La puntilla

Dejando a un lado que para mucha gente las corridas representan una barbarie, y que hay a quien se le revuelve el estómago ya en la suerte de varas, el toreo arrastra problemas relacionados con interpretaciones medio mafiosas y medio tramposas de este negocio que, sospechosamente, tira mucho de algunas ganaderías y plazas poco exigentes.

Por otro lado, estamos asistiendo a una politización de un espectáculo que quiere reivindicarse como cultural, pero que a veces tiene bastante de acuartelamiento ideológico. Enrique Ponce lució hace poco una chaquetilla con una abotonadura que simulaba las monedas de cincuenta pesetas con la efigie de Franco. Hemos visto a Morante de la Puebla en un tentadero con Rocío Monasterio y Santiago Abascal y a Francisco Rivera Ordóñez en un bar de iconografía abiertamente franquista.

Son solo unos ejemplos que se enmarcan en una manera monolítica de entender España y que hace que algunos aficionados no se sientan cómodos en las plazas. Los discursos de los toreros, que no están llevando bien las críticas, arman de razones a los detractores. El último episodio de incontinencia verbal nos lo ha procurado El Juli, que ha llamado inculta a la alcaldesa de Gijón, Ana González, tras el anuncio de que el coso asturiano no volverá a albergar corridas de toros.

Poco antes se habían lidiado allí un toro llamado 'Feminista' y otro, 'Nigeriano'. Si no le ven ustedes la gracia a los nombres ya les digo que yo tampoco. En definitiva, el toreo está recibiendo estocadas profundas en estos últimos años, pero no descarto que la puntilla se la acaben dando sus grandes defensores.