La guerra de los tres titanes del PSOE
Manuel Montero
Jueves, 27 de abril 2017, 02:58
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Manuel Montero
Jueves, 27 de abril 2017, 02:58
El PSOE es el partido que más se parece a España», dijo hace diez años Rodríguez Zapatero, fino analista. A lo mejor esa vez acertó, ... si en España manda la trifulca permanente, el desprecio al otro y la liviandad ideológica, además de cierto sentido de la irresponsabilidad. Es la imagen que los socialistas están proyectando desde hace tiempo y que verosímilmente seguirá tras el duelo por Carmen Chacón, dolor general sin capacidad de cambiar las tornas.
Volverán las descalificaciones y los lemas vacíos. Provoca cierta angustia suponer que de semejante mecanismo saldrá el candidato a gobernarnos. ¿Selección natural? No parece que el procedimiento esté diseñado para elegir al mejor gobernante, al más preparado o al carismático por excelencia. Más bien saldrá el que sepa moverse en esta jaula de grillos que, por lo que se ve, es el Partido Socialista, lleno de agravios y deseos de venganza.
De momento escasean sugerencias de programas mientras proliferan lemas reiterativos. Los eslóganes dan en planos. En plan 'Sí es sí' (tan reduccionista como el 'No es no'), 'Somos socialistas' o 'Socialistas 100%', simplismos que vienen a ser la carta de presentación de estos tres titanes del socialismo.
Lo que se hace más molesto es el gusto por el poder: 'Con Susana ganamos, un PSOE ganador', 'con Patxi ganamos tod@s', 'nosotros queremos un PSOE ganador' (Pedro). Dedican más esfuerzo a expresar su afán de victoria que a explicar para qué quieren ganar, qué política nos traerán. Sus huestes deben de compartir similar ansia, pues cuando hablan de ganar, el mitin llega al clímax, todos aplauden enardecidos, agitan las banderas y algunos se ponen de pie. Cabe discutir sobre sus lugares en el espacio ideológico, pero comparten voracidad al pensar en el poder.
Planteadas las primarias al modo agónico, todos ofrecen unidad, un lugar común en estas primarias. Susana quiere un PSOE «ganador, fuerte y unido», pero los demás no le quedan a la zaga. Nadie quiere que le acusen de fragmentar el partido. Patxi trabaja por la unidad, ofrece reconstruir el PSOE «más unido y fuerte». Pedro, que llega con el estigma de que el cisma saltó siendo secretario general, habla de «la lealtad y la unidad», pues quiere «unas primarias de unidad». Los tres hablan de la unidad, pero suena a voluntarismo. No dicen qué harán para conseguirla.
Lo tienen difícil. Sus respectivos fieles parecen muy fieles a sus líderes, pues en internet les profesan una admiración que se hace sorprendente, pues sus pedigrís tampoco son para echar las campanas al vuelo. Sin embargo parecen más fieles a sus odios, a juzgar por los descalificativos que vierten sobre los adversarios: «la ambición rubia del sur», «la mediocridad de Pedro», «Patxi encarna lo peor del zapaterismo». Traidor, desleal, trilero son habituales en los mensajes cruzados. A primera vista entienden que el auténtico socialismo es el suyo, echado a perder por los demás, unos vendidos. Su problema futuro -si salen de esta- será construir algún cesto con estos mimbres. Ninguno de los tres parece un dechado de mano izquierda y dan en autorreferenciales.
Mandan las insidias y frente a ellas solo enuncian mensajes simplones, que consisten en un aluvión de oquedades políticamente correctas -están con las mujeres, con los humildes, por los intereses de los ciudadanos, a favor de la igualdad-. Nadie disentiría, pero tampoco ofrecen asideros para grandes cohesiones. O plantean escenarios drásticos, sin matices, del tipo «nunca más con la derecha», sin que aclaren qué entienden por política de derechas y de izquierdas. Algún malpensado podría concluir que recortar es de derechas si le toca al PP y de izquierdas si lo hace el PSOE. Sin nítidas formulaciones ideológicas donde agarrarse, les pesará como una losa el resquebrajamiento interno.
La dinámica socialista de los últimos años demuestra que su único freno al canibalismo grupal es la cercanía del poder o la posibilidad de llegar al Gobierno. No parece para hoy, por lo que la travesía del desierto se les puede hacer eterna, con un rosario de primarias intermitentes y una crisis de nunca acabar.
Para más inri, una parte del partido se desliza hacia la deslegitimación de la otra, con el convencimiento, que parece amplio, de que la victoria es suya si los otros (o la gestora) no hacen trampas. «No le van a dejar ganar»: ni la oligarquía del partido ni el Ibex35. «No ponen a Susana Díaz al frente del PSOE para ganar elecciones, sino para garantizar que nunca pueda gobernar Podemos»: una vez que se extiende tal estado de ánimo un partido está partido.
La campaña parece pensada para romper a la familia mejor avenida. Tiene todos los elementos para ahondar en la discordia. Llega tras una trifulca histórica cuyas heridas aún están sin cerrar. Además, se plantea como una lucha del todo o nada, en la que el perdedor (y sus fieles) pueden quedar defenestrados.
Estas primarias resultan particularmente virulentas porque lo central no es el programa sino el modelo de partido -militancia o mandos orgánicos, llamados a la guerra civil-: de ganar «las bases» la estructura del partido quedará hecha unos zorros; si pierden con un buen resultado las tensiones internas serán el pan nuestro. También está en juego el modelo de alianzas, si encabezar el populismo o buscar centralidades -o las dos cosas-, pero no lo discuten abiertamente, sino con indirectas, un mal argumentario para superar una crisis histórica.
Incluso si los tres tenores fuesen tres titanes de la política el futuro socialista sería más bien incierto.
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