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Hasta en la Sociedad Bilbaina, tan acostumbrada a la solemnidad y el protocolo, causa conmoción una visita real: ayer por la mañana se vivía en la sede de la calle Navarra la expectación de los grandes momentos, con una larga cola de socios ante la ... puerta y decenas de curiosos apostados en la acera de enfrente. No era una jornada cualquiera, ni siquiera para una entidad con tanto recorrido y tantos huéspedes ilustres. Felipe VI viajó específicamente a la capital vizcaína para presidir el acto conmemorativo del 185 aniversario del club, que no había tenido ocasión de conocer con anterioridad: «Es la primera vez que os visito -comentó a los asistentes- y estoy francamente impresionado. Permitidme que os diga sinceramente que, por diferentes motivos, espero tener la suerte de venir más veces en el futuro. Pero sin abusar, no os preocupéis», bromeó.
Ciertamente, la logística de una visita real tiene mucho de pesadilla organizativa: ha de estar perfectamente pautada, como una coreografía medida al milímetro, pero a la vez es una situación propensa al caos, con un montón de periodistas y asistentes que no saben muy bien dónde colocarse ni adónde tienen que ir. Seguramente todo resultó más fácil en la anterior visita de un monarca a la Bilbaina, allá por septiembre de 1926, cuando Alfonso XIII remató aquí una intensa jornada por Bizkaia: empezó interesándose por la salud de un príncipe austriaco en la clínica del doctor San Sebastián, participó en las regatas del Club Marítimo del Abra, pasó por el palacio Arriluce de Ibarra, recorrió los astilleros de la Constructora Naval, se trasladó en un tren especial hasta Altos Hornos, hizo escala en el Palacio de Zabálburu y, sí, cenó en la Bilbaina. Hemos dicho que remató ahí el día, pero en realidad no: todavía le quedaba el baile en la casa flotante del Real Sporting Club.
Los tiempos han cambiado y Felipe VI, que llegó al club minutos antes de la una y media del mediodía, venía bien arropado por personal de la Casa Real, siempre celosísimo del orden y el protocolo, y traía una agenda mucho más holgada. El propio rey hizo referencia a aquel precedente de su bisabuelo: «Casi cien años después, tengo yo el placer de visitaros para celebrar con vosotros un aniversario que preludia, seguro, nuevas páginas de una importante y emocionante historia», deseó en su brindis. El monarca -acompañado por el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska- fue recibido en la puerta del edificio por una nutrida delegación de autoridades -con representación del Parlamento vasco, el Gobierno autonómico, las Juntas, la Diputación y el Ayuntamiento, además de la delegada del Gobierno- y por el anfitrión, el presidente de la Bilbaina, Juan Ignacio Goiria Ormazabal. Tras posar ante la placa dorada que conmemora su visita, subió a la primera planta, donde tuvo lugar el aurresku de honor. Y, a continuación, llegó el momento de los discursos y del banquete, que se celebró en cinco salones conectados. Los 345 invitados acogieron al monarca en pie, con un aplauso.
«Esta institución encarna a un tiempo el respeto a una tradición jalonada de personas y hechos de gran trascendencia y el compromiso con nuestro mundo actual, en constante cambio. Esa voluntad de ser un nexo entre el pasado y presente es la mejor garantía para su futuro», argumentó en su alocución Felipe VI. «La institución navega hacia dos siglos de historia y lo hace a toda vela: nutriendo la vida cultural, social y recreativa de la villa de Bilbao», añadió. El Rey se mostró convencido de que el club «seguirá siendo útil a Bilbao y a Bizkaia y, por ende, al País Vasco y a España», y de que «seguirá acogiendo, con la hospitalidad de siempre y, cómo no, con su exquisita gastronomía, encuentros, conversaciones e intercambios de ideas, que son el cimiento de una sociedad dinámica, participativa y abierta al mañana». Además, dio la enhorabuena a los socios por «esta fecunda historia» y les manifestó un deseo para el futuro: «Que mantengáis el rumbo, atentos siempre al sentir de cada momento, tanto en lo más cercano como en la evolución más amplia del mundo, pues tengo la certeza de que, como hasta hoy, seguiréis haciendo mucho por esta villa y por esta tierra». Por su parte, Goiria Ormazabal agradeció al jefe de Estado su «cariño hacia Bilbao» y presentó al club como una combinación de «tradición y avance», reflejo «de una sociedad que ha sabido conquistar el futuro». Concluyó destacando la importancia de «poner en valor a la sociedad civil».
El menú, diseñado por el chef Carmelo Bengoechea y preparado en las propias cocinas de la Bilbaina, constó de crema atemperada de garbanzos con zamburiña y puerro frito, bacalao confitado sobre cremoso de patatas y pimiento verde con pilpil de hongos y, de postre, torrija flambeada sobre natilla de pistachos y helado de turrón. A continuación, el socio Luca Fanelli interpretó el 'Agur Jaunak' al piano y Felipe VI, siempre en compañía de las autoridades, emprendió un recorrido por el edificio: le mostraron varias obras de arte del patrimonio de la Sociedad Bilbaina -incluidos unos sillones chinos que pertenecieron a su abuelo, Juan de Borbón- y también la biblioteca, el mayor orgullo del club, con tesoros que se salvaron del expolio en la Guerra Civil gracias a que un vocal tuvo la providencial idea de tapiarlos.
Allí el Rey pudo contemplar litografías de mapas antiguos de Bilbao y algunas piezas de la valiosísima colección de portulanos, que le interesaron especialmente. Conversó detenidamente con la bibliotecaria y le planteó varias preguntas sobre las cartas de navegación. Además, recibió tres obsequios: una reproducción de un cuadro de Arrue que representa a Alfonso XIII en Getxo, los facsímiles de tres volúmenes del libro 'España artística y monumental' y una placa con la reproducción de la firma que dejó su bisabuelo en el libro de oro del club. Noventa y ocho años después, también él estampó su rúbrica en el libro.
Minutos después de las cuatro, tras posar para una foto con los empleados de la Sociedad Bilbaina y despedirse de las autoridades, Felipe VI salió a la calle Navarra, donde había vuelto a concentrarse un numeroso grupo de personas. Del silencio mullido se pasó a la algarabía, del protocolo inconmovible a un excitado revuelo: el Rey se acercó a saludar e incluso recorrió un trecho de la calle a pie, mientras el coche oficial le seguía de cerca. Después de tanta solemnidad, el colofón fue un encuentro breve pero muy intenso con la sociedad bilbaína, en minúsculas.
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