

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
«Tenía un día de vida cuando mi madre me llevó con ella a la cárcel». Rosa Pajuelo nació a las doce del mediodía del ... 28 de julio de 1938 en La Haba, Badajoz, en plena Guerra Civil. «A las cuatro de la tarde vinieron a por mi madre y, como la vieron recién parida, la encarcelaron al día siguiente». «A mi padre lo habían detenido días antes. En aquella prisión hombres y mujeres convivían separados. Mi madre tuvo el tiempo justo de enseñarle cómo era yo, Rosita, a través de una ventana. Dos días después supo de su fusilamiento».
Rosita, hoy Rosa a sus 81 años, no es amiga de hablar, porque su madre le apremió siempre a callar «para evitar problemas», pero le anima a hacerlo su hija Ana Isabel. Entre las dos cuentan que madre e hija permanecieron juntas año y medio recluidas en Badajoz, y que cuando ya había acabado la Guerra Civil las trasladaron en vagones para transportar ganado a la localidad vizcaína de Amorebieta a un edificio de la orden carmelita que hizo las veces de prisión (hoy es el colegio El Carmelo) primero, y al seminario reconvertido en cárcel de Saturraran (Gipuzkoa) después. Cuando la niña cumplió cinco años la enviaron de nuevo a Badajoz con unos tíos.
«Mi madre estaba condenada a 30 años por delito de rebelión, pero salió al de siete años y medio con la condición de no volver al pueblo», relata Rosa. Sucedió que, a partir de 1940, ante la cantidad de prisioneros en las cárceles, se empezaron a revisar penas. Algunas vieron su pena rebajada y otras fueron indultadas. El problema persistió después en sus pueblos, donde fueron apaleadas, detenidas una y otra vez, se les impidió trabajar, etcétera. La madre de Rosa obtuvo un permiso de 15 días para ir a Badajoz a buscar a sus cinco hijos y luego rehizo aquí su vida. «Se dedicó a coser y a trabajar en casas y nos sacó adelante».
Ignoradas por los historiadores, olvidadas por la sociedad. Todavía 80 años después son pocas las investigaciones existentes sobre las cárceles de mujeres durante la Guerra Civil y el franquismo. «Ellas fueron tan protagonistas como los hombres, pero de una forma diferente. La mayoría no estuvo en el frente, pero sufrieron persecución, castigo, encarcelamiento en lugares expresos para ellas, incautación de bienes, exilio, rapados de pelo, paseíllos por la calle tras tomar aceite de ricino…», enumera Ascensión Badiola (Bilbao, 1961), economista, doctora en Historia Contemporánea, autora de la tesis 'La represión franquista en el País Vasco', en la que narra que en Bizkaia hubo dos 'almacenes humanos' de mujeres en Durango y Amorebieta, y autora de un libro recién publicado, 'Individuas peligrosas. La Prisión Central de Mujeres de Amorebieta', donde Rosa y Rosita estuvieron en cautiverio con otras mujeres procedentes de todos los puntos de España.
«La de Amorebieta era solo una prisión más del entramado carcelario que se repartió por toda la península». Desde la cárcel de mujeres de Girona a la de Oblatas de Tarragona; Les Corts en Barcelona; Santa María del Puig en Valencia; Can Sales en Palma de Mallorca; la prisión de mujeres de Málaga, la de Guadalajara; Las Ventas y La maternal de San Isidro, ambas en Madrid; otras cárceles castellanas, gallegas, asturianas... hasta las vascas: Amorebieta, Durango y Saturraran. «Tenían en común ser prisiones centrales o de cumplimiento de pena, diferenciadas de las prisiones provinciales existentes en todas las capitales y de otros edificios habilitados cuando no había sitio». En el barrio bilbaíno de Santutxu el desaparecido chalé de Orue de la calle Simón Bolívar Elorduy sirvió de galera temporal. «Las movían de una a otra con sus hijos para derribarlas psicológicamente», apunta Badiola.
La mayoría eran presas políticas, aunque no necesariamente habían pertenecido a algún partido o asociación o tenían determinado nivel de compromiso. «Había también campesinas cuya única relación con el marxismo tenía que ver con haber llevado comida a un hermano que peleaba en el bando republicano. También había andaluzas que habían robado los mantos de la Virgen en su iglesia para confeccionarse vestidos con los que ir guapas a visitar al marido a la cárcel, o las que habían saqueado objetos eclesiásticos de valor como cálices, con el único fin de revender y alimentar a la prole, hambrienta».
Las que eran enfermeras y maestras se encargaban de alfabetizar a sus compañeras y conseguían reducir su condena. «Mi madre contó cuando yo ya era mayor que un día entró una cuadrilla de chavalas asturianas de 16, 18, 20 años, la cosa más bonita que podía haber, y que enterraron su juventud», comenta Rosa Pajuelo. También había mujeres encerradas por masonas, feministas, socialistas, comunistas o simples disidentes. Las monjas, sus carceleras, usaban muy malos modos con ellas y las mantenían en condiciones infrahumanas. «Me dijo también que ella y yo dormíamos juntas en una habitación repleta. La de al lado tenía sarna, otra piojos, otra enferma... pero yo siempre metida debajo de ella. Cuando salió de la cárcel, me enseñó a callar por temor a perdernos otra vez. No quería que nos metiéramos en política ni fuéramos a manifestaciones. A muchos vecinos nunca les he contado cómo llegué hasta Amorebieta», concluye Rosa con la voz entrecortada.
1938 fue el año en que nació Rosa Pajuelo, concretamente el 28 de julio. Ese mismo día fueron a buscar a su madre para encarcelarla, pero al estar «recién parida» esperaron al día siguiente. Ambas fueron encarceladas en Badajoz.
Destierro de por vida «La condenaron a 30 años de prisión, pero salió a los siete años con la condición de no volver a Badajoz»
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La juzgan por lucrarse de otra marca y vender cocinas de peor calidad
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Batalla campal en Rekalde antes del desalojo del gaztetxe
Silvia Cantera y David S. Olabarri
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.