La política española se dispone a vivir desde hoy un largo fin de semana de altísimo voltaje. Partido Popular y Podemos, primera y tercera fuerza del Parlamento -primera y segunda desde octubre, según los últimos sondeos del CIS-, celebran sus congresos. Lo hacen en un ... ambiente bien diferente.
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Los populares llegan a su cónclave en un clima de absoluta serenidad, con la tranquilidad que da el saber que Rajoy tiene garantizados otros tres años y medio en La Moncloa, aunque sea en minoría, gracias al PSOE. Los podemitas, en cambio, arrancan Vistalegre II con la organización hecha trizas. Los líderes han adoptado posiciones irreconciliables, los cuadros se han visto obligados a elegir trinchera y las bases, lejos de la ilusión casi juvenil que despertó Vistalegre I , bien podrían estar a punto de pasar del desconcierto y el enfado a la desmovilización.
Todos, o casi todos los grandes partidos han pasado por momentos turbulentos a lo largo de su trayectoria. La mayoría saldaron sus crisis con ganadores y perdedores, claro, pero sin mayores consecuencias. Otros, como el PNV, no.
Singular crudeza tuvo la batalla ideológica que se libró en el PSOE en mayo de 1979. Felipe González se plantó en el XXVIII congreso y exigió al partido que virara a la derecha y abandonara el marxismo para captar electores por el centro y lograr el poder. Los delegados dijeron no y González abandonó su cargo. Antes de cinco meses se convocó un nuevo cónclave, el marxismo pasó a mejor vida y Felipe González retomó las riendas de la organización.
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Igualmente traumática resultó la ruptura del tándem que llevó a los socialistas de Suresnes al poder. Alfonso Guerra dejó la vicepresidencia del Gobierno en 1991 a consecuencia del escándalo que protagonizó su hermano, Juan. Seis años después, en 1997, culminaría su alejamiento de Felipe González abandonando también la vicesecretaría del partido. El PSOE se tuvo que acostumbrar durante años a las disputas entre renovadores y guerristas, algunas escasamente edificantes.
El centroderecha español ha pasado también por momentos de especial turbulencia. El último, en el congreso que el PP celebró en Valencia en 2008. Un Rajoy derrotado en las urnas vio cómo el aznarismo y dirigentes como Esperanza Aguirre o Juan Costa buscaban su cabeza con importantes apoyos mediáticos. El apoyo in extremis de la organización valenciana resultó definitivo. El actual presidente retuvo el poder y los derrotados fueron apartados. La sintonía con Aznar desapareció para siempre.
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En otras palabras. Ambos partidos supieron sobrevivir a crisis muy serias posiblemente porque se trataba de organizaciones muy fuertes y absolutamente consolidades. Como el PNV, aunque ni eso salvó a los jeltzales de la escisión capitaneada por Carlos Garaikoetxea de la que surgió EA en septiembre de 1986. El encono público que alcanzó el choque y su prolongación en el tiempo resultarían a la postre letales.
La crisis de Podemos dura ya más de un año. Arrancó cuando Pablo Iglesias decidió destituir al secretario de Organización, el errejonista Sergio Pascual. Desde entonces la tensión y las escaramuzas se han sucedido, cada día con un poco más de virulencia que el anterior. La amistad entre los integrantes del nucleo fundacional de la formación ha ido dejando paso primero a la desconfianza y ahora directamente a la animadversión.
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Podemos nació de la calle, de las asambleas, de las redes sociales. Nada extraña su falta de pudor en retransmitir públicamente sus miserias día tras día. Hasta ayer mismo. La incógnita se centra en saber quien ganará la batalla de Vistalegre, que pudo ser ideológica y ha dtrivado en personal. Y, sobre todo, si los contendientes respetarán a los heridos y aceptarán volver a convivir para salvar Podemos, o no.
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