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ander azpiroz
Domingo, 9 de abril 2017, 00:58
«Señoras y señores, hace unos momentos fuentes autorizadas del Ministerio de Gobernación han confirmado que el Partido Comunista, perdón, que el Partido Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el, perdón...». De esta forma, con voz entrecortada y necesitado de tres intentos ... tras llegar ante el micrófono a la carrera y sin aliento, el periodista Alejo García informó en Radio Nacional de la legalización del PCE hace hoy 40 años. El día elegido por el Gobierno de Adolfo Suárez, el 9 de abril de 1977, no fue fruto de la casualidad. Era Sábado Santo y todo el país estaba de vacaciones, una circunstancia ideal para evitar exhibiciones excesivas de euforia o de protesta que pudieran desembocar en desordenes públicos.
Fue el punto final de un largo proceso que había comenzado meses atrás. El primer paso fue de Santiago Carrillo al regresar a España desde su exilio parisino en febrero de 1976. Mientras el secretario general de los comunistas no se escondió a su vuelta, el Gobierno hizo como que no se daba por enterado. Según explica el exdirigente del PCE Ramón Tamames en su libro Más que unas memorias, hubo dos hechos clave en el desarrollo de los acontecimientos. El primero fue la matanza de Atocha en enero de 1977. Los días posteriores al asesinato de cinco abogados laboralistas por pistoleros de la ultraderecha, el partido y la izquierda sin distinción de etiquetas se echaron a la calle. Pero lo hizo de manera masiva y pacífica, y disipó los temores del Ejecutivo al encaje comunista en el marco democrático. El segundo momento fue el de las conversaciones, sobre todo la que mantuvieron Carrillo y Suárez en el chalet del abogado y presidente de Europa Press José Mario Armero. El entonces presidente del Gobierno arrancó al histórico líder comunista el compromiso de que su partido renunciaría a la bandera republicana y aceptaría la Monarquía. A cambio, Carrillo exigió a Suárez un paso al frente.
La encrucijada del Gobierno
La posición del Gobierno no era sencilla. En pleno proceso de Transición (aún faltaba año y medio para que se aprobara la Constitución y ni siquiera se habían celebrado las primeras elecciones democráticas), sl ruido de sables no cesaba y en el Ejército -todavía con amplios sectores adictos al franquismo y reacios a los nuevos tiempos de apertura- existía una oposición frontal a la legalización del 'histórico enemigo rojo'. Además, Suárez se había comprometido en una tensa reunión con la cúpula militar, a la que asistieron decenas de mandos, a no legalizar el PCE. Y, según afirma Tamames, el PSOE tampoco ayudaba por sus intereses electorales. «Lo que sucedía por entonces es que las previsiones de voto a favor del PCE estaban sobreestimadas, y los socialistas pensaban que, presentándose sin su competición a las elecciones generales, podrían hacerse con resultados mucho mejores», explica Tamames.
Pero, a pesar de las reticencias, «legalizar al PCE era la piedra de toque de la verdadera apertura del proceso democrático». Y Suárez, añade Tamames, «llegó a la conclusión de que no tenía otra salida», no tanto por ser inevitable, sino porque «su sentimiento democrático era sincero y cabal».
A comienzos de abril en el ambiente sonaba con fuerza que la decisión del Gobierno estaba cercana. No solo por los gestos de uno y otro lado, sino también porque las primeras elecciones libres tras casi cuatro décadas de dictadura estaban a un mes y medio vista (se celebrarían el 15 de junio). Suárez entendía que, sin legalizar previamente el PCE, la naciente democracia española perdería credibilidad de puertas adentro y de cara al exterior. Pero nadie se imaginaba que la decisión fuera a anunciarse un Sábado Santo. Tampoco los dirigentes comunistas. Aquel 9 de abril, Carrillo ni siquiera estaba en Madrid y Tamames se fue a comer a la sierra madrileña con su familia. Al regresar a la capital, se echó una siesta que interrumpió su mujer, Carmen: «Ramón, Ramón, que te llaman por teléfono, es urgente», rememora el exdirigente del PCE. Era un «camarada de la prensa» que le anticipó lo que poco después anunciarían los medios: «el Partido Comunista de España ha quedado legalizado».
Tamames salió disparado a la sede, donde, ante una nube de cámaras, celebró la noticia con compañeros como Juan Antonio Bardem, Armando López Salinas o Ignacio Gallego. Brindaron con una botella de ron cubano Havana Club, no por hacer un guiño al castrismo, sino porque fue «lo único que se encontró por la sede».
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