![Montserrat, la montaña sagrada del catalanismo](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/pre2017/multimedia/noticias/201706/19/media/montserrat-3-kD0-U4048257139LPD-490x630@El%20Correo.jpg)
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Pedro Ontoso
Lunes, 19 de junio 2017, 01:00
El choque de trenes que, a día de hoy, se vislumbra entre la Generalitat y el Gobierno de España está obligando a posicionarse a los distintos estamentos de la sociedad de Cataluña. ¿Qué postura adoptará la Iglesia, una institución muy encardinada en el tejido sociopolítico ... y muy pegada al pueblo en cuestiones de identidad? Mientras la jerarquía local actúa con prudencia y se remite a los documentos episcopales consensuados en tiempos pasados, son los benedictinos de Montserrat quienes han pasado a la acción para reivindicar el derecho a decidir y respetar lo que la mayoría suscriba. Montserrat, la montaña sagrada del catalanismo, que ahora celebra el 70 aniversario de la entronización de la Moreneta, un episodio que constituyó en su día un acto de reafirmación nacionalista.
La entronización tuvo lugar el 27 de abril de 1947 y ya quedó claro entonces que Montserrat se convertiría en el Sinaí del movimiento nacionalista. Incluso el nacimiento de la poderosa y ahora desaparecida Convergència Democrática que puso en marcha Jordi Pujol en noviembre de 1974 tuvo lugar bajo los mantos de la Virgen. Pero si hay un episodio grabado en la memoria del soberanismo catalán es el protagonizado el 14 de noviembre de 1963 por el abad Escarré, que sufrió un amargo destierro por plantar cara a Franco. El líder benedictino concedió una entrevista al diario 'Le Monde', que el periódico francés tituló «El régimen español se dice cristiano, pero no obedece a los principios de base del cristianismo». El monje defendía que «el pueblo ha de escoger su gobierno y ha de poder cambiarlo si lo desea: eso es libertad», al tiempo que invocaba la encíclica 'Pacem in Terris', de Juan XXIII, para sostener que Cataluña «corresponde a una minoría étnica y el Estado la debe favorecer». Aquella entrevista tuvo un eco tremendo y selló el compromiso entre la abadía y el catalanismo más político.
Cincuenta y cuatro años después, el actual abad de Montserrat, Josep M. Soler, sostiene que «la autoconcienciación de los catalanes y la articulación de nuestra nación en el Estado actual ha despertado la convicción de que entre los derechos humanos está el de decidir nuestro futuro». Soler, al que no pocos consideran el «líder moral» del independentismo, siempre ha defendido que la Iglesia debe respetar y apoyar lo que los ciudadanos decidan. El abad recurre a la Doctrina Social de la Iglesia para señalar que lo importante es que los ciudadanos puedan expresarse con los votos, si bien matiza esta posición en público. «Posicionarse más allá, si desconexión o no desconexión, no toca a la Iglesia porque eso ya son opciones concretas que deben tomar los representantes de la sociedad elegidos democráticamente. Como Iglesia no podemos ir ni debemos ir más allá de aceptar lo que democráticamente se haya decidido».
Bernabé Dalmau, monje de Montserrat y un experto en magisterio de la Iglesia, también se ha referido a esta cuestión. «Estamos en una etapa histórica en la que no sólo tenemos que poder decidir cómo queremos ser como pueblo, sino que, como Iglesia encarnada en el pueblo, debemos aportar mucho: cohesión social, cultura, enseñanza, atención a los colectivos más vulnerables, valores éticos. Ojalá que lo sepamos hacer con humildad y compromiso», señaló en una homilía. Dalmau, autor de una biografía en catalán de Óscar Romero, está muy bien considerado en Roma. De hecho, el Papa le nombró el año pasado misionero de la Misericordia, todo un gesto de reconocimiento. De entre todos los presbíteros del mundo, Francisco seleccionó a un millar, doce en España.
