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Con 165 metros de altura y 41 plantas, la Torre Iberdrola es el edificio más alto de Euskadi y, desde su inauguración en 2012, una ... imagen icónica del nuevo Bilbao. No le anda lejos Bizkaia Dorrea, en Garellano, que con 32 pisos alcanza los 113 metros. Aunque en poco tiempo será superada al menos en siete metros por su hermana Anboto Dorrea, en la misma promoción y que, con 35 alturas, ostentará el récord de ser la construcción exclusivamente residencial con mayor altura de la comunidad. Estos gigantescos bloques son la mejor muestra de que los rascacielos de 10 o más plantas están cada vez más presentes en la ciudad y de que se multiplican a gran velocidad. Así lo atestigua el último censo elaborado por el Instituto Vasco de Estadística, que contabiliza un total de 1.510 de estos inmuebles en la capital vizcaína. Se trata ya del 12% de todo su parque residencial, aunque lo más llamativo del informe del Eustat es que se han duplicado desde inicios del siglo XXI.
Dos décadas pueden parecer una eternidad en muchos casos, pero no en materia urbanística. «A nivel constructivo no son nada», remarca el experto José Luis Revuelta. Quizá por eso sorprende el rápido avance experimentado por una construcción en altura más propia del desarrollismo desaforado de mediados del siglo pasado. Con todo, saliendo fuera de Bilbao, que concentra dos de cada tres construcciones de este tipo en Bizkaia y un tercio de todas las de Euskadi, la situación cambia mucho. En la comunidad, de hecho, apenas representan el 2% del total: 4.348 rascacielos entre 225.679 inmuebles.
Patxi Chocarro, decano del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro, advierte de que para entender esta evolución hay que tener «bien clara una realidad»: el País Vasco -y Bilbao en especial-, es un «territorio muy densamente poblado, de los mayores de España tras las conurbaciones de Madrid y Barcelona». Es decir, vive mucha gente concentrada en poco espacio, «y por nuestra orografía no hay mucho suelo libre para seguir urbanizando».
Así que, en su opinión, la construcción en altura ofrece muchas más ventajas que inconvenientes. No solo supone un ahorro en la instalación de redes de suministro a las viviendas, «sino que medioambientalmente es el más sostenible porque reduces al máximo la ocupación de suelo». Eso sí, siempre que se haga de forma ordenada: «No es lo mismo una torre de 15 pisos rodeada de amplias zonas verdes que siete rascacielos juntos; eso es una barbaridad».
Chocarro señala, no obstante, los peligros de seguir ocupando mucho suelo. «A finales del siglo pasado se dispararon las urbanizaciones de baja densidad y el propio Gobierno vasco aprobó una ley en 1990 que apelaba a la 'utilización racional e intensiva del suelo para evitar la cultura de la vivienda unifamiliar y adosada'», recuerda. Y eso es lo que está ocurriendo en grandes urbes como la capital vizcaína, donde la construcción residencial ha encontrado una vía de desarrollo en la recuperación de suelos industriales. «El modelo urbanístico de la ciudad se ha volcado en los servicios y la construcción en altura permite optimizar al máximo estos terrenos», confirma José Luis Revuelta.
Ambos, en cualquier caso, se muestran convencidos de que los rascacielos no acabarán modificando el 'skyline' de las ciudades vascas. «No vamos a convertir Bilbao en un nuevo Manhattan, no vamos a tirar por la borda la estructura urbana de nuestras ciudades», remarca el decano del COAVN. No cree, por tanto, que se vayan a producir «grandes variaciones en el entramado arquitectónico al margen de mejoras en la calidad de vida gracias a edificios y espacios públicos cada vez más adaptados a las necesidades de los nuevos tiempos, también las medioambientales».
El principal reto al que se enfrentan ciudades como Bilbao es la rehabilitación interior. «La villa tiene un parque de edificios muy antiguo, buena parte centenarios pero de gran calidad, y muchos proyectos se encaminan a reformarlos adaptándolos a las nuevas necesidades como la accesibilidad y la eficiencia energética», añade Revuelta. Eso sí, remarca la necesidad de facilitar esas remodelaciones al nuevo perfil de familias. «Ahora se tiene un hijo o dos de media, y no se necesitan hogares tan grandes, por lo que debe fomentarse la división de las grandes viviendas y su venta a precios asequibles porque si no, corremos el riesgo de que los centros urbanos se conviertan en entornos accesibles solo para las economías más altas al precio que tiene hoy el metro cuadrado en la villa».
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