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Florencio Domínguez
Sábado, 8 de abril 2017, 01:47
Mikel Albisu, Antza, el jefe de ETA durante doce años, fue detenido el 3 de octubre de 2004 en la localidad francesa de Salies de Bearn. Entre la gran cantidad de documentación que le fue incautada había un papel con una planificación política a ocho años vista. Año por año, Antza iba escribiendo las previsiones de lo que iba a pasar. Sus papeles eran más claros que las profecías de Nostradamus, pero el porcentaje de acierto era similar.
El punto de partida era el 2004, año en el que ETA y el Gobierno español abrían la negociación, al tiempo que se establecían contactos con el Gobierno francés. Batasuna, por su parte, establecería relaciones con el PNV y el PSOE. Al año siguiente el Gobierno acercaría los presos, legalizaría a Batasuna y haría una declaración tipo Downing Street. ETA, en 2006, convertiría el alto el fuego temporal en indefinido y España reconocería el derecho de autodeterminación. Los presos empezarían a salir de las cárceles en 2007 y terminarían todos libres en 2008, año en el que la Francia jacobina se avendría también a reconocer la autodeterminación vasca.
Con todos esos triunfos negociadores en el morral de ETA, Mikel Albisu se preguntaba qué había que hacer con las armas de la banda o con las Fuerzas Armadas españolas y francesas. Incluso se preguntaba si «las dos partes» tendrían que pedir perdón.
Es obvio recordar que en 2008 no salieron más presos que aquellos que cumplieron su condena y que en esas fechas Mikel Albisu, el jefe de la banda y al que se le suponía el más intelectual, llevaba cuatro años en prisión. Lo sorprendente no es que no acertara en sus previsiones, sino que las hiciera en 2004 cuando ETA había pasado ya por dos crisis internas debido a su incapacidad para afrontar una campaña terrorista.
En 2003, un grupo de cuadros del aparato militar encabezados por Txeroki y Ata se insubordinaron contra Antza y el resto de miembros de la dirección por la falta de actividad terrorista, porque ETA había sido frenada por las Fuerzas de Seguridad y era incapaz de darle la vuelta a la situación. Al año siguiente, Francisco Mújika Pakito, y otros cinco presos reconocieron abiertamente la derrota de la banda en un comunicado que les costó la expulsión.
En las filas de ETA había muchos que se daban cuenta de que el grupo terrorista ya no era lo que había sido y que no tenía la capacidad de actuar que había registrado dos años antes. Quienes no lo veían eran los jefes que seguían haciendo diseños de política ficción y jugaban partidos en la pizarra sin darse cuenta de que ya no tenían campo de fútbol.
Al borde la escisión
El que debía ser el año del triunfo, el 2008, fue todavía peor que los anteriores. La banda estuvo al borde de la escisión por enfrentamientos entre el aparato político por un lado y el militar y logístico, liderados por Txeroki y Ata, por otro; perdió de un golpe a todos los responsables del aparato político y unos meses después al jefe del militar y a un par de sucesores de éste.
El declive lo vieron más etarras en el debate interno celebrado a caballo entre 2007 y 2008. El autor de un texto bautizado como Enmienda General número 2 señaló qu en las «condiciones actuales la lucha armada actual no tendrá la capacidad para acumular la fuerza necesaria». Otro etarra, autor de la Enmienda General número 5, consideraba no sólo que «la actividad de ETA se ha convertido en perjudicial para la consecución de los objetivos estratégicos», sino que «la represión de los Estados nos ha superado». Añadía que, por un lado, «la cantidad y calidad de nuestras ekintzas (atentados) es penosa (desde hace unos años). Y por otra parte la represión de los Estados nos vence». En la misma línea otra enmienda decía que «la posición del enemigo es cada vez más fuerte». «Hoy en día ETA no es un problema para el enemigo, no hay más que ver cómo caen los miembros y cuál es el camino de la organización (acciones armadas) en los últimos años», añadía. El conjunto de la banda siguió ciega todavía un par de años más hasta que, en marzo de 2010, Ata decretó el fin de los atentados para dedicarse exclusivamente a la reorganización interna. De ese parón ya no volvieron a ponerse en marcha. Fueron directamente al final del terrorismo.
