En su primera semana en la Casa Blanca el presidente Trump ha adoptado una serie de medidas muy controvertidas. Ya no se trata de tuits en redes sociales, sino de órdenes ejecutivas de la presidencia de Estados Unidos. Las órdenes ejecutivas son un instrumento -no ... previsto expresamente en la Constitución norteamericana- que permite al presidente aprobar una norma con rango de ley sin contar con el Congreso. En cuanto suponen una intromisión del poder ejecutivo en el poder legislativo son muy criticadas por la doctrina y, hasta hace una semana, por el Partido Republicano, que las consideraba un intolerable abuso de poder. En 8 años Obama aprobó 277 órdenes y Trump, en seis días, ha firmado 17. Los tribunales de justicia pueden controlar la constitucionalidad de las órdenes y de ese control dependerá, en buena medida, el futuro de la democracia americana.

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Una de las 17 órdenes dispone el comienzo de la construcción de un muro en la frontera sur de Estados Unidos. Se trata de un muro cuya finalidad es establecer una barrera entre Estados Unidos y el mundo iberoamericano. La orden ejecutiva refleja el nacionalismo de Trump, un nacionalismo de connotaciones racistas y xenófobas y que incluye el odio a lo hispano como una de sus principales características. Trump bloqueó la página oficial de internet de la Casa Blanca en español el mismo día que llegó a ella y, como es sabido, su gabinete es el primero en décadas que no incluye a ningún hispano. Con la orden ejecutiva decretando la construcción del muro (para defender a los estadounidenses de los mexicanos que son asesinos y violadores, como dijo en la campaña) ha superado todos los límites.

España no puede permanecer pasiva ante estos acontecimientos. Es cierto que tanto Estados Unidos como México son socios y aliados indiscutibles de nuestro país, pero, con Trump en la Casa Blanca, el mantenimiento de una posición de equidistancia ante el grave conflicto surgido entre ambos países resulta inmoral. El prestigio internacional de España está en juego. Lamentablemente, durante los últimos años, nuestro Gobierno tuvo un protagonismo muy escaso en el ámbito internacional, europeo e iberoamericano.

La crisis primero, y la inestabilidad política después, condujeron a un ensimismamiento del que es preciso salir. La principal prioridad del Gobierno debe ser el mantenimiento de la estabilidad, y la búsqueda de un acuerdo que permita la aprobación de los presupuestos generales, pero, junto a ello, debe contribuir también con su participación activa a superar la crisis mundial que Trump y el Brexit han provocado. Rajoy no puede limitarse a desempeñar un papel de espectador y a dejar que sean Merkel y Hollande los que respondan a Trump.

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En el seno de la Unión Europea, España se configura como el nexo o vínculo privilegiado con la Comunidad Iberoamericana de Naciones de la que forma parte. El acoso que sufre México por Trump, requiere una respuesta conjunta tanto de la Unión Europea como de la Comunidad Iberoamericana. España debe impulsarla y trabajar por ella sin perder un solo día.

Mientras tanto, es mucho lo que nuestro Gobierno puede hacer en defensa de la dignidad de México y de sus ciudadanos. Hasta ahora, el Ejecutivo de Rajoy se ha limitado a las buenas palabras y ha contemporizado con Trump. Pero cuando las amenazas se convierten en hechos tangibles, las buenas palabras no bastan. En primer lugar, sería conveniente convocar una cumbre extraordinaria de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, para impulsar una respuesta conjunta frente a las actuaciones de la nueva presidencia norteamericana, cumbre en la que el Rey Felipe VI debería tener un protagonismo destacado.

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Y, en segundo lugar, lo más efectivo sería realizar un viaje oficial a México al más alto nivel para trasladar la solidaridad de España. La delegación debería estar encabezada por el Rey Felipe VI. Conviene recordar que la Constitución (artículo 56) al atribuir al jefe del Estado la cualidad de símbolo de la unidad y permanencia del mismo, le asigna dos importantes funciones. La primera, en el ámbito interno, «arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones»; y la segunda, en el ámbito internacional, «asumir la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica». La Constitución atribuye, por tanto, al Rey la más alta representación del Estado. Esa alta representación -que se ve potenciada además cuando se trata de las relaciones con naciones hermanas como es el caso de México- se ejerce con el refrendo del Gobierno, a quien el artículo 97 de la Constitución atribuye la dirección de la política exterior del Estado.

El prestigio internacional y la auctoritas de Felipe VI son las mejores armas de que dispone España para responder al comportamiento de Trump. Cuando el virus de la intolerancia y el discurso del odio se materializan en medidas como el muro, la presencia de Felipe VI en México, levantando la voz en defensa de los valores del orden liberal (que son los que han hecho grandes a Estados Unidos) tendría un fuerte impacto no sólo en México sino también en Estados Unidos. En definitiva, el Gobierno no puede prescindir de la auctoritas de la Corona para hacer frente a los desvaríos de Trump.

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