En agosto de 2013, Carles Puigdemont, entonces alcalde de Girona, almuerza con un grupo de amigos entre los que se encuentra Maür Esteva, abad emérito de Poblet con el que coincidió en sus estancias estivales en el recinto religioso. «Carlos sería un buen presidente de la Generalitat ¿no crees?», comenta el fraile cisterciense, muy nacionalista, a un contertulio, sin saber que estaba lanzando una profecía. El padre Esteva, reconstructor de Poblet y abad general del císter durante cinco años, fue el artífice de la restauración del monasterio, que alberga el archivo personal del president Tarradellas. Amigo también de Josep Pla y Josep María Subirachs, Esteva consolidó la comunidad monástica con la aplicación de las conclusiones del Concilio Vaticano II, impulsó la reforma litúrgica e introdujo el catalán en la oración de los monjes. De hecho, en el ambón del presbiterio de la iglesia que encargó al arquitecto Subirachs hay grabada una frase muy significativa «Proclamem la Paraula de Deus en la nostra parla».
El pasado 11 de mayo los obispos catalanes volvieron a reafirmar la «singularidad nacional de Cataluña» y pidieron que se fomente y promueva «la cultura del diálogo». Pero su líder, Juan José Omella, que ya es cardenal, mide sus movimientos. Por ejemplo, no presidió la misa por los patriotas muertos el Onze de Setembre de 1714, como hacía su antecesor, Martínez Sistach, aunque sí asistió al acto institucional de la Generalitat. El episcopado catalán mantiene ahora un prudente equilibrio en una cuestión que divide a la propia sociedad en la que ejerce su actividad pastoral. Hay prelados que se han significado en el debate, como el de Solsona, Xabier Novell, para quien «el derecho de los pueblos a decidir es más importante que la unidad de España». Pero el Vaticano ya hizo su apuesta 'política' cuando optó por Omella como arzobispo de Barcelona, en sustitución de Martínez Sistach, en una jornada de orfebrería diplomática. Omella, turolense natural de La Franja el Aragón catalán, responde a un perfil social sin ninguna veleidad nacionalista. Llegó hasta el círculo del Papa apadrinado por el cardenal hondureño Rodríguez Maradiaga, coordinador del G8, el grupo que asesora a Francisco en el gobierno y en la reforma de la Iglesia. Hilari Raguer suele citar a Tertuliano, quien en los primeros siglos de a Iglesia, decía que «la sangre de los mártires es semilla de los cristianos, lo que también funciona con los nacionalismos». La misión de Omella, que tiene muchos apoyos en Roma, es, precisamente, templar esa pulsión soberanista.
El historiador Hilari Raguer, monje de Montserrat y autor del ensayo 'Ser independentista no es pecado', es el clérigo benedictino que mantiene el discurso más contundente. «La independencia ya ha empezado y es un hecho sin marcha atrás. Los representantes políticos españoles lo saben más que nosotros y tienen unas reacciones histéricas porque ven que no la pueden parar», señala en una entrevista, antes de reivindicar que «Catalunya tiene que hacer el referéndum sin el permiso de España». El monje cree que «es absolutamente seguro que el Vaticano reconocería una Catalunya independiente por más presión que le hicieran desde Madrid, y lo haría como una necesidad pastoral».
Línea directa con Roma
Su superior, el abad Soler, también argumentó en su día que «la habitual práctica vaticana es que cuando una nación se declara independiente es reconocida como Estado por la Santa Sede». Aquellas palabras motivaron una rotunda declaración de la Nunciatura, la representación diplomática en Madrid, desautorizando esa posición. Hace unos días, Soler lo ha vuelto a reiterar: «El Vaticano reconoce a todos los Estados nuevos». El abad tiene línea directa con Roma y ha hablado con el Papa sobre el proceso independentista. En cualquier caso, la Santa Sede siempre ha mantenido distancias con la reivindicación soberanista.
Hilari Raguer ha sido uno de los participantes en la reciente presentación del informe 'El hecho religioso en la Cataluña del futuro' que tuvo lugar en el Parlamento catalán. El documento, avalado por 17 entidades de confesión católica, budista, mormona, musulmana y ortodoxa, reclama el respeto a la libertad religiosa en un «hipotético Estado catalán», lo cual ya supone un movimiento muy significativo en este momento de efervescencia soberanista. También lo es que no acudieran representantes de la Conferencia Episcopal Tarraconense, los obispos de la Iglesia católica catalana, lo que habría sido interpretado como una bendición encubierta del proceso. La doctrina oficial se circunscribe a dos documentos fundamentales: 'Raíces Cristianas de Catalunya', publicado en 1985, y 'Al servicio del pueblo de Catalunya', aprobado en 2011. En ambos textos los obispos defienden «el derecho de nuestro pueblo a su identidad nacional», lo que «exige una adecuada estructura jurídico-política».
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