Blázquez, una apuesta por la transversalidad
Pedro Ontoso
Miércoles, 15 de marzo 2017, 01:44
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Pedro Ontoso
Miércoles, 15 de marzo 2017, 01:44
Los idus de marzo han sido propicios para Ricardo Blázquez, aunque, como en tiempos de Julio César, ha habido margen para la conspiración. Tal y como se presumía, Blázquez ha sido elegido para liderar la Iglesia española durante un tercer trienio, dos de manera ininterrumpida, ... por lo que se da por seguro que el Papa prorrogará su misión, más allá de los 75 años que cumple el mes de abril, en el que tiene que presentar su renuncia. Es evidente que el arzobispo de Valladolid tiene la confianza del Papa, pero, sobre todo, concita una aceptación generalizada y reúne más adhesiones que la que parecía su única alternativa, Carlos Osoro. La coherencia de Blázquez y su estilo sereno se ha impuesto sobre la candidatura del arzobispo de Madrid, cardenal como el exobispo de Bilbao, a quien algunos sectores le discuten su posición calculadora y también acomodaticia en función de las circunstancias, pese a que se trata de una persona muy cercana. Pero Osoro no era la alternativa y los idus han traído sorpresas por Levante, donde ahora arrecian las borrascas preprimaverales.
La opción Osoro habría generado desequilibrios en la relación de fuerzas internas que existe ahora en el seno de la Iglesia y Blázquez suma más consensos, incluidos algunos de los que apoyaban al cardenal Rouco. Pero la gran sorpresa ha sido la emergencia del cardenal Antonio Cañizares, elegido para vicepresidente de la Conferencia cuando muchos de los analistas, y no pocos obispos, le consideraban fuera de juego.
¿Los idus de marzo le han traído un comisario a Blázquez? El arzobispo de Valencia, gran amigo de Benedicto XVI, ha aglutinado el voto del sector más conservador, para lanzar el mensaje de que sigue activo. El pequeño Ratzinger, como se conoce al purpurado levantino por su encendida defensa de la ortodoxia doctrinal, había sufrido un fuerte desgaste en el pulso que mantiene con la izquierda radical en la comunidad valenciana. Esa posición le ha granjeado afectos en el sector más tradicionalista del episcopado y ha servido para mermar los apoyos de Blázquez. Habrá una cierta continuidad, pero con un equilibrio de fuerzas.
Blázquez tiene el camino despejado para empujar el carro del Papa Francisco, al que la Iglesia española no se ha terminado de subir, y sacudir el muermo a un episcopado gris. Bergoglio es un pontífice dispuesto a impulsar cambios, pero, al mismo tiempo, evitando los conflictos innecesarios. Por eso era importante en estos comicios mantener la comunión, la unidad en el lenguaje de los obispos, y trasladarla al proceso de reformas. Blázquez, que cede y comparte poder en otras instancias, era una garantía en ese contexto. Al arzobispo de Valladolid se le ha dado luz verde para mantener el timón de la Iglesia, pero, como contrapeso, se le ha puesto a Cañizares, más duro en cualquier negociación que afecte a la institución, y más activo a la hora de salir a la plaza pública a mantener la confrontación con los sectores más laicistas.
En cualquier caso se trata de un tándem que ya funcionó en 2005, un periodo en el que hubo que litigar mucho y en el que Cañizares robó cámara a Blázquez, dueño de un perfil mucho más discreto. La vicepresidencia es un cargo muy honorífico, pero proporciona visibilidad a quien lo quiera utilizar como trampolín para otros intereses. El Comité Ejecutivo es el verdadero puesto de mando desde el que se toman las decisiones importantes y ahí los obispos, reacios a las revoluciones, siempre buscan equilibrios. Ahora se ha reeditado aquella fórmula y pronto han surgido voces para asegurar que no se trata de una vuelta atrás.
En la última etapa, la Iglesia española ha mantenido un prudente silencio sobre la situación política, sin identificarse con ninguna etiqueta ideológica. Ha sido una posición buscada tras el exceso de intervención que hubo en el largo mandato de Rouco, amigo de las trincheras, que gobernó con puño de hierro. Eso se ha traducido como un apoyo al pluralismo político de los cristianos, que militan en todos los partidos del arco parlamentario y apoyan opciones de distinto signo, tanto por la izquierda como por la derecha.
En un escenario caracterizado por los frentes y las fracturas, y con un populismo izquierdista agresivo con la religión, la Iglesia ha jugado un papel de transversalidad y ha sido un factor de unión y de conciliación. Se ha visto con claridad en su actuación ante el fenómeno de la inmigración, probablemente ayudada también por la fuerte comunidad latinoamericana católica, y se ha visto en la batalla contra la pobreza y la desigualdad, en la que Cáritas ha contribuido a la cohesión social en unos momentos muy difíciles. Blázquez cuenta para esta labor con el apoyo de Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y apeado ahora de la vicepresidencia, y de Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, que le cubre el flanco catalán. Los tres -Omella será pronto cardenal- son la apuesta del Papa Francisco para poner en línea a la Iglesia española y los tres cuentan con fuertes apoyos en Roma. Pero les quedan pocos años.
El desafío de Blázquez, abierto siempre al diálogo, es situar a la Iglesia como punto de equilibrio y factor de moderación en unos tiempos que se aventuran complejos y delicados. No pocos consideran que la Iglesia española se ha quedado atrofiada y necesita un mayor liderazgo. Primero, tiene que desplegar velas para la singladura abierta por el Papa. Su apuesta debe ser clara. También en los asuntos extramuros. Y no solo en cuestiones como la educación, en las que debe huir de la defensa de su propia parcela en la búsqueda del gran pacto educativo, sino en procesos de gran calado como, por ejemplo, la reforma constitucional en ciernes. La galopante secularización de la sociedad española no tendría que ser un complejo.
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