Eusko Alkartasuna logró ayer formalmente salvar los muebles en su decimosegundo congreso nacional, celebrado en Donostia, en un clima de abierta división entre los tres centenares escasos de afiliados que acudieron a la cita. Pero lo hizo a costa de cerrar absolutamente en falso su ... crisis interna. De proclamar un acuerdo político entre las partes enfrentadas que en realidad son apenas palabras.

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El cónclave se presentaba como un duelo a cara de perro entre dos concepciones políticas bien diferentes. De una parte los que consideran que EH Bildu debe ser más que una simple coalición de cuatro partidos (Sortu, EA, Aralar y Alternatiba), lo que conducirá a una progresiva pérdida de peso específico de EA por la fortaleza de la izquierda abertzale tradicional. De otra quienes aceptan que la oferta abertzale de izquierdas se modernice, y se dote de un coordinador general y de una mesa política, pero siempre que se preserve el peso de los partidos fundadores de la entente sin apenas rebajas.

Al frente de los partidarios de los cambios, el reelegido secretario general, Pello Urizar, algunos, pocos, afiliados veteranos y unos cuantos más nuevos, que no estuvieron en la gestación del partido. Tras la segunda opción el navarro Mayorga Ramírez, una de las figuras de peso del abertzalismo en la Comunidad foral, y casi toda la vieja guardia que fundó EA tras escindirse del PNV. Incluido el exlehendakari Carlos Garaikoetxea que esta vez se decidió a romper su habitual neutralidad pública por entender que los cambios previstos, unidos a la fuerza orgánica de la izquierda abertzale tradicional, se traducirán en que Sortu controlará sin problemas la nueva EH Bildu.

No. No corren buenos tiempos para los jarrones chinos. Que se lo pregunten si no a Felipe González o a José Luis Rodriguez Zapatero, que han visto hace pocos días como las bases del PSOE desautorizaban sin ningún respeto a sus canas su consejo de que Susana Díaz fuera la nueva líder socialista y no el elegido, el madrileño Pedro Sánchez.

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En realidad no es algo nuevo aquí entre nosotros. Es una característica muy española de nuestra política. De la nacional y de la autonómica. El centrista Adolfo Suárez murió para la política apuñalado por la espalda por los suyos. También el comunista Santiago Santiago o el peneuvista Xabier Arzalluz terminaron arrinconados por sus compañeros. Ayer fue Carlos Garaikoetxea quien, de alguna forma, cayó de su pedestal. Como le ocurrió en su día a quien fue presidente y gran referente de la extinta Euskadiko Ezkerra, Juan Mari Bandrés.

Carlos Garaikoetxea optó ayer por no acudir al decisivo congreso de San Sebastián. Puede que lo hiciera porque se oliera la derrota de sus tesis y de su candidato, Mayorga Ramírez. O porque no le hizo ninguna gracia que se retirara y ni se sometiera a votación la enmienda de la agrupación de Pamplona, la suya, que planteaba que EA deje EH Bildu si la coalición se convierte en una organización «jerarquizada», lo que más pronto que tarde, no duden, terminará por ocurrir.

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Eusko Alkartasuna, el partido que Garaikoetxea y los suyos crearon en 1986 tras escindirse del PNV para disputar a los jeltzales la supremacía política en Euskadi, sale formalmente vivo del difícil trance que ha pasado en los últimos días. Eso sí, si ya ingresó en EH Bildu como una formación secundaria en serio declive (en las elecciones al Parlamento vasco de 2009 apenas pasó de los 38.000 votos, cuando en su debú en 1986 superó los 181.000), desde ayer es un enfermo al que sólo la respiración asistida mantiene con vida.

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