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El traqueteo de maletas forma parte de la estampa habitual del Casco Viejo de Bilbao. Mientras algunos turistas gastan sus euros para probar los pintxos que les marcan las guías, otros recorren las calles solos o en grupo, escrutando cada detalle. Todos sacan sus teléfonos móviles del bolsillo y empiezan a capturar los rincones con más encanto. Y en ese rato de ocio no falta la típica parada para llevarse un souvenir de recuerdo. Es la realidad que se vive en este distrito bilbaíno, que no solo proporciona qué hacer a los visitantes, sino que pese a la escasez de establecimientos hoteleros también les aloja. En pisos, habitaciones y otros recursos turísticos que comienzan a generar presión sobre los vecinos de siempre. El Casco es una de las zonas más tensionadas de Bilbao, con cerca de 300 camas por cada mil habitantes, casi 900 en entre viviendas y habitaciones turísticas. Si todas estuvieran ocupadas a la vez, los turistas supondrían el 30% de la población.
La normativa autonómica obliga a los hospedajes a darse de alta en un registro oficial y mostrar la placa identificativa en el portal. Y a esa ordenanza hay que añadirle la municipal, que solo permite instalarse a los pisos en las primeras plantas, mientras que las habitaciones pueden estar en cualquiera de las alturas del edificio. Además, en el Casco Viejo los requisitos son todavía más exigentes, ya que solo permiten un uso turístico por bloque. Pero es la zona de Bilbao donde más a flor de piel se siente el hastío del vecino trafdicional. «La convivencia entre vecinos y ocupantes de esos pisos turísticos es un problema en ocasiones. La gente también se queja mucho de que es más caro alquilar, pero creo que si se redujera el número de este tipo de pisos, el precio no sería muy distinto», valora Daniel Duarte, residente en el Casco Viejo y propietario de la cafetería Terra Kafe, situada en Bidebarrieta.
Otro vecino cuenta que la primera planta de su edificio es una vivienda turística, lo que ha provocado cierto descontento en la comunidad. «No les ha hecho mucha gracia. Les preocupa que no cuiden las zonas comunes, porque hay bastante gente que entra y que sale». Los comerciantes, al menos algunos, ven otra cara de la moneda. Iker Tijero, copropietario de la tienda AJ Complementos, explica que en su negocio compran más turistas que locales, así que la llegada de visitantes es parte fundamental para el éxito de su negosio. «A nosotros nos viene muy bien. No me molesta verles salir de portales con maletas. Los dueños de los pisos tienen derecho a alquilarlos y los turistas a disfrutar de ellos».
Aún así, se nota cierto desasosiego. El pasado mes de junio la asociación Bihotzean y la plataforma 'SOS Alde Zaharra' convocaron una protesta para denunciar la falta de vivienda y la progresiva «expulsión» de los habitantes de toda la vida. Su propuesta principal consistía en establecer una moratoria a la concesión de licencias a pisos turísticos.
En este sentido, Amaia Elorriaga, dueña de Droguería Juan Torre y vecina del barrio, señala que es «una exageración» la cantidad de viviendas turísticas que hay en el Casco Viejo: «Limita mucho a todas las personas que quieren vivir aquí. Si se cumpliera bien la normativa, no habría tanto conflicto. El problema son las que no cumplen la ley. Aunque haya más turistas, no veo que las ventas incrementen», asegura.
Y en la hostelería, la sensación es parecida. Aroa Pérez, trabajadora de Iturriza Taberna, ubicada en la Plaza Nueva, agradece el aumento de visitantes porque beneficia a su sector, pero también es consciente de las «consecuencias negativas» que acarrea la proliferación de pisos turísticos. «Los precios de los alquileres son más altos y así es imposible independizarse», lamenta.
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