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La alfombra de Rajoy

Olatz Barriuso

Miércoles, 8 de febrero 2017, 01:41

Hay dones que los carga el diablo. Que alguien le pregunte a Zapatero, por ejemplo, si no acabó del talante hasta el gorro. Lo mismo pasa con el carisma, que no se sabe si es mejor tenerlo o que a uno se le pierda para ... siempre. A Aznar le reprochaban la falta de él y el expresidente incluso se permitió bromear con el asunto cuando fue recibido en Zarzuela después de que ETA intentara asesinarle con un coche bomba. Ser o no carismático nunca ha sido determinante en política: Aznar se lo puso por montera, Urkullu ha construido su relato sobre todo lo contrario, Rajoy se jacta de ser previsible. Carolina Bescansa, que acaba de abandonar la dirección de Podemos por agotamiento, saca fuerzas de flaqueza para achacar la pésima valoración ciudadana de Pablo Iglesias en el CIS (está a la cola) a su deslumbrante carisma. Al ser un dirigente de personalidad arrolladora, viene a decir, no se le quiere. Es cierto que lo que cuenta en política es que te conozcan y que los tuyos te sean fieles, pero también puntúa, y mucho, no despertar rechazos viscerales que ahuyenten el voto refugio de los hartos, los despistados, los volátiles y, en definitiva, los indecisos que alimentan las expectativas de crecimiento de los partidos.

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