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De José Ramón Marín se puede decir que fue cocinero antes que fraile, o más concretamente, capitán de barco antes que práctico del puerto y ... ría de Bilbao. Su biografía es un cuaderno de bitácora en el que no faltan complicadas travesías ni rescates arriesgados. Estudió Náutica en Bilbao y mandó un barco por primera vez con sólo 24 años. «Se llamaba 'El Desafío' y con él navegué de Algeciras a Fos, de Bilbao a Rotterdam», relata desde la cubierta de la lancha de prácticos, el rostro enmarcado por la barba cana y el Puente Colgante detrás.
Este marino de 62 años –al que nunca le gustó pescar, «pero sí robarle el bote a algún amigo de mi padre, aunque eso me costara dos pescozones»– tiene un conocimiento exhaustivo del Puerto de Bilbao. En su cabeza caben cartas de navegación, bajos, corrientes, vientos... y todo le lleva a mirar El Abra como a ese conocido al que no se puede dar nunca la espalda. El estuario no es un escenario amable. «Su mayor dificultad es que está abierto al mar y cuando llegan las borrascas, es el Golfo de Bizkaia el que recibe todo ese maretón y la resaca del Atlántico, con olas de hasta seis metros». La ría se encarga de complicarlo aún más, con el temible 'aguadutxu', «cuando el cauce se nutre con los caudales crecidos del Ibaizabal, el Cadagua, el Galindo o el Gobela».
El práctico –o su antecesor, el piloto lemán– es una figura unida a la ría desde tiempos inmemoriales, cuando la temible barra causaba naufragios, arrebataba vidas y arruinaba misiones comerciales. Su función consiste en asesorar a los capitanes –«ellos nunca pierden el mando», puntualiza José Ramón– en las maniobras de entrada y salida, desde el número de remolcadores que deben utilizar hasta la velocidad, los puntos de reviro o dónde gira el viento de manera inesperada.
José Ramón capitanea un equipo de 17 personas concienzudamente elegidas por la Marina Mercante, «que se manejan en inglés con capitanes de todo el mundo y dominan los entresijos de la legislación marítima». A sus puertas llaman lo mismo gaseros, petroleros y 'bulk carriers' (graneleros) que cruceros turísticos –en 2017 arribaron 3.000 buques de más de 500 toneladas de registro–. Tripulaciones rocosas, «cada uno de su padre y de su madre», acostumbradas a pasar temporadas «en espacios cerrados donde afloran las tensiones, las envidias, la depresión».
En la trayectoria de José Ramón figuran nombres grabados a fuego en la memoria, como el del 'Bilbao Knutsen', «al que tuvieron que desmontar la antena para que pudiera pasar bajo el Puente Colgante»; el 'Diana II', que se fue a pique en Punta Lucero al romper amarras; o, más reciente, el 'Modern Express', que entró a puerto con una escora de 45º por problemas de estiba. «Nadie quiere jubilarse en el mar –desliza–. Navegar es duro, otra cosa es que unos lo soporten mejor que otros. La familia tira mucho». Él, sin embargo, parece escapar a la norma. Cuando lo deje quiere enrolarse en el 'Rainbow Warrior', el buque insignia de Greenpeace. «Es mi gran ilusión».
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