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Ya no está la ardilla aguardando en el posavasos. La que pudiendo buscar rama prefería la barra de un lugar diferente. La pequeña Ibiza del Bilbao asfalto de los 70 y 80. El Whisky Viejo. Sigue siendo gran restaurante, bajo otras manos y nombre, pero ... eso no impide que la ardilla permanezca en la memoria con aroma de mujer. El de Maite Arias.
Maite nació en Portugalete e iba a estudiar Empresariales, pero la vida puso en su camino el Whisky Viejo, elegante local de inspiración inglesa. Una noche la invitan y, tras la puerta de madera, descubre un mundo nunca imaginado. La blancura de las paredes, combinado con verdes, y su aire a isla chocaban en aquel lugar. Era una oda a la luz, fruto de la decoración de Jorge Portuondo.
En la barra la gente se mostraba elegante. Al pasar a cenar al pequeño comedor, sentada junto a la chimenea y el espejo, no pudo evitar observar la cocina. Pequeña. Impecable. El reino de Antonia, que había sido cocinera del Ducale y hacía maravillas. Como subraya Maite, el lugar era elegante y educado. A sus 19 trabajaba con Manolo Pertegaz, el modisto, después de que un amigo bilbaíno les presentara. Siempre llevó la estética en vena, fuera en el vestir o en la hostelería. Sus lugares favoritos eran Flash, Rehala y Whisky Viejo. Quizá por ello su primer marido, Tomás Barragán, lo compró viendo que ella podría coger las riendas.
Si hablamos de fechas, Maite da un dato. El día del 20 aniversario del Viejo, como ella lo llama, acababa de morir Paquirri. 26 de septiembre de 1984. Hagan cuentas. Maite las hizo. Y añadió magia. Hasta entonces la clientela compraba las botellas, que se guardaban en un armario, y tenían un teléfono con el que podían llamar a Japón sin pagar nada. Todo eso lo quitó. Mantuvo la esencia y añadió espíritu rompedor. Era capaz de traer desde Nueva York a un grupo de 'breakdance' o invitar a unos gitanos a tocar toda la noche. El lema era libertad con respeto. De hecho, se la jugó abriendo la puerta al mundo gay, con una naturalidad no encontrada en otros lugares.
También quitó a la cerillera que pasaba por las mesas y lo cambió por cubitera, bandeja y vaso. Delantal blanco a juego con la camisa, pajarita o corbata y pantalón negro. En poco tiempo no daban abasto. Y eso que eran los años del plomo y las tensiones sociales. Una noche entraron unos encapuchados y al saber que era un atraco se relajaron. Nunca faltaron las tertulias políticas y culturales y no tardó en aparecer la mítica revista que, aún hoy, algunos guardan en casa. Las paredes eran cotizados museos que les obligaban a contar con caros seguros. Pero la juventud lo podía todo. Peleó contra las adversidades, incluida la droga que intentaba entrar por la puerta y que ella tanto detestaba.
Pero sabía que sus días de noche tenían caducidad. Se aceleró tras una visita a Ibiza. Con 29 años monta en Marina Botafoch una boutique. No pensaba ir a vivir. Un amigo se la llevaría. El producto era clásico y atendido por unas señoritas vestidas de doncella. Lo contrario a las chicas en minifalda que tanto se estilaba. Facturaron tanto que el Whisky quedó en segundo plano. Entre sus clientes estaba la familia del Crédito Balear, que le animó a pasar a Mallorca. El día que descubrió Puerto Portals pidió crédito a Miguel Nigorra y compró un local. Emilio Mangas, responsable de la ultima reforma del Viejo, lo decoró con un impresionante neoclásico. Fue un éxito. Allí sigue. Y ha tenido tiempo de tener un hijo bilbaíno al que contar su recorrido. El de la ardilla que buscó nuevas ramas, sin olvidar aquella donde todo empezó. Jamás lo hará. Por eso cuando nos despedimos parece decir 'Cuando queráis estáis invitados a pasar por el Viejo'.
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