El anuncio del desarme definitivo, total y unilateral de ETA del 8 de abril no tiene vocación de dar lugar a la disolución de ETA ni nada que se le parezca. En su lugar tendremos continuos episodios como este, relativos a cuestiones que irán surgiendo ... una detrás de otra como, por ejemplo, el tema de los presos y así sucesivamente. Basta con que echemos un vistazo a lo que es la historia de ETA y de las organizaciones que la han rodeado en las últimas cuatro décadas, para que comprobemos la ingenuidad de las esperanzas que muchas personas con un grado de inteligencia y de control emocional normal tirando a alto están depositando en este acto.

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Conste que yo mismo me sumo a esos deseos: todo con tal de que las generaciones venideras disfruten de una vida en paz y tranquilidad como la que nosotros no hemos podido tener debido a este fenómeno violento. A uno le da por pensar muchas veces que esto nos tocó en suertes -maldita la suerte-, en esta esquina del Atlántico Norte, sin habérnoslo merecido de ninguna de las maneras. ¿Por qué nos tuvo que tocar algo así? No hay nada en la historia vasca que abocara a una violencia tan descarnada y a que viviéramos buena parte de nuestra vida sumidos en la depresión social y en el terror ambiental. Un precedente violento en la historia vasca como las luchas de bandos es compartido en toda la Europa bajomedieval. Y lo de las guerras carlistas tampoco fue exclusivamente vasco, aunque aquí tuviera su escenario principal. Del mismo modo que la Guerra Civil puede entenderse como la última Guerra Carlista desde el punto de vista vasco en muchas de sus manifestaciones, pero tampoco fue un conflicto propio sino derivado de la situación en toda España.

Lo verdaderamente genuino del terrorismo vasco y que impide encontrarle antecedentes autóctonos es que aquí apareció un fenómeno denominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), que surge de ETA militar entre 1974 y 1976 y que conformó, tras la desaparición de ETA político-militar en los primeros ochenta, la verdadera clave para entender el desenvolvimiento de la estrategia terrorista que nos azotó de un modo tan sañudo y persistente.

Estamos hablando de un entramado, de una especie de cooperativa política, social y cultural, cuyas organizaciones integrantes son conocidas y se pueden consultar fácilmente en internet o en monografías específicas como la de Iñigo Bullain. Sus miembros, además, se detectan a la primera por cualquiera familiarizado con el ambiente vasco, porque constituyen una cultura muy caracterizada en expresiones, actitudes y estética, y que es capaz de enclaustrarse y evitar que sus relaciones y comunicaciones internas trasciendan al exterior. Pero, sobre todo, y aquí viene lo decisivo, su activador y aglutinante ha sido, desde su mismo origen, la violencia llevada a cabo por su vanguardia militar. Se trata de un esquema tomado de la tradición marxista-leninista, que utiliza un movimiento de liberación patriótica preexistente como marco de actuación, pero al que desborda y supera con el revolucionarismo marxista y sobre todo con el empleo sistemático de la violencia.

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Para conseguir su objetivo último -una Euskal Herria independiente, socialista y euskaldun- el MLNV nunca podría bajar la guardia y la violencia aglutinaría a sus integrantes en la medida que atemorizaba al resto de la sociedad vasca, sobre todo a sus objetivos directos, contra los que ejerció una espiral diabólica y sin fin. El MLNV se presentó siempre como un movimiento defensivo, de modo que la violencia se explicaba como algo casi natural, como consecuencia necesaria de una agresión previa: así se justificaba su propósito destructor y revolucionario. La consigna era que todo lo hacía por defenderse del Estado opresor, burgués y español. Y al calor del terror provocado por ETA, el MLNV fue creciendo y expandiendo sus tentáculos por todos los ámbitos sociales, ejerciendo una tiranía sorda, cotidiana, invisible pero tremendamente eficaz, en la que quien asesinaba, quien justificaba los asesinatos, quien imponía su opinión sobre todas las demás aparecía como víctima, como oprimido, como explotado.

Ojalá me equivoque pero creo que nunca veremos la disolución de ETA: son demasiadas las organizaciones que estarían abocadas a su desaparición o, cuando menos, reestructuración. Los principales conocedores de ese mundo dan por hecho que fue ETA y su cultura de la violencia la que originó y dio sentido a todas las entidades que conformaron el MLNV: un partido político, un sindicato, juventudes, mundo cultural y educativo, periódicos y revistas, ecologismo, feminismo, jaiak, un núcleo coordinador en la sombra Un movimiento que surgió al calor de la violencia extrema, el de la bomba-lapa y el tiro en la nuca, y que se regeneraba tras las redadas y detenciones porque sabía utilizar todos los fallos del sistema con maestría: el principal de todos, las caídas de sus miembros, convertidos en mártires para la causa, y después la tortura, padecida pero también amplificada a conveniencia por una propaganda eficacísima.

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Un movimiento así, acostumbrado a vivir en el filo de la legalidad, construido bajo el paraguas de la violencia, ¿cómo va a sobrevivir sin la causa que lo fundó? Es por eso que estaríamos asistiendo a una fase inédita de la historia del MLNV en la que ni sus protagonistas saben lo que se les viene encima. Lo que hay es un movimiento originado por el terror y que parece ser que estaría dispuesto ahora a sobrevivir sin él. Hay quien habla de emoción y de esperanza. La política también es eso: carácter y sentimiento. Pero eso no quita para que otros lo veamos con perplejidad y sobre todo con inquietud.

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