Abandonaron la violencia en octubre de 2011 y se apalancaron en la capital noruega porque en la Declaración de Aiete les habían hecho creer que después vendría una negociación con el Gobierno. Esperaron inútilmente porque Rajoy no quiso enviar a nadie a Oslo. En aquellas fechas, y hasta hace cuatro días, ETA creía que su desarme tenía que ser el resultado de una negociación que tendría como contrapartidas la liberación de presos, la vuelta de los huidos y la retirada policial del País Vasco. Lo dejó claro en el comunicado del 25 de noviembre de 2012 en el que fijaba con precisión la agenda negociadora: «Plazos y fórmulas para que regresen a casa todos los presos y exiliados políticos vascos. Plazos y fórmulas del desarme, la disolución de las estructuras armadas y desmovilización de los militantes de ETA. Pasos y plazos para la desmilitarización de Euskal Herria, adecuando al final de la confrontación armada, las fuerzas armadas que están en Euskal Herria».
La banda no contemplaba un desarme unilateral, pero tampoco la entrega de las armas a un gobierno. Seguro que compartía la frase pronunciada por el dirigente de la izquierda abertzale Arnaldo Otegi el 17 de septiembre de 1999 cuando afirmó que la foto de la entrega de las armas al Gobierno sería «la foto de la derrota».
Pelea con los verificadores
ETA no sólo no consiguió que Madrid o París atendieran sus requiebros negociadores, sino que a principios de 2013 se peleó con los miembros de la Comisión de Verificación. Los integrantes de este grupo habían planteado asumir funciones relacionadas con el desarme de la banda, pero ETA se negó. «El tema del desarme está fuera del mandato que recibió el Comité Internacional de Verificadores en su creación y, por eso, no ha estado ni está en la agenda de trabajo de ETA ni del Comité Internacional de Verificadores», escribió la banda en un comunicado. Otro grave error gracias al cual consiguió que el Gobierno de Noruega expulsara del país a los tres representantes de ETA y se cerrara definitivamente la ventanilla de Oslo.
Tampoco ETA tuvo más éxito en los intentos de implicar a Francia en una negociación al margen de España a pesar de que ha estado los últimos años dando vueltas a esta posibilidad, enviando mensajeros e intermediarios a París. Fracasaron también los intentos de organizar una conferencia internacional de desarme, un Aiete-II, que quisieron montar Martin McGuinness y Jonathan Powell en 2014 porque ni el PP, ni el PNV ni los socialistas respaldaron una propuesta de ese tipo. A la lista de fracasos hay que sumar los intentos de 2015 y diciembre de 2016 de organizar un montaje de desarme con destrucción de armas incluido que fue frustrado por operaciones conjuntas de la Guardia Civil y la DCSI francesa.
El desarme se convirtió en un problema para ETA, no para los Gobiernos. La banda necesitaba deshacerse de sus armas y ha acabado aceptando su entrega a un gobierno, el francés. Por muchos espectáculos que quiera organizar la izquierda abertzale y por muchos intermediarios que ponga entre el zulo y la policía francesa, al final es una entrega de armas a un gobierno. La foto de la derrota que anticipó Otegi.
Esta ETA que durante años despreció el final de los polimilis y la reinserción de sus miembros, se daría con un canto en los dientes si pudiera conseguir para sus presos lo que consiguió ETApm. Entonces la sociedad y las instituciones estaban dispuestas a pagar un precio por la paz y las víctimas, desgraciadamente, no contaban. Ahora esa solución no es posible ni social ni políticamente.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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