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José Domínguez / Íñigo Sánchez de Luna
Jueves, 28 de febrero 2019, 00:35
Su hija Izaskun vio la humareda que salía de la huerta desde la carretera y horas después le diría a su tía Juana que lo único que pensó en ese momento era que «'aita está quemando algo otra vez'». Y Juana, que desde la ventana ... de su casa también vio la nube de hollín que llegaba hasta los accesos a la autovía Bilbao-Mungia, reconocía que había sacado la misma conclusión. «Como hacía muchas veces». Lo último que se le podía pasar a las dos por la cabeza es que José Antonio Amondarain, de 81 años, acababa de fallecer abrasado después de verse sorprendido por las llamas. «El fuego le cogió la ropa mientras quemaba unos rastrojos y no pudo salvarse», se lamentaba la hermana de la víctima.
La aparición de su cuerpo sin vida en medio del incendio causó un gran impacto a todo el mundo, incluidos los servicios de emergencia que participaron en el operativo. Desde las patrullas de la Ertzaintza que acudieron a la zona a los Bomberos que en torno a las 12.45 horas se encargaron de sofocar las llamas. «Era un pequeño terreno de apenas veinte metros de largo por otros tantos de ancho, en una zona de chabolas y maleza entre el antiguo seminario y la salida al aeropuerto. No hizo falta siquiera que vinieran técnicos forestales a dirigir el operativo porque lo apagamos enseguida, pero nadie se imaginaba que podría haber una víctima», reconocieron responsables del servicio foral de extinción de incendios. Las mismas fuentes recordaron que ayer la quema de rastrojos estaba prohibida con carácter general debido a las altas temperaturas. Sin embargo, esta persona perdió la vida al intentar apagar la fogata que él mismo habría encendido, como le vio hacer su vecina Ana Aurrekoetxea menos de dos horas antes del siniestro.
«Tenía problemas de movilidad, no ya los propias de la edad, sino porque estaba operado de las rodillas», reconocía Juana Amondarain. Eso explicaría a su juicio que, al verse sorprendido por el fuego, no hubiese tenido la rapidez de reflejos suficiente para escapar de las llamas.
Aunque «él siempre había sido muy activo y se manejaba muy bien», según aseguraba su hermana. Tanto durante su vida laboral como después ya de jubilado. No en vano, recorría más de un kilómetro «a diario» desde su domicilio en Santi Mami Kalea, frente al cementerio de Derio, para cuidar de «su huerta».
«Le tenía mucho cariño a estas tierras porque habían sido de la familia; incluso allí teníamos un caserío con nuestro apellido que pasó a manos del Ayuntamiento y ahora es un centro de menores», explicaba Juana. Tras la construcción de los accesos a la autovía y al corredor del Txorierri les expropiaron la propiedad, pero quedó ese solar «muerto al lado de la carretera que él siguió siempre cultivando».
De su pasión por la agricultura daba fe Idoia, desde la cooperativa donde el fallecido compraba todas las semillas y útiles de labranza y donde confesaban sentirse impactados al recibir la noticia. «Nadie se había planteado que el fallecido fuese Amondarain. Era una persona muy suya, más bien solitario, y hablaba lo justo sobre lo que venía a buscar», le describía. Su familia señalaba en este sentido que tenía dos hijos, estaba separado y vivía solo.
Le gustaba tanto trabajar la huerta que destinaba poco tiempo a otro tipo de actividades como las que organiza el hogar de jubilados de la localidad, del que era socio y donde la noticia de su fallecimiento causó «estupor y mucha tristeza». «No era frecuente que viniera por aquí, pero solía participar en las excursiones de día y, sobre todo, era un fijo en la comida de Navidad», remarcaban los responsables del centro. Una relación que, en cualquier caso, les había permitido comprobar que se trataba de un hombre de gustos sencillos y carácter afable».
También se apenaban de lo ocurrido a José Antonio en la gasolinera de Zamudio donde trabaja su hija. «Está muy afectada y no creo que la veamos por aquí en unos cuantos días, porque va a necesitar un tiempo para reponerse», aseguraba una compañera.
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