testimonios que acompañan a las fotografías.
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«Se levantaba inmediatamente y venía a sentarse a mi lado. Ponía su mano dentro de mi pantalón y empezaba a manosearme. Con 12 años no era plenamente consciente de lo que estaba pasando, pero sabía que era algo anormal y que no me gustaba. Existe algo más hiriente: el encubrimiento».
«El año en que empezaron los abusos fue como un hachazo en mi vida. Hasta entonces era un niño valiente y feliz. Empecé a tener miedos, terrores nocturnos, manías. Me sentí responsable de los actos del pederasta. Sufrí abuso sexual de los 8 a los 11 años en innumerables ocasiones».
«Una noche, mientras dormía, me despertó; estaba fuera de la manta, con los pantalones bajados y la camiseta levantada. La infancia es el comienzo, donde acumulamos valores, donde iniciamos formas de vida, malos pensamientos, nuestra personalidad. Lo único que quiero es que nadie más vuelva a sufrir lo que yo he sufrido».
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«Un día llovía en el colegio, el cura me invitó a su habitación para secarme y ahí empezó todo. Yo era un niño un poco solitario. Y este hombre conocía muy bien mi vida y mi situación. Y estuvo abusando de mí durante más de un año. Todos los días. Yo pediría al mundo que fuera perceptivo y sensible, que reaccione de forma protectora».
«Mi padre adoptivo se me acercó y me dijo: 'Te doy cinco minutos; sabes dónde tienes que ir'. Luego él vino y abusó de mí. La primera vez a la edad de siete años y medio. Y esto continuó. Cuando cumplí doce años, me di cuenta de que estaba embarazada. Tuve que dar a luz al niño en casa e inmediatamente me fue arrebatado».
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«Los primeros recuerdos de mi infancia están marcados por la violencia, el alcohol y los malos tratos. Y el incesante ir y venir entre hogares y hogares infantiles. Para mí, era una tortura ir a un nuevo hogar o familia de acogida. Y, como adulto, el trauma vuelve una y otra vez, especialmente hoy en día. No puedes afrontarlo».
«Tenía ocho años y estaba en tercero de primaria cuando tuve que dejar de ir a la escuela porque se había vuelto demasiado peligroso debido a la persecución a la que fue sometida mi familia. Nunca me libraré de mi dolor, pero estoy orgullosa de que mis niños puedan disfrutar de su libertad».
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«Sufrí abusos sexuales en mi infancia donde crecí. Mis padres no sabían que existía una persona así en el pueblo, un amigo suyo. Ocurrió repetidamente. Tuve muchos pensamientos suicidas por ello. Me avergonzaba y me deprimía. Mi recuperación será un proceso que durará toda la vida. Necesito volver, nuevamente, a conocer mi cuerpo».
«Recuerdo que me senté en el sofá de aquel lugar. Los demás fueron a bailar con chicos mayores y se lo pasaron bien. Me senté en el sofá; me ofrecieron un vaso de refresco. Lo tomé. No recuerdo nada más. Abrí los ojos y un hombre estaba acostado encima mío y teniendo sexo conmigo».
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«Me di cuenta de lo que ocurría en el centro: drogas, prostitución, palizas entre los niños, palizas entre el personal y los niños. Cuando intenté a hablar, empecé a ser una amenaza. Me gustaría que los niños de las instituciones participaran realmente en la sociedad a través de proyectos y actividades».
«Él no me soltó. Me sentí como si estuviera paralizada. Cuando me soltó, me escapé, y recuerdo que la espalda de mi pequeño vestido estaba mojada. Desearía que no se perdonara nunca a quienes cometen estos actos, que no prescribieran, y que nos concentremos en que se debe difundir el mensaje de que la violencia contra menores no esté permitida».
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«Nos consideraban salvajes solo porque no teníamos madre o padre. Un día hice algo mal y el director me golpeó con su reloj en el ojo y casi pierdo la visión. Mi boca está así por las palizas que me dieron. En instituciones, los niños suelen crecer en medio de violencia, pero necesitan acompañamiento».